jueves, 14 de agosto de 2014

Arderás.

Le sorprendió ver a Sar Taan vestido de tal modo, y la iluminación escasa, ligera y parpadeante aumentaba aún más el factor sorpresa. Cualquier otro habría saltado del susto, habría sentido las garras finas y mortíferas del miedo acariciándole con suavidad frenética espalda abajo, pero Pregunta sólo sentía curiosidad. Sin duda, tal escenario merecía ser escrito en otra de sus notas de memoria. Presentía que había más hombres, y quizá también mujeres encapuchados en el salón totalmente irreconocible de la taberna, que evocaba la imagen de una reunión clandestina de brujos y brujas en un sótano de algún castillo en la era medieval. De momento sólo había contado doce personas, pero estimaba que el número podría elevarse hasta llegar a veinte, quizás veinticinco. Esperaba que no subiese hasta treinta.

Los encapuchados estaban dispuestos en círculo al rededor de una mesa con un mapa arrugado del Reino de Oriente sobre él,  y aguardaban en tensión y silencio al más mínimo movimiento o sonido. 

Ninguna de las dos ocurrió hasta después de un rato, después de que Pregunta hubiese evaluado todo lo que podía ser analizado de la estancia y la situación.

Contó no más de dieciséis velas en total, dispersas por todo el salón sin seguir  un orden ni patrón significativo. 

Por el pesado silencio que rellenaba la estancia de una tensión que hacía que Pregunta se sintiese cómodo, y por los rasgos de enfado, furia e indignación que se dejaban entrever entre las capuchas, la oscuridad y la luz amarilla de las velas, Pregunta intuyó que no iba a ser una reunión agradable, ni amistosa. Inmediatamente pensó en la seguridad de Respuesta, y después pensó en la suya. La noche había caído hace un rato. Reparó en que, para su suerte y para la posible desgracia de los encapuchados, aún tenía un par de dagas escondidas; una bajo la axila izquierda, otra sobre el tobillo izquierdo.

Miró fijamente a cada uno de los ojos ocultos de los rostros encapuchados, y, a primera vista, no conocía a ninguno. Solo a Sar Taan. Una oleada disimulada de satisfacción recorrió con cautela el orgullo de Pregunta: su instinto y capacidad de desconfiar de la gente ''con contrastes'' era acertada. Y Pregunta adoraba acertar.
Dirigió su mirada victoriosa hacia el dueño de la taberna, que, vestido con una vieja armadura y una espada larga atada al cinto, dejaba claro que no era sólo un tabernero. Todo parecía tener sentido. Músculos fuertes y prominentes a pesar de la vejez, expresión endurecida por las arrugas y cierto encanto rural que podía resultar amenazador. Parecía obvio que el viejo y débil dueño de la taberna también era un mercenario retirado en sus ratos libres. Un mercenario que alguna vez había sido peligroso y letal.

''Duda.'' recordó Pregunta, y se sintió satisfecho. Su satisfacción le impulsó a ser el primero en dar por comenzaba la presunta reunión.

- Vaya sorpresa, Sar Taan - dijo Pregunta, con una sonrisa que insinuaba intenciones pacíficas. - No sabía que hoy era mi cumpleaños.

- No te sorprende en absoluto, cobarde - asestó el viejo mercenario, haciendo caso omiso del comentario burlón de Pregunta. Sus palabras habían dejado de ser inofensivas e inocentes para convertirse en una especie de mordedura que arrancaba los nervios de la piel.

Pero Pregunta, en toda su reflexión, calma y pensamiento, era mucho más que los mordiscos de amenazas e insultos gratuitos.

- ¿Cobarde? - cuestionó Pregunta con inocencia - ¿De qué huyo y no me he enterado?

Pregunta sabía jugar a la palabra.

Uno de los hombres encapuchados que se hallaba sentado se alejó de la mesa con un ruido chirriante de madera contra madera, que indicaba rabia por sí solo, y se dirigió al fondo derecho de la estancia, cerca de las escaleras que bajaban a las supuestas estancias de Sar. A saber qué tenía el viejo ahí abajo. No quiso saberlo.

Con dificultades visuales logró Pregunta dilucidar cómo el hombre que se había levantado tan ruidosamente y había abandonado el círculo del enfado cogía lo que parecían ser un montón de papeles de forma rectangular y tamaño mediano. La silueta, alta y esbelta, se acercó a Pregunta, y mirándolo con rabia a través de unos ojos vidriosos y marrones, entregó los papeles a Sar Taan,  no sin antes agarrar uno de ellos con fuerza entre su palma y estamparlo ofensivamente contra el pecho de Pregunta, que intentó disimular un tambaleo. 

- Cobarde y traidor - corrigió enfurecida la voz extremadamente grave y gutural del hombre encapuchado. Soltó un gruñido y se volvió a sentar.

Pregunta se rio sin disimularlo muy bien. El hombre alto y enfurecido le recordaba más a un pitbull gordo y musculado que a un hombre. Intentó deshacerse de la risa bajando la mirada hacia el papel que había recogido de su pecho con la mano, y lo leyó atentamente mientras Sar Taan lo recitaba para él, con más enfado aún por no atraer su atención.

´´Su Esplendor, el Rey de Oriente, ruega directamente, ya que la urgencia lo requiere, a todo hombre con capacidad, voluntad y amor por su Reino que acuda a Ciudad de Oriente para formar el ejército con nombre ´´La Resistencia al Dragón´´, en pos de derrotar la amenaza que asola más inminentemente nuestros cielos, nuestros hogares, nuestras vidas, a vuestro Rey y a su Reino. Cualquiera que pretenda escapar de su obligación para con el Reino encontrará la muerte en las llamas. Si no vienes a Oriente, Oriente irá a por ti, y no correrás mayor suerte que la de nuestro enemigo alado.´´

Abajo sólo había un sello del mismo color negro de las letras de la carta, que verificaba el emisor del urgente mensaje.

La expresión de Pregunta se endureció, no por la supuesta amenaza del dragón, si no por lo vanal y repugnante del mensaje. Se preguntó si el Rey estaría en primera fila de batalla. Se preguntó si mandaría a todos los miembros de su valiosa estirpe al encuentro con las llamas. Recordó su sueño sobre la ciudad vencida por el fuego  y las cenizas, y no pudo evitar estremecerse un poco. Pensó en todo lo que le ahuyentaba de luchar junto al Reino, y eso habían sido los hombres del Rey. Sus caballeros. Sus motivaciones. Sus ideales. Sus pensamientos. Matar, matar y matar a todo ser vivo y puro que halla. Y fuera de Ciudad de Oriente, todas las ventajas, riquezas y beneficios de pertenecer a un Reino poderoso brillaban por su ausencia. Fuera de Ciudad de Oriente todo era decadencia. Pero aún así, un Rey que no había luchado por él jamás, le pedía ahora con urgencia que hiciera algo que no le gustaba por el Reino al que le debe la vida. Matar, matar y matar.

´´Jamás vuelvas a comer animales. Nunca mates a uno. Jamás dejes de amarles. Ellos entienden tu alegría y tu sufrimiento, porque aman y sufren igual. Si alguna vez dudas, mira a cualquiera de ellos a los ojos, y jamás necesitarás de esta nota otra vez.`` Recordó.

Y pensó que aún podía salirse con la suya.

- Bien, espero que el Reino encuentre a sus hérores - dijo, con desgana, e hizo el amago de irse por donde había venido.

El brazo del viejo mercenario le agarró fuertemente por el hombro. Su voz sonó peligrosa. Lo suficientemente peligrosa como para que Pregunta tensase los puños y se preparase para coger las dagas si  era necesario.

- No tan rápido, chico. No te creas que no sé qué eres. No te creas que no sé lo que escondes. Todas esas armas, tan bien elaboradas, tan peligrosas. Vistes como un matadragones. Andas como un caballero matadragones. ¿Me vas a decir que eres un inocente chiquillo viajero esperando que me lo crea? ¿Que viajas en una yegua fortalecida porque un burro es demasiado lento? ¿Crees que no veo en ti lo que busca el Reino? - el tono amenazante ascendía por momentos - ¿Crees que puedes ir por ahí aireando unas pintas amenazadoras y aún así eludir tu deber? Eres lo que el Reino pide a su lado. Eres lo que ahora todos necesitamos. ¿Acaso eres el demonio? ¿Acaso tu ignorancia y vanalidad te han cegado y sólo te importan tus pasos y tu yegua y lucir brillante como el sol a mediodía?

La indignación del viejo sorprendió a Pregunta, pero no lo suficiente como para darse por vencido, ni lo fueron los coros de ánimo y vitoreo que surgían desde las oscuridades de la taberna.

Pregunta respiró hondo.

- Mire, Sar Taan. Si tanto quiere matar a un dragón, parta de inmediato hacia Oriente. Si tanto se siente unido a su Reino, luche por él. No voy a pelear una batalla que no es mía. No voy a arriesgar mi vida por algo que otro quiere que haga por él. Si el Rey quiere a hombres que hagan por él el trabajo sucio que su culo gordo no puede acatar, un mercenario sediento de muerte como usted sería el trozo de carne perfecto que sacrificar.

- ¡Traición! - gritó un hombre desde el fondo de la oscuridad.
- ¡Cobarde! - exclamó otro.
- ¡Farsante! - dijo al unísono  una mujer.
- ¡Desalmado! - añadió otra.

De repente, millones de voces se alzaron en su contra, pidiendo su muerte, insultándole, deseando ver cómo su sangre hervía ante el fuego de su furia. Y toda la rabia y el odio que sentían hacia él podía respirarse en lo cálido del aire, en la sangre que hervía a fuego lento a lo largo de todas las venas del hombre al que acusaban de traición y desobediencia.

<<No es desobediencia- pensó Pregunta para sus adentros- es originalidad, y principios>>. Cuando el exterior albergaba un ruido alarmante y estridente, dentro de su cabeza había una calma y silencio dignos del espacio.

Los insultos siguieron, pero Pregunta hizo caso omiso a ellos. Se dirigió al establo para salir con Respuesta de allí ésa misma noche.

De nuevo, la mano del mercenario le agarró de nuevo por el hombro, cuando Pregunta se hallaba de espaldas. Al girarse, vio a todos los hombres y mujeres encapuchados tras Sar Taan, con los puños cerrados entorno a sus armas.

Sar Taan alzó la voz de nuevo, ahora más calmado, suspicaz, cauteloso, dañino.

- No lo dudes. Yo lucharé. Ellos lucharán. Y tú, lucharás con nosotros.

Hubo un silencio. Pregunta supo que aún no había terminado de hablar.

- Escucha. ¿Crees que no he visto todos esos libros tuyos? ¿Crees que no te he estado observando? ¿Cómo admiras la naturaleza que te rodea y las criaturas en ella? ¿Crees que si no hay hombres jóvenes como tú en nuestro ejército tendrás alguna posibilidad de ver esas cosas que amas de nuevo, incluida tu amada yegua? Nunca había conocido un hombre que ame tanto a su yegua como para dormir junto a ella. ¿Crees que si no derrotamos al dragón, chico, ella, tú  y todos esos bosques y animales que adoras no arderán junto a nosotros? - hubo un silencio - Piénsalo.

Pregunta reflexionó. ''Duda.''

- Huiré - dijo Pregunta, seguro de sí mismo.

- Piensa mejor - replicó con calma el mercenario, a la vez que un rostro encapuchado se presentaba justo frente a él y le colocaba un puñal afilado en la garganta.

Un rostro duro, con cicatrices. Con tatuajes. Un rostro que había visto antes. El rostro que había desparecido en ésa misma habitación unos días atrás. Un rostro que tenía en su mano su propia vida.

- Apresadle - murmuró con desgana Sar Taan, el mercenario, mientras alzaba la mano dictando la orden. - Lucharás y arderás con nosotros. Tanto si quieres, como si no - dijo mirándole directamente a los ojos, a través de la luz de las velas, mientras sonreía.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Reunión inesperada.

- Aquí lo tiene: un barreño lleno de agua fría. Tal y como prometí.

Pregunta trató de esbozar una sonrisa, aunque en su interior reconocía que le entregaba el agua a regañadientes por la manera tan desmesurada que tuvo el dueño de enfadarse por una maldita jarra. Decidió no darle más vueltas, mientras observaba cómo el anciano guardaba entre dos tablas de madera el barreño rebosante. 

- Disculpe, señor, pero aún no sé su nombre... - dijo Pregunta inquisitivo, tratando de alzar la mirada sobre la barra a unos metros de él, tras la cuál estaba el anciano, gimiendo y gruñendo en voz baja.

- Sar Taan. - le interrumpió la voz ronca del anciano por debajo de la barra con un grito. 

El dueño del lugar se alzó tras la barra para mirar a Pregunta a los ojos mientras le contestaba. Todas las personas de aquella aldea vestían principalmente con conjuntos de harapos sucios; no era una aldea muy rica. El anciano lucía pobremente una camisa de franela amarillenta, probablemente por el uso excesivo, y unos calzones que le llegaban hasta por debajo de las rodillas de color marrón claro, también oscuro. En los pies vestía unas botas algo gastadas y roídas, pero a Pregunta no se le ocurría una actividad de taberna lo suficientemente ardua como para causar tanto desgaste en unas botas de un tejido tan duro como lo era el plasancio, una sustancia textil de color amarillo verdoso. También es cierto que el hombre era mayor, y según él tres cuartos de su vida había estado trabajando junto a los borrachos cantarines, músicos vagabundos y prostitutas busconas, y el oficio de tabernero no era una fuente cuantiosa de dinero, así que supuso que simplemente el viejo no había tenido dinero suficiente como para comprarse unas botas nuevas. Aún así, en el rostro que le miraba desde la retaguardia de la barra, había algo que no encajaba del todo, como así como sus movimientos y reacciones. A pesar de las arrugas prominentes, hondas y extendidas desde sus ojos al resto de su cuerpo, a pesar del labio superior ligeramente hundido, y a pesar de la cuenca de sus ojos casi esquelética y redonda, había una fortaleza y firmeza en su cara y sus movimientos digna de los de un militar de veinte años. Los contrastes tan fuertes y notorios en una persona la hacían de poco fiar, y así Pregunta no acababa de fiarse del viejo, porque no podía entender sus contradicciones. 

Pregunta se había deshecho de su armadura impoluta en cuanto reparó en que su atuendo desentonaba demasiado con la forma de vestir general de la gente de la aldea. No es que quisiese encajar, es que no le gustaba llamar la atención. De todas maneras, tampoco le hacía falta ir por una aldea pobre con una armadura musculosa y brillante.

- Pero puedes llamarme Sar, si te apetece. - añadió Sar Taan mirándole fijamente, como intentando buscar un fallo o una grieta en la joven firmeza y suavidad de la cara de Pregunta.

- Sar, entonces. - corrigió Pregunta, mientras deslizaba su falsa sonrisa en dirección al suelo para evitar la obviedad de su engañosa procedencia.


Tras haber ido al lago dulce a rellenar el barreño, volver con éste cargado hacia la aldea y dejárselo a Sar Taan en la taberna, pagando así su deuda, Pregunta se escabulló al establo donde estaba Respuesta, que, a juzgar por los relinchos que daba y lo nerviosa que observaba a su amigo humano, Pregunta dedujo que estaba hambrienta. El humano salió al exterior y arrancó seis zanahorias de un suelo que no parecía pertenecer a nadie, volvió a entrar en el establo y se las dio a la yegua calmada y tiernamente. 

Para su desgracia, la cabeza de Pregunta no estaba tan calmada, ni mucho menos lo que pensaba era tierno. Su cabeza volaba entre la desaparición del hombre corpulento y las notas y hojas ilegibles que había guardado en un apartado de una de sus bolsas anoche, tras charlar con el anciano. Había dos cosas, una buena y una mala: la buena era que, seguramente, todo el mundo le daba por muerto. La mala era que, a partir de ahora, y si el anciano Sar Taan no mantenía la boca muy cerrada, todo el mundo tardaría poco en llegar a la conclusión de que el era un héroe asesina criaturas.

Pregunta hundió la mano en su bolsa, pero no buscó las notas que habían llovido sobre él anoche, si no que buscó otras notas mucho más valiosas y significativas para él: las de su memoria.
 
Cogió dos al azar, pero las dos parecían más que oportunas. Ozh Jrasshk lo habría llamado destino. Pregunta echaba de menos las charlas con Hojarasca. No recordaba la última vez que le vio. No recordaba nada de él. Sólo sabía que, en una de sus notas de memoria, había apuntado lo que el anciano espíritu joven del Bosque Oleada significaba para él, y que las armas y libros que él llevaba, se los debía, enteramente, a las premoniciones y a la generosidad y desaparición del que fue lo más parecido a un amigo que Pregunta había tenido nunca, y el mejor mentor que jamás habría deseado y probablemente, el último en enseñarle tanto.

Leyó las notas de memoria y las recitó para si mismo como si fuese un padre hablando a su hijo, diciéndole una lección útil y sabia para su futuro.

La primera decía: ´´Jamás vuelvas a comer animales. Nunca mates a uno. Jamás dejes de amarles. Ellos entienden tu alegría y tu sufrimiento, porque aman y sufren igual. Si alguna vez dudas, mira a cualquiera de ellos a los ojos, y jamás necesitarás de esta nota otra vez.`` 

Instintivamente Pregunta dirigió la mirada a su yegua y al resto de animales del recinto: cuatro cabras, una vaca, un buey, dos caballos y tres cerdos. Y Respuesta. Nunca había cesado su amor hacia los animales, ni su decisión de no comerlos jamás, ni la certeza de que amaban y sufrían como él. Nunca había dudado. Siempre sabía que frutos y verduras podía comer sin morir ni enfermar por ello, y cómo encontrarlos, en gran parte, gracias a los libros de Ozh Jrasshk. Y nunca había cesado de mirarles a los ojos. Jamás pararía de amarlos. Esa nota había sido útil para paliar la primera desorientación que tuvo, para ayudarle a saber de nuevo cuál era su más firme creencia. Se despertó en medio del Bosque con la cabeza sangrando y desde arriba, su antiguo mentor, el caballero bruto, o Piedra, como el le llamaba. ''Tu yegua es fiera y te ha tirado al suelo de una levantada. Si fuese tú, la sacrificaría a patadas por sucia ramera. Levanta, te has hecho daño. Te lo curaré.'' Nunca le había gustado su ''caballeroso'' mentor, Piedra, el bruto. Eso era lo último que recordaba con algo de nitidez, y cada vez sus recuerdos lejanos se ensuciaban más. No recordaba ningún suceso anterior a aquél, excepto aquellas reflexiones, pensamientos, lecciones y deseos que había estado en su voluntad anotar antes del accidente a caballo. Piedra le había contado después que sus problemas de memoria a largo plazo se debían haber visto totalmente agraviados tras el golpe en la cabeza. Básicamente, su memoria había muerto y había vuelto a empezar en ése accidente a caballo. Las notas de memoria que había escrito hasta entonces eran la única manera en la que podía saber sobre su pasado antes de la caída. Por suerte, tenía escritas unas cuantas, pero por lo general, no eran demasiado específicas, ni demasiado concretas. Tampoco demasiado útiles. Su vida había empezado de nuevo desde ése día.  

Pregunta se deshizo de la imagen borrosa de Piedra y Respuesta asustada en el Bosque y volvió a la incógnita que le presentaba aquella nota de memoria: ¿los dragones son animales?

Un ruido procedente del salón de la taberna interrumpió sus pensamientos. Parecían gritos y protestas de hombres enfadados y borrachos. Oyó algo de que le pareció un chasquido de lengua, profundamente húmedo y siseante. Como si alguien enfadado tratase de hacer callar a una multitud ruidosa en un sitio cerrado. Los ruidos vociferantes fueron en declive. Pregunta leyó la segunda nota, al mismo tiempo que se guardaba la primera en uno de los bolsillos de sus calzones largos y opacos.

En el trozo de pergamino rectangular se leía: ´´Duda. Duda cuanto puedas. De ése modo estarás seguro.`` 

<<Genial.>> pensó Pregunta, ligeramente decepcionado consigo mismo y sus consejos. <<Muy útil.>>

Y es que, si había algo en la cabeza de Pregunta últimamente más que nunca, era la duda.  La duda sobre qué debía hacer. Sobre qué era qué, y qué le hacía tal cosa. Todo eran dudas.

-¡¡¡SILENCIO!!! - gritó enfadada una voz familiar desde la taberna.

De nuevo todas las voces cesaron.

Pregunta decidió no darle importancia una vez más, pero cuando fue a guardar la segunda nota en el mismo bolsillo en el que había guardado la primera, la leyó una vez más.

''Duda. Duda cuanto puedas. De ése modo estarás seguro.''

Y Pregunta dudó de estar seguro sobre si tenía que dejar pasar las extrañas órdenes  de silencio que se estaban llevando a cabo tan fervientemente en la taberna. En su experiencia, una taberna, cuanto más ruidosa, más gente atraía. 

Acarició la cara y sien de la yegua que parecía nerviosa y agitada, tratando de calmarla. 

-Volveré luego. - le dijo el hombre a la yegua.

Y dejó que la duda le llevase al salón de la taberna. A un salón de la taberna completamente diferente al que había visto hasta entonces: ni prostitutas ni mujeres hermosas, ni borrachos esparcidos por el suelo, ni vomitonas, ni manchas, ni ruido, ni risas, ni peleas. 

Solo un salón de la taberna oscuro en el que no se veía casi nada, iluminado tan sólo por la tenue luz de unas cuantas velas, que alumbraban de forma tétrica doce rostros encapuchados, quizá alguno más que no llegaba ser bañado por la luz amarillenta de la cera. 

- Te estábamos esperando.

La sombra de voz ronca, rasgada y familiar habló primero.


lunes, 11 de agosto de 2014

Era la época...

Las toallas lloraban por los bordes, despidiendo unas lágrimas profundamente densas, que al mirar a través de ellas, podías ver el mundo completamente al revés. El calor y la humedad se pegaba a la piel y hacía hervir la sangre desde los pies al cerebro. Dentro de su cabeza vestida por un pelo de menos de un centímetro de longitud dos gigantes parecían dar fuertes puñetazos desde el interior de su cabeza, al exterior, como intentando romper las paredes de su cerebro a base de puñetazo limpio. No era una sensación para nada agradable: los pensamientos, todos agolpados y montados uno sobre otro, sin dejar nada claro por individual, corrían apretados de un lado a otro y nada sentaba bien. Quizás un abrazo de ella habría arreglado las cosas, pero no pudo ser. Quizás una buena torta bien dada le habría recordado que era humano y que podía sentir y pensar cosas con claridad. Un beso de ella habría funcionado con la misma efectividad, incluso más. Casi deseaba abrirse la cabeza en canal para que todo el humo denso que se mezclaba formando una opaca masa inconclusa en el reino de sus pensamientos escapase y volase libre, que se esfumase y se mezclase con la calidez y la abundante humedad. Quizás bastaría con hablar con alguien como dos libros abiertos, quizás bastaría con mirar arriba y ver un cielo abierto en la noche, sin nubes, con miles y millones de estrellas pintadas en él, sin la preocupación de la inminencia de ser descubierta. Dios, ¿tan difícil es sentirse bien? Hubo una época que no le costaba tanto. Hubo una época en la que tan pronto como escuchaba una melodía, tan pronto su alegría ascendía a lugares supra olímpicos. Era la época en la que en su habitación, miraba por la ventana soñando con las nubes y la Luna. Era la época en la que estaba en casa. Era la época en la que el barullo de la ciudad rellenaba sus oídos con irónico gusto y paz. Era la época en la que con sólo ver un atisbo del cielo a cualquier hora del día, podía sonreír. Era la época en la que era consciente de su existencia importante y significante. Era la época de la maravilla constante ante sus ojos. La época en la que podía ver el brillo de los mismos en el espejo. Era la época de su familia, de su gente.

Era la época de no ser una dama errante. Era la época de ser alguien entre el puñado de nada que algún día sería su ciudad. Era la época de no ser una fugitiva buscada por un Reino que tenía una deuda que saldar.

Dejó de soñar y se puso manos a la obra. Aún estaba desnuda y mojada después del baño que se había dado en el lago. Alcanzó las tres toallas, arrebuñándolas todas bajo su puño y se pasó los extremos delicadamente por su piel. Cuando fue a secarse el pelo, una rabia y tristeza pesadas como cien vacas le sacudió el alma. Aún no se había acostumbrado a parecer una vagabunda. Aún no se había acostumbrado al cambio de alta cuna a cuna de hierba y roca a la intemperie. Aún no se había acostumbrado al pelo puntiagudo y milimétrico que agudizaba más aún si cabe sus duros rasgos faciales femeninos. Aún no se había acostumbrado a nada, salvo a la dureza de alma. De palacio a valles. De tener un establo a robar los caballos de otro. El último había desaparecido con su jinete hacía ya un tiempo. Casi echaba más de menos a la yegua que al jinete. Éste último le había proporcionado una calidez corporal en la noche que no era de mal gusto, pero olía más a muerte que un cementerio, con todas las armas que llevaba a rastras. El miedo de que fuese un captor real que buscaba la compañía nocturna de la bella dama que antes era justo para tenerla en la zona de confianza necesaria para apresarla le había consumido más que el fuego a la madera. Una vez más le puso el miedo. El instinto de sobrevivir. Antes tenía un reino que debía obedecerla y protegerla y ahora  estaba sola. No sabía pelear, ni cazar, ni pescar, así que se había visto obligada a comer frutos que conocía por sus estudios de la vegetación de los territorios del Reino. <<Una futura reina debe conocer su Reino. Cada grano de arena, gota de agua y pedazo de hierba de él.>> Le había dicho su padre.

Su padre...

Pero eso era antes. Ya vale de antes. No podía quedarse con la mente sumergida en el lago del pasado para toda la eternidad. Quisiese o no, las gotas se secaban. Así como lo hacía su esperanza día a día.

Volvió a la cabaña, que cada vez se caía en pedazos más grandes.

sábado, 19 de julio de 2014

Rumores y héroes.

No había vuelto a ver al grandullón que se había esfumado en medio de la noche, en medio del bar. No había ni rastro de él en ningún lado. Se sintió idiota al caer en la cuenta de que, al principio, lo que más le asustaba del tipo fueran unas meras cicatrices en la cara. Pero, para bien o para mal de Pregunta (y Respuesta) no había vuelto a aparecer, y eso suponía que estaban fuera de peligro, si es que la presencia en sí de aquel tipo de verdad podría acarrear consigo algo problemático para su seguridad.

Por otro lado, un instinto de protección y alerta susurraba desde el interior de Pregunta una cuestión que le daba la vuelta a su aparente consuelo: ¿No hacía más peligroso a alguien el hecho de que se esfumase en el aire, a la nada, sin dejar ni rastro?

La sola idea le provocó un escalofrío en el cerebro, y decidió abandonar el asunto y sus inquietudes hasta que tuviese motivo para volver a preocuparse por su seguridad.

Instintivamente, al pensar en seguridad, bajó la mirada hacia la multitud de trozos de pergamino que reposaba en el suelo, con ése mensaje inquietante cuyo destino era él. Fuera quien fuese el que lo había escrito lo había hecho apurado o no había escrito mucho en su vida. No sólo eso, si no más preocupante aún, quien lo hubiese escrito, o bien seguía sus movimientos, acciones y decisiones, o lo conocía demasiado bien como para saber que él no dejaría a su querida yegua muy lejos de él durante demasiado tiempo, si no quería que le entrase un ataque de histeria y sobre preocupación. Fuera como fuese, asustaba.

Sólo esperaba que quien hubiese contactado con él de manera tan peculiar no formase parte de su pasado, ni cercano ni lejano. No quería verse de nuevo con alguien que había pertenecido y dejado de pertenecer a su vida. Eso le aterraba más que la posibilidad de que fuese un desconocido el que se dirigiese a él. De hecho, Pregunta estaría más que fascinado si fuese un desconocido. Eso le daba la oportunidad de conocer nuevos cuerpos, nuevas mentes, nuevas personas, que, por cielo o bien infierno, siempre podría ser interesante. Y lo interesante era la debilidad de Pregunta.

Su cabeza, funcionando a toda velocidad, sus pensamientos y sus divagaciones navegaron sin avisar hacia el puerto del recuerdo de un rostro que a veces se atrevía a echar de menos frente a él. Un puerto bello, con pelo negro,  con ojos felinos, un rostro que veía dibujado de forma mágica en la taberna vacía, suspendido en el aire... Esa mujer. La visión de su rostro le mantuvo mirando al vacío durante lo que pareció un año.

Recobró el control sobre su mente de manera tan brusca como lo fue la huida de esa mujer. Huyó de la oscuridad de su compañía porque repentina oscuridad le pareció  peligrosa. Porque ella le pareció peligrosa. Y aún le parecía peligrosa cuando tan sólo era una imagen que soplaba en el aire arremolinado de su cabeza. La visión desapareció de la taberna, y su  desaparición devolvió a Pregunta a la realidad material de la escena.

Su cabeza seguía corriendo más deprisa de lo que cualquier pierna o pata podría conseguir. Volaba. Su imaginación era el ala derecha, el raciocinio, el ala izquierda. Y él, un siervo de su divagación y pensamientos. De repente, casi sin control sobre su agarrotado cuerpo, se levantó de la silla en la que estaba sentado, pisó los trocitos de pergamino sin darle mucha importancia, se dirigió a la limpia barra de la taberna y se tomó la libertad de servirse algo de beber. Vació la jarra que había usado el grandullón tatuado y la rellenó con agua fría. El tacto gélido, fresco y redentor del agua que rellenó su boca le terminó de despertar, por si tanta sorpresa y ficción no habían sido suficiente para eliminar toda posibilidad de recuperar el sueño. Por un momento tuvo la fantasía de que todo siguiese siendo un sueño. Esperanzado y sonriendo, dirigió su mano derecha a su brazo izquierdo, estiró la carne flácida de la muñeca, y se pellizcó, esperando levantarse del montón de paja junto a su yegua.

Nada ocurrió, más que un leve picor que habitaba su muñeca izquierda. Quizá había pellizcado con demasiada fuerza. Con demasiada esperanza.

Sin ninguna duda ya de que estaba despierto y no sumido en el lúcido esplendor del cerebro, se bebió hasta la última gota de agua. Cuando el cuerpo dormía, el cerebro estaba más despierto que en cualquier otro momento. Un fenómeno curioso y traicionero. La cabeza de Pregunta trabajaba demasiado mientras estaba despierto, sólo pensar la de actividad que ejercía cuando no era consciente de ello le agotaba físicamente, le excitaba mentalmente, y, por lo tanto, le daban ganas de dormir. Siempre había querido conocer a la parte de su cerebro que tanto se empeña en ocultarse de él. El juego de la mente era un juego hermoso y traicionero.

- Nadie te ha dado permiso para beber una jarra de cerveza, chico.

El encargado que unas horas antes le había guiado hasta el establo y había divagado tan innecesariamente sobre los borrachos se hallaba a su derecha, a los pies de unas escaleras que descendían hacia lo que debía ser los aposentos de la gente que estaba a cargo del lugar. Estaba en una posición que mezclaba ambas defensa y ofensa, con las piernas flexionadas, una delante de otra. A juzgar por la ballesta cargada con una flecha mediana que sostenía entre unos brazos fibrosos y en tensión, su intención era más ofensiva que protectora.

- Tranquilo, señor, no le estoy robando bebida. - Pregunta respondió en el tono más calmado, normal y amistoso que podía salir de su garganta - Tan sólo es agua fría. Y muy buena por cierto.

Hubo un silencio. Pregunta trató de esperar a que el encargado dijese algo, un reproche, una amenaza, algo. Sólo un gruñido entre dientes fue su respuesta, así que Pregunta se dispuso a hablar de nuevo, en el mismo tono relajado y amistoso que había producido antes.

- Mañana le traeré un barreño entero de agua congelada del río más limpio de los al rededores. Tiene mi promesa. Pero le agradecería que bajase la ballesta. Resulta amenazante en el peor de los sentidos. Si dentro de un día no tiene su barreño lleno de agua pura y fría, tendrá mi permiso para colocarme ésa misma flecha entre mis dos ojos.

Pregunta señaló con el dedo índice de su mano derecha sus dos ojos, despiertos y atentos, profundos e intensamente marrones.

De nuevo hubo silencio. El hombre permaneció en la misma posición durante un minuto o dos. Pregunta imitó su quietud, solo que sin la expresión amenazadora en el cuerpo. Tan sólo calma.

Hasta que, con un suspiro, el hombre, casi anciano, bajó la reluciente ballesta de hierro fundido con retoques de madera, apoyándola en la esquina que unía la pared trasera de la taberna, tras la barra, con la pared que acababa con el comience de las escaleras por las que había subido el encargado, muy pobremente iluminadas. Su postura se relajó, y la misma expresión amable que le había mostrado a la hora de guiarle al establo apareció de nuevo en su cara, tersa, pero con alguna arruga descendiendo de los límites de sus ojos azules en dirección a sus orejas, puntiagudas y amplias, sorprendente circulares en sus extremos superior e inferior. Con cierto abatimiento en su andar, se dirigió tras la barra, sin apenas mirar a Pregunta. Pregunta lo interpretó como que ya no suponía una amenaza para aquél hombre ni su negocio.

Desde detrás de la barra, y mientras preparaba dos jarras de cerveza, el hombre sonrió y habló, sin saber muy bien Pregunta si se dirigía a sí mismo o a él. Muchas veces los ancianos le causaban esa incómoda pero curiosa sensación.

- Perdona las desconfianzas, pero si oigo ruidos en mitad de la noche que provienen de aquí arriba... Bueno, tienes que entender que no es la mejor temporada para que se aprovechen de la hospitalidad de uno...

Pregunta estuvo a punto de interrumpirle, para reprocharle de manera educada que de ninguna manera se aprovechaba de su hospitalidad, pero, antes de poder formular una palabra, el anciano alzó la mano ligeramente arrugada y siguió hablando.

- Déjame continuar, joven. No me refiero a ti. Me fío de ti. Es de esos borrachos de los que trato de cuidarme, a mí y a mi negocio. Como iba diciendo, no es la mejor temporada para que se aprovechen de la hospitalidad de uno. El dinero escasea, y pronto la Ciudad nos pedirá más dinero del que nos permiten ganar, más comida de la que nos permiten comprar, y bien sabe la Reina que pronto empezarán peticiones peores para todos nosotros...

El discurso del anciano continuó reproduciéndose mediante su boca, pero, desde dónde estaba Pregunta, apenas se distinguía más que un gruñón y agudo balbuceo, que parecía indignación y miedo en toda su esencia. Pregunta se cuestionó por qué motivo una persona que detesta tanto a los borrachos de taberna y lo que suponen tendría una taberna. 'La vida es toda ironía' fue la primera respuesta que se dio así mismo y para sus interiores, y fue más que suficiente. El anciano seguía hablando y moviéndose de un lado a otro, derramando la cerveza con la que había rellenado dos gruesas jarras de cristal helado, vaciándolas casi sin darse cuenta hasta la mitad. Luego, se acercó a una mesa cercana a Pregunta, y colocó las dos jarras, cada una en un extremo de la mesa. Pregunta captó la invitación del anciano, que aún recitaba un monólogo que parecía haber sido pronunciado más veces en situaciones de discusiones políticas, y se sentó frente al hablador.

- ... Sólo espero no ser uno de los sacrificios... Soy anciano, lo sé, pero disfruto de ésta vida, de cada detalle, incluso a veces de esos borrachos... Sólo digo que estaría bien si alguien joven y valiente se levantase en armas contra el terror que cada vez está más cerca.

Pregunta se arrepintió de haber desconectado de la conversación, pero, ¿Sacrificios? Esa palabra le devolvió al anciano y su monólogo con la brusquedad de una bofetada que proviene de un padre, e hizo que la voz aguda y rasgada del anciano, junto con su rostro enjuto, desgarbado y carismático en muchos modos, así como sus preocupados y miedosos ojos azules pareciesen lo único existente e importante en todo el mundo. Pregunta ya tenía sus cinco sentidos en aquél hombrecillo, ahora sólo necesitaba situarse correctamente en unas divagaciones que no eran las suyas.

- Perdone, ¿Ha dicho sacrificios? ¿Para qué? - inquirió Pregunta, tratando de igualar su preocupación a la que parecía sufrir el anciano desde lo más ardiente de sus entrañas.

El hombre que estaba frente a él chascó la lengua y parpadeó rápido, con los ojos fijos en los de Pregunta.

- ¿Es que no escuchabas? - parecía aún más indignado que antes - Un dragón. Nos advirtieron de que los animales no eran demasiado para él. Simplemente los rechazó. 1.000 ovejas rechazadas. Al parecer, al condenado monstruo no le valen 1.000 ovejas, pero con un sacrificio humano a la semana tiene suficiente. O quizá dos. Nadie lo ha podido parar. Dice que o es un humano cada semana, o es el fin de nuestro Reino. Yo sinceramente pienso que goza con nuestro sufrimiento. Le hace reír. Es lo que le hace incendiar sus tripas. Nadie sabe de dónde ha venido. Simplemente vino. El poder no es bueno, chico, te lo digo. Atrae a cosas más poderosas. Y hay que abatirlas con lo poco que se tiene... El Rey comenzó con los sorteos unos meses atrás, pero aún no se ha llevado a cabo ningún sacrificio. Deberían haber acabado con el dragón cuando aún no tenía hambre. Ahora la urgencia tiene abrazado con fuerza al Rey y a su reino, y encima con su...

Sus palabras de nuevo, se esfumaron, mezclándose con el aire.

Sus sueños.

Un dragón. Pensaba que había huido de su deber. Pensaba que se había acabado lo de servir a las cagadas del Reino. Lo de matar. Todo.

Y lo había hecho. Nadie sabía por esos lugares quién era él. Nadie sabía que huía de su deber, ahora mucho más grande. Nadie sabía que el podría matar al dragón si quisiese. Nadie sabia nada.

- ¿Me escuchas, chico?

- ¿Qué?

- Estaba diciendo que ojalá hubiese un héroe aquí, o en la Ciudad. O en algún lugar... Ha habido muchos rumores... Algunos decían que habían encontrado al héroe definitivo, un chico muy joven que apenas era escudero, pero que había desaparecido junto con su maestro en el Bosque Mazo, seguramente devorado por el dragón en un movimiento preventivo... Rumores...

Se hizo un silencio, que no tardó mucho en romperse por una exclamación que sugería el tono de lucidez que se podría esperar oír de un detective que, en alto, resuelve un misterio. El anciano, alegre e inquisitivo, saltó de la silla con una energía joven en sus movimientos. Su mirada y sus ojos desorbitados de esperanza asustaron a Pregunta.

- Pero... ¡Eh! ¡Chico! ¡¿Qué demonios digo?! ¿No llevas tú un montón de armas junto a ti y tu yegua? ¡Quizás puedas instruirte en la Ciudad para ser el nuevo héroe que matará al dragón! ¿¡Sabes cuántas vidas se salvarían por destruir una sola!?

Pregunta guardó el silencio. El anciano se sentó de nuevo, y la vida y euforia en sus ojos desorbitados y azules daban para millares de pesadillas. Habló de nuevo, susurrando más que hablando. Un susurro enérgico y fuerte, un susurro casi amenazante.

- ¿Sabes lo que veo? Veo en ti el hombre que va a salvarnos de nuestra maldición.

En alguna parte de su cuerpo, Pregunta sabía o sabría que el anciano tenía algo de razón en eso.


miércoles, 16 de julio de 2014

Olbatse led orellabac la ragertne.

-Te dejaste esto en la taberna, chica. - dijo la silueta negra que se alzaba tras la antorcha, mientras sostenía un montón de libros y pergaminos con la otra mano.

Pregunta confundía sueños con realidad, y miró a sus lados para situarse: si las velas que había apagado antes de dormir seguían apagadas, estaba despierto. Si no, era un sueño.

Estaba despierto. La oscuridad aún le rodeaba, aunque la luminosidad de la antorcha que parecía flotar entre tanto negro alcanzaba a besar parte de su cuerpo, de rodillas para abajo. La voz que había hablado era ronca, como aquella que tienen las personas que han fumado demasiada pipa durante demasiados años, pero aún así, había algo de cálido en ella. La antorcha sólo desvelaba parte del torso y los brazos del hombre que se hallaba de pie frente a él, y la luz de ésta producía unas sombras en la ropa del hombre que danzaban frenéticamente, parpadeando inquietas.

Pregunta se levantó del suelo. Dos siluetas ennegrecidas se hallaban la una frente a la otra. Pregunta intuyó que el hombre no era más que el tabernero o un simple camarero que había terminado de echar a los borrachos de medianoche de su establecimiento, se había fumado una pipa, había recogido y limpiado todos los muebles y cubertería, y, mediante el transcurso de esas tareas, habría descubierto, muy a su pesar, una tarea añadida: la de devolver unas propiedades abandonadas a su despistado dueño. Probablemente habría observado durante su turno que Pregunta era el único que leía, y al ver los libros y pergaminos en la mesa mientras recogía, habría supuesto que le pertenecían a él.

Pregunta no recordaba haberse dejado ningún libro ni pergamino dentro de la taberna. Antes de acordar dónde se hospedaría ésa noche con uno de los encargados, había recogido las dos botellas que había rellenado de tinta esa misma mañana, sus libros y pergaminos y había ido cargado con todo hacia el establo, liderado por el encargado, un hombre viejo y rural con canas y pelos blancos saliendo de sus narices, que había formado un gesto entre sorpresa, asco, curiosidad, fascinación y miedo al oír que Pregunta quería dormir junto con su yegua.

-¿Que quiere dormir con su yegua? - dijo nada más escuchar el deseo de Pregunta. - Esa sí  que es una manera extraña de llamar a su mujer, amigo.

Estalló en risas, esperando a que Pregunta negase que a la yegua a la que se refería, era una yegua de verdad.

Pero Pregunta mantuvo silencio, levantando levemente la comisura del labio, prueba suficiente de que, por  raro que pareciese, quería dormir sobre un montón de paja junto a su yegua.

-Ya veo... - dijo el encargado tras el silencio revelador y negativo de Pregunta. - Bueno, hay gente para todo. Conocí a un borracho una vez, en este mismo lugar, que aclamaba que gozaba de yacer junto ninfas. Ya ve usted. Un loco que se acostaba con flores afirmando que eran bellos seres mitológicos. Dice que dormía en los bosques, y a poco rato de tumbarse, ya tenía a más de una docena de ninfas sobre él, besando cada parte de su cuerpo. Un auténtico loco. Por eso no bebo, ¿sabe? Enloquece hasta a la mente más brillante. ¡Já! Locos. Pero bueno, ¿quién soy yo para juzgarles, cuando soy el que rellena sus vasos y compra sus venenos para que puedan enloquecer con ellos? Nadie, nadie... - el hombre encogió los hombros, con una distracción en sus ojos que parecía querer averiguar qué clase de loco era ése que escogía dormir sobre tierra antes que sobre una cama bien preparada- ¡Una cama más que puedo vender a esos borrachos! Sígame, sígame, por aquí está el... El establo, sí. Allí dormirá usted con su... Con su yegua, sí... - dijo, a la vez que se la apagaba el volumen de la voz, tratando de asimilarlo.

Y Pregunta lo siguió, cargado de todo con lo que había venido. No pretendía permanecer mucho en la villa, lo que le había permitido viajar ligero. Tan sólo armas, monedas, libros y pergaminos. Y Respuesta, claro.

Pero el hombre que estaba frente a él no era el mismo que le había guiado hasta el establo. No tenía su voz. Tampoco debía haberle conocido, porque no le identificaba de ningún modo, y la falta de luz no ayudaba a ésa tarea.

Pregunta se agachó a por las velas y la encella, una sustancia que parecía un polvo denso de color ceniza, que al entrar en contacto con la cera de las velas, prendía.

Anticipando su movimiento, el hombre que aún seguía ahí parado  alzó la voz.

- No te molestes chica. Hay luz dentro de la taberna. Acompáñame.

El hombre hizo ademán de salir del establo, pero esperó hasta que Pregunta llegase a la conclusión de que debería fiarse de aquella sombra y se acercase a él. Había algo en ésa silueta negra que hacía que Pregunta no se sintiese amenazado por el aura misteriosa que una silueta débilmente iluminada por el fuego creaba. Acarició a Respuesta antes de disponerse a salir y se acercó al hombre, pero siguió sin ver su rostro. Se había dado la vuelta para atravesar la puerta del establo.

- Por cierto, - dijo Pregunta - no soy una chica.

El hombre se paró en seco, y,como consecuencia, Pregunta también lo hizo. Las pisadas dejaron de sonar contra los tablones de madera colocados desordenadamente, creando un montón de vacíos que hierbajos y otras flores pequeñas aprovechaban para crecer con mayor libertad. Pregunta vio como el hombre, un poco más alto que él, giraba lentamente la cabeza hacia la derecha. La luz de la antorcha que les guiaba a los dos iluminó una nariz prominente y un pelo gris muy recortado, así como una barba de gran frondosidad. El hombre movió los labios, y del movimiento, vino el sonido.

- ¿Ah, no? ¿Y qué clase de chico lleva el pelo largo como una mujer?

Un sonido arrogante y con complejo de superioridad. Pregunta empezó a arrepentirse de haberle seguido.

Atravesaron el mismo pasillo oscuro y sucio con olor a roca húmeda que había cruzado Pregunta cuando había sido guiado por el encargado sorprendido. Al llegar al final de ése pasillo, subieron casi a ciegas tres escaleras, y sólo Pregunta entorpeció al subir la tercera, lo que le hizo perder el equilibrio y estar a un canto de gallo de caerse al suelo con la frente por delante. El tropezón causó un ruido que hizo eco en lo que pareció ser todo el mundo en ése instante tan silencioso.

<Genial. Eso alimentará su complejo y su ego.> pensó Pregunta, ligeramente acalorado y enrojecido por su inesperada torpeza, y agradeció que no hubiese mucha luz en ése instante.

Los tres escalones daban a una puerta, la cuál daba a un salón de taberna muy diferente al que había visto Pregunta horas antes. En vez de un montón de hombres hechos y derechos alcoholizados esparcidos por todas partes, derramando cerveza y alzando sus voces por encima del techo de madera del lugar, había un montón de mesas y sillas recogidas, ordenadas y limpias, que hacían de toda la taberna un lugar mucho más espacioso. En vez de manchas de pinta, vino y calentador en la barra y las paredes, había un inmueble pulcro y casi reluciente. En vez de mujeres bellas con sus faldas recogidas y sus mofletes enrojecidos, expandiendo sus risas que pretendían ser inocentes, había un silencio y un vacío abismal.

El ruido del choque de los libros y pergaminos contra una mesa de madera roída devolvió a Pregunta al momento, lo que le devolvió a la incertidumbre de quién era la silueta guía.

El hombre que le había despertado de un sueño que no había empezado aún resultaba ser un hombre muy corpulento, vestido con dos tiras de grueso y ancho cuero que sujetaban una barriga prominente. La cerveza y el alcohol hacía sus pinitos en un cuerpo grande de por sí.  Pero lo más característico no fue ni su barriga, ni sus brazos enormes y tatuados, medio desnudos, vestidos con una tela fina blanca y remangada hasta casi el comience del hombro, ni sus piernas igualmente robustas y abultadas, llenas de pelo negro y grueso, vestidas hasta las rodillas por unos calzones de tela amarillenta y opaca, si no las múltiples cicatrices de su cara que marcaban frente, mejillas, orejas, nariz, ojos y boca por igual. Bajo tanta cicatriz se escondía un rostro experimentado en muchas vivencias, seguro de estar seguro, y unos ojos azules brillantes con párpados caídos en el extremo más lejano al lacrimal.

Sin duda, era un rostro interesante.

Tan interesante que Pregunta, sin darse cuenta, se quedó mirando al casi gigante, gordo,rasurado y marcado por cicatrices suficiente tiempo como para que éste se percatase y le devolviese una mirada que inspiraba algo muy lejano a la amistad o mutua curiosidad.

En un intento de disimular su patosa incertidumbre por el rostro de un desconocido, se dirigió nerviosamente hacia la mesa donde reposaban los libros y pergaminos.

Había tres libros y cuatro pergaminos. Todos los libros tenían la tapa del mismo color y tamaño, excepto uno que era notablemente más grande. Los pergaminos parecían consumidos por las llamas levemente en las esquinas y los bordes.

Cada libro estaba enumerado en la portada, sólo que los números no cumplían un orden lógico. Marcados con rayas grises que habían perforado débilmente las tapas. En uno, había una especie de J, en otro, algo que parecía una Y al revés, y en el otro, dos D, una al lado de otra, pero la de la izquierda miraba al lado opuesto que el de la derecha.

Los pergaminos estaban escritos y tenían dibujos a primera vista ilegibles sobre ellos. Los garabatos le recordaban a su nuevo tatuaje intencionado del brazo y la mano, que, cuanto más  lo miraba, más le parecían las nubes que tanto le gustaba observar. Solo que las de su brazo eran negras, y las del cielo, blancas.

Pregunta sonrió.

Se moría por saber qué escondían esos libros, pero no los había visto en su vida. ¿Por qué dárselos a él? ¿Por qué no mirar si tenían escrito un propietario al que devolverlos en caso de pérdida? Tampoco había visto al hombre que le había despertado y que estaba tras él ahora ni la noche ni el día anterior. No entendía nada. Abrió uno de los libros para entender.

En el primer libro, el de la J, vio unas letras parecidas a las del pergamino, y los mismos garabatos, y dibujos parecidos. En el libro de la Y al revés y las dos D, igual.

Volvió a mirar en los tres.

Nada.

Miro a través de la ventana  que había frente la mesa. Había  tan poca luz en su cerebro como fuera de la taberna. En el reflejo del cristal grueso, vio al hombre ahí parado, sirviéndose una cerveza, mirando a las musarañas.

Volvió a bajar la vista hacia los tres libros y los cuatro pergaminos.

Nada.

Los sacudió. Un montón de trozos de pergamino pequeños cayeron de repente de todos los libros. Pregunta se sobresaltó. Había algo escrito en ellos. Todos tenían escrito lo mismo.

Olbatse led orellabac la ragertne.

Al principio Pregunta no entendió nada de lo que había escrito, pero luego, al levantar uno de los trozos hacia arriba para verlo con más luz, vio en el reflejo del cristal el mensaje:

Entregar al caballero del establo.

Notó en su interior el respingo.

- ¿Quién le envía para que me mande estos libros? - inquirió Pregunta, ligeramente sobresaltado.

Se giró a la vez que formulaba la pregunta para ver al hombre de las cicatrices.

Pero sólo vio la taberna, y un vacío superior al que había sentido al entrar.

domingo, 6 de julio de 2014

Sombras.

Había calor en vez de aire, y miles de olas de fuego abrazaban una ciudad inmensa, que antaño fuese reluciente en su palidez, de pura blancura en la cima de los edificios y de barro y lodo en los pies de esta, pero siempre viva, ajetreada, ocupada y vociferante. Sólo veía tales rasgos en relámpagos de luz que recordaban lo que una vez había sido lo que ahora ardía, divisaba tales imágenes en el nimbo denso y extenso que ocupaba el cielo pintado de negro sobre la realidad presente de la ciudad. Una realidad de carbón, cimientos al rojo vivo, estelas de llamarada que se agarraban los cuerpos de la gente que, sin éxito, trataba de huir de la más cálida de las muertes. Las llamas les perseguían, volaban tras ellos, rugiendo ése idioma especial del fuego, tan cálido, destructor y agresivo, y, a quién alcanzase, no le soltaba, abrazándole con ardor romántico entre sus brazos abstractos, hasta que, lo inevitable llegaba, y el abrazo les consumía entre gritos, calor y espanto. Pregunta miraba desde lo alto, y vivía el incendio que venía del cielo para inundar el suelo de una forma extraña. Sentía el fuego dentro de él, pero cuánto más trataba de liberarse de ése mar en su interior, más incendio había bajo él. Bajó desde las nube unánime que componía el cielo, en ímpetu instintivo de ayudar a mitigar el sufrimiento que una visión más amplia y nítida de lo normal le otorgaba. Era él, pero no estaba en su cuerpo, aunque eso no le impedía ayudar.

Al bajar y contemplar de cerca el averno que representaba la ciudad en llamas, movió las manos, agitándolas, aunque no alcanzaba a verlas, en intento de producir señas para que la gente atrapada en fuego supiese que en él había ayuda, pero surgió el efecto contrario: los hombres, las mujeres, los niños, las niñas, los animales huían de él. No importa quiénes fueren o quiénes pretendiesen ser: caballeros, soldados, asesinos, ladrones o pícaros... Todos huían. Incluso Respuesta, cuya expresión de horror era peor que toda la escena junta. Pero él no desistió. Tras comprobar que no era suficiente mover los brazos, alzó la voz, rasgando la garganta, abriendo la boca con fiereza que rozaba lo salvaje, notando una cantidad desbordante de aire amontonándose en el vacío que había creado la apertura de sus fauces. Fue a gritar, pero algo gritó más fuerte, y más salvaje que él, y seguido del grito fue otra oleada de llamas de una fusión de colores naranja, azules, moradas y negras, que pasó tan cerca de él, que pensó que le había rozado. La fuente del monstruoso sonido procedía de un lugar también próximo a su posición, y pareció implícito que sendos llamas y rugido iban de la mano.

<Eso ha estado cerca> pensó, y alzó los brazos para cubrirse, tapándose la cabeza, dirigiendo la mirada hacia el suelo de arena blanda ennegrecida y esculpida por los miles pasos de horror que contaban el deseo de huir, el deseo de sobrevivir. En el suelo vio algo que le aterró, algo monstruoso, algo inhumano, algo sobrenatural. Unas sombras de color gris bailoteaban, nublando la unanimidad de los colores brillantes y oscuros que brillaban por la nívea luz del cielo encapotado. Unas alas que parecían de un murciélago gigante ensuciaban la luz cegadora, pero el miedo a esas alas cegaba aún más. Las alas debían estar sobre él, pues justo le tapaban y ni siquiera pudo ver su sombra. Fuera lo que fuese lo que había allí arriba, era incluso más grande que la ciudad entera que moría ante sus ojos mejorados, abrasada lentamente. El miedo destruía la esperanza, y los ojos de Respuesta vieron imágenes nublosas sobre las paredes de las construcciones: sombras de cuerpos que se apuñalaban en el vientre, cuerpos que colgaban de un nudo de soga, cuerpos que se abrazaban a otros cuerpos de diferentes tamaños antes de tirarse al vacío,  cuerpos que yacían, cuerpos que morían, cuerpos que corrían en un intento inútil de huir y cuerpos que huían no corriendo, si no huyendo de su vida para no sufrir la muerte que esa sombra colosal parecía ansiar entre sus alas.

Pero la curiosidad y cierta porción de instinto de valentía le conquistaron, y miró hacia arriba para enfrentarse a la mayor amenaza a la que podría enfrentarse nunca.

No vio nada. El cielo seguía iluminado por una luz de un amarillo tan pálido que casi era blanco, difundida por una nube inmensa que cubría todo el mundo. Fuese lo que fuese, lo que hace unos instantes estaba allí arriba, sobre él, había desaparecido. Siguió mirando al cielo, y al poco tiempo pareció evidente. La amenaza se ocultaba por encima de las nubes.

Pregunta ascendió. Al principio, más alto que los humanos y animales. Luego, más alto que las ruinas de la ciudad. Después más alto que los árboles. Más alto que los bosques. Más alto que los montes. Y después más alto que el cielo. Pregunta nunca había volado ni levitado despierto, pero no porque ahora lo estuviese haciendo por primera vez, iba a resultar menos natural. Olvidó por un momento que iba tras algo, se distrajo mirando las nubes bajo él y el cielo sobre él. Pero al mirar a los lados se acordó de qué perseguía. Estaba a su lado. Al otro lado, también. También detrás suyo. Pregunta era un dragón. Un dragón asesino.

Él era lo que perseguía.

En cuanto se dio cuenta, su mente se colapsó, y perdió el control de su cuerpo mil veces más grande que la ciudad que acababa de destruir. Y cómo había ascendido, comenzó a descender. Todo pasó en menos de u segundo, y el mar de nubes no fue lo suficientemente denso como para salvarlo de la caída. Iba a morir. Antes de chocar contra el suelo, fue capaz de distinguir una figura familiar, pero no conocida, dos grandes óvalos naranjas y negros con motas azules y moradas, que no eran más que sus ojos reflejados en un charco del suelo, formado por la espontánea lluvia.

El impacto contra el suelo le despertó de inmediato. Seguía en el mismo sitio en el que recordaba haberse dormido, sobre la paja del establo, junto a su yegua, que le miraba preocupada. Se alejó de ella para no hacerla daño, arrastrándose por el suelo con fiereza, asustado de él mismo, y cogió el hacha que reposaba sobre la madera de la habitación de ambos y la alzó para que cayese sobre su brazo. Respuesta se elevó sobre sus patas traseras, relinchando, aterrorizada por la inusual actividad ofensiva de Pregunta hacia sí mismo.

El acero afilado estaba a punto de cortar de una vez su carne y su hueso, pero reparó en que ya no era su sueño, y su brazo era su brazo, y no todo escama y garra. Tiró el hacha al suelo, justo a tiempo, removiendo ésta el barro seco y levantando polvo al frenar sobre la tierra. Pregunta respiraba con rapidez y de manera intensa, pero se fue relajando conforme se hacía a la idea de que ya no era un dragón. Uno no se despertaba de la irrealidad lógica de un sueño solamente con abrir los ojos, pero el sueño seguía vivo hasta que la realidad aplastante lo hacía añicos entre sus manos. Respuesta  se acercó a ella, la yegua, también más sosegada, con el cuello gacho, acariciando con cariño su hocico contra la cara de él, que sudaba. La imagen del fuego se fue disipando, reemplazada por la de un establo de madera carcomida con dos habitantes, así como la imagen de la yegua tratando de calmarle, y no consumida por el fuego que él escupía tras cada bocanada de aire. Era de noche, y los carcrajos verdes -unos insectos de gran tamaño que producen un sonido parecido al acero raspado por la noche- que chirriaban a toda voz eran la prueba irrefutable de ello.

Pregunta fue de nuevo a su cama -un montón de paja mal dispersada a lo largo del suelo- colocada al lado de la yegua, rodeada de tres lumbres encendidas, que empezaban a agonizar por la cera que ellas mismas habían producido. La visión del fuego le espantaba en ése momento, y con un soplido desganado pero intenso, las tres llamas se inclinaron, y se fusionaron con la oscuridad.

El hombre acarició a la yegua, la besó en la frente y se acostó entre la paja sucia, deseando no volver a soñar con fuego.

Abrió los ojos para disfrutar de la visión de la oscuridad fría de la noche, fascinado por esa sensación que se experimenta cuando la lucidez te permite darte cuenta de que, en completa oscuridad, abrir o cerrar los ojos te da el mismo resultado.No pasó mucho tiempo hasta que se hizo la diferencia entre los ojos abiertos frente a los ojos cerrados, cuando, tras la luz de una antorcha que ardía con fiereza, una silueta sombría se hallaba alzada frente a él, tan sólo a unos pasos de distancia.

jueves, 3 de julio de 2014

Excéntrico

La aldea más cercana, a juzgar por los mapas, estaba más allá al norte del Valle de Colinas, un extenso terreno, de nadie más que de aquel que lo frecuentara - que no eran muchos a juzgar por la ausencia de sonidos humanos durante todo el día  y toda la noche - rocoso y verde al mismo tiempo, con numerosas cuevas y agujeros, unos muy recónditos, que ni a simple vista se veía dónde acababan, y otros más superficiales, que podrían ser considerados modestamente hoyos de piedra. El Valle se prolongaba desde la guarida de Respuesta y Pregunta hasta 78 kilómetros a lo largo, y, a lo ancho, se extendía con libertad y tapujo por zurda y diestra conquistando campo con maestría y elegancia campechana, hasta la llegada del Bosque a la derecha y la cordillera a la izquierda. Los tonos verdes de la hierba, negros y grises en las rocas sobresalientes del subsuelo con aire tímido y naranjas tirando a marrones de los reflejos que arrancaba el Sol de cada centímetro de superficie terrestre, ataviaban el paisaje con un vestido suave, liso y refrescante, que al bufar los vientos, mecíase con sublime parsimonia, susurrante, y junto a los cantos de los pájaros y los mensajes aéreos y secretos de las brisas remotas, asemejaban un habla sabía, pausada y efervescentemente tranquilizadora. 'Sssssssssssssssssssssssssssssss', susurraban al mundo con suavidad las hierbas, que en manos del viento, eran un mar de verde y brillante naranja. Y Respuesta y Pregunta escuchaban, al tiempo que se dirigían al ártico del Valle.

Respuesta llevaba cargadas al lomo dos bolsas de tela gruesa, de color beis con adornos negros roídos por el tiempo: una pequeña con el frasco de tinta vacío, un fajo de pergaminos amarillentos, plumas y su libro con cientos de páginas aún en blanco; otra considerablemente más grande, con un puñal pequeño, libros y monedas de cobre y plata. No era lo que se dijese lord de una región, pero dinero nunca le había faltado para lo que él consideraba necesario. A veces si que podía echar en falta alguna que otra porción elevada de monedas plateadas, sobretodo por la cantidad de condenados trozos redondos de metal tintineante que había que pagar por transporte para un hombre y una yegua hacia las regiones e incluso países más lejanos, aquellos que ninguna clase de pata, no importa el número ni la fuerza que poseyesen, podía alcanzar sin haberse desplomado de cansancio o enfermedad antes.

¡Había tanto territorio! ¡Tanto hijo de la Madre por conocer! Tanto era, que Pregunta podía pasarse horas enteras, días e incluso semanas con los sentidos ausentes, sedados, perdidos en una lejanía casi metafísica. Aquella que por su lejanía y la dificultad que supone alcanzarla, parece imposible, un sueño, una fantasía, una  cruel broma contada por los mapas y libros de travesías memorables. Eran sueños que existían en la dimensión física del universo, y, cómo tales, hacían soñar a Pregunta con los ojos abiertos.

Pero como iba diciendo, lectores míos, Respuesta andaba con ímpetu de elegancia, pero con cierta torpeza al cargar con las dos bolsas, de peso distribuido de manera desigual. Al reparar en ello, Pregunta, que caminaba a la vera de la yegua, cercano a su lomo, liberó al animal del peso más elevado que ésta soportaba, atando las finas cuerdas que servían para abrir  y cerrar la bolsa a la parte anterior del cinturón de su armadura, que rodeaba su torso por delante y por detrás, en forma de X, de manera que, al cargar el peso en la espalda, resultase menos molesto de cargar. Además de la bolsa pesada, llevaba adjuntadas al cinturón dos espadas cortas, enganchadas mediante un nudo prieto y firme a la parte posterior del cinturón más cercana a las axilas, sobre ambos pectorales, que usaba más que para matar, para escalar; una espada larga que colgaba desde la parte izquierda de la cintura hasta los tobillos, un bolsillo más pequeño con monedas y algunas notas que podrían ser de relevancia y utilidad (relativas sobretodo al entorno en el que se encontraba, sus virtudes y peligros, recuerdos, pensamientos, acontecimientos o descripciones), notas que le gustaba tener a mano. A la espalda cargaba con un hacha de tamaño mediano con forma de rectángulo aplastado de manera forzada por los lados horizontales, cuyos bordes laterales afilados coincidían con el final de sus dos omóplatos, y cuyo mango tenía tallado sobre oscura madera de nogal detalles de hojas de diferentes árboles perennes y exóticos del mundo y, al final de éste, se podía diferenciar la silueta de unas alas de águila plegadas al máximo tras la cornamenta de un ciervo, con una serpiente enredada entre sus astas. A Respuesta  le pareció un hacha  preciosa desde el primer momento que la vio en la tienda hecha de ramas de árboles ola de Hojarasca, cuyo nombre verdadero era Ozh Jrasshk, que, al ser razonablemente complicado de pronunciar, debía ser abreviado, y bueno, la abreviación más evidente y menos imaginativa era aquella que sonara lo más parecido al nombre real. Y así fue como Ozh Jrasshk obtuvo su apodo. Ozh Jrasshk, Hojarasca, era un tipo viejo con espíritu joven, de carácter refunfuñón, irascible, temperamento herviente y ojos despiertos y pies ágiles, que adoraba una religión antigua y supersticiosa que creía con firmeza en el destino, en la no-casualidad, la reunión con la naturaleza y las premoniciones. Era ex-habitante de la antigua villa de Pregunta, pero la había abandonado por detestar toda agrupación de seres humanos o construcciones producidas por ellos, dirigiéndose a la profundidad de Madera Oleada, un bosque cercano a la villa de su infancia, conocido por sus árboles de ramas gruesas pero frágiles que crecían haciendo grandes curvas y parábolas, las cuales utilizó Hojarasca para construir su nueva casa forestal.

Pregunta frecuentaba las visitas  a Madera Oleada y a Hojarasca. No llegaron a ser amigos como tal, pero si buenos conocidos: compartían con el tiempo más y más momentos extensos, en los que charlaban de religiones antiguas, las cuales se ajustaban más al instinto religioso de Respuesta que cualquier religión de su época, naturaleza, lugares por explorar, muerte, el cielo, las ciudades, armas, leyendas... Y se intercambiaban libros. Muchos libros. A veces Hojarasca se empeñaba en probar que mejoraba con sus poderes premonitorios utilizando a Pregunta como conejillo de indias. El hacha que colgaba de la espalda de Pregunta había sido fabricada por Hojarasca, pero era suya ahora gracias a una premonición instantánea que conquistó la cabeza del anciano tras una de sus reiteradas reuniones. Pregunta la estaba acariciando con los dedos, admirando su perfección rural, los detalles, las ramas y hojas entrelazadas, los animales... Cuando Hojarasca empezó a agitarse, sacudido por una visión.

-Cógela. Es tuya. Era tuya desde antes de que la fabricase. - recordaba haber oído decir a Ozh Jrasshk mientras se frotaba los ojos tras las agitaciones, aunque aturdido por la ´´visión``, sentado desde un rincón de su tienda.

Y él lo hizo. Se la cargó a la espalda, y desde entonces la lleva consigo. Nunca se estableció un vínculo de amigos entre ellos, aunque eso no significa que el vínculo que entre ellos naciese tiempo remoto, fuese menos fuerte. Tenían mucho en común, y compartían lo que el otro desconocía.

Hasta que un día, Hojarasca no estaba. Se había dejado todos los libros, las armas, las anotaciones, los poemas, las reflexiones... Todo, excepto su bastón de ramas contrastadas, unas más oscuras y otras más claras, entrelazadas unas con todas las demás. Era un bastón precioso, casero, rural, como todo lo que tenía el anciano, pero era lo único que faltaba.

Respuesta no tuvo entonces ni idea de a dónde había ido Hojarasca, ni tenía idea de a dónde le habían podido llevar su religión y sus predicciones. No la tenía entonces ni la tenía ahora. Sólo sabía que gracias a él y su manera de esfumarse, desde entonces tuvo más libros sobre naturaleza, misterios y religiones antiguas, armas, anotaciones útiles, poemas, reflexiones e investigaciones del mismo Ozh que Pregunta  pensaba desentrañar en su vejez, con el culmen de su sabiduría y experiencia. Muchas de estas cosas le habían servido hasta entonces, pero muchas más le servirían a partir de ahora.


Faltaba poco para llegar a la Aldea, Pregunta  y Respuesta habían comenzado la marcha dos días y medio atrás, parando sólo para comer, desayunar y dormir. Para variar, el viaje no había resultado pesado gracias a las constantes divagaciones de Pregunta y a la compañía de Respuesta, pero ahora que se veía con claridad la aldea sombreada por el anochecer, acercándose más y más a ellos, el tiempo parecía pasar más despacio, y la impaciencia pudo con el aguante de Pregunta: se subió de un salto a la yegua, y con un leve azote en la grupa, la yegua rompió a correr hacia el firmamento roto por las siluetas cada vez más negras de las viviendas y construcciones de todo menos uniformes y regulares de la aldea algo que había estado deseando hacer desde que habían partido de la cueva. Desató la bolsa pequeña del otro lado del costado de Respuesta, se la puso en la entrepierna, para evitar que se cayese, y, dirigiendo la mirada al horizonte, calculó que aún faltaría una hora por llegar.

Pregunta se inclinó para reposar su agotada cabeza sobre la crin de Respuesta. Se le cerraban los ojos, pero, dentro de los bordes semi ovalados que creaban sus párpados arriba y abajo, cubriendo más de un tercio de su globo ocular, creyó ver algo.

Un fuego. Una silueta pálida y delgada, humana, encorvada junto a la hoguera. Dos ojos marrones amarillentos parecían mirarle desde la lejanía, pero, a la luz del fuego, parecían dos círculos de luz naranja y chispeante.

-Debo estar soñado.

jueves, 29 de mayo de 2014

PreMonitorio.

Ya hacía casi un mes desde que habían llegado, y la cueva se había convertido en un nuevo hogar para los dos. La cueva oculta les había proporcionado todo el confort que una guarida natural podía proporcionar, incluso más de lo que uno habría podido imaginar: Pregunta tenía cúmulos rocosos en los que escribir y dormir con pasmosa comodidad, lo que satisfacía con creces las necesidades y caprichos básicos del humano, y Respuesta no había tardado más de una hora desde que hubieran llegado en procurarse un recoveco en el que descansar. Tanta paz, armonía y seguridad respiraban las rocas que revestían la cavidad del cerro elevado, que hasta la yegua, casi siempre intranquila y alerta, se permitía el lujo de descansar sobre su costado derecho, encajando sus cuatro patas negras como el azabache con atisbos rojos y delgadas líneas blancas al llegar a los cascos y reposando su cabeza musculosa con un rombo blanco dibujado entre sus ojos, grandes, profundos como su nuevo hogar, y ante todo expresivos sobre el liso suelo color crema oscurecido por motas negras, carmesí y azul océano de brillo casi mate. El contraste parecía una pintura expuesta en la mejor galería de la familia más noble de la Ciudad. Y sin ser todas esas ofertas naturales y gratuitas suficientes, desde cualquier punto del pasillo oriundo de la montaña construido por la Madre, el foso horizontal obsequiaba a sus inquilinos con unas vistas dignas del Olimpo. A todas horas, yegua y hombre gozaban de la dicha del espectáculo congénito e improvisado de la naturaleza, el dibujo maestro de los cielos, las nubes, las luces, las extensas llanuras, las picudas montañas...

Ésa tarde el cielo se presentaba con nubes de contrastado perfil, el blanco del algodón inmenso de la bóveda celeste se separaba en manso ímpetu de las sombras de sí mismo, y a su vez del color añil del cielo, que ya empezaba a colorearse naranja mientras abrazaba de manera arrulladora y casi agresiva el borde las montañas y los campos.  En especial, una nube en forma de aro que, con imaginación y vista amansada y tranquila,  como era la de nuestro protagonista, parecían un ojo en el cielo, con el cielo dentro. Toda una obra maestra de poesía no escrita.

Y como así  era, Pregunta no dudó ni un momento en aprovechar el tiempo que quedaba de luz para, de la manera más fiel que le fue posible, describir la escena, mientras Respuesta pastaba un poco más abajo del cerro, a unos 200 pasos.

Cuando terminó su requerimiento artístico interno y tras un endeble e infiel intento de dibujar la pose celeste tan poco merecedora de aquella pésima patraña visual, observó dos cosas con flaca decepción la primera, con más pesar la segunda: la primera, se había manchado de la imborrable tinta negra la mano izquierda y parte del antebrazo derecho. La segunda,  se estaba quedando sin tinta. Lo poco que le quedaba la había malgastado en el fallido intento de arte visual y en sus dos nuevos, improvisados e indeseados tatuajes.

-Tendré que comprar tinta.

Suspiró, con cierta parsimonia y disgusto, en voz baja para sí mismo y para cada rincón, pico, costra y piedra redondeada de la galería subterránea que era su casa. La cueva le respondió con difuminado eco.

La Luna estaba a punto de nombrarse regente del reino celeste, y sólo un atisbo de pálida luz morada alcanzaba las partes más menguadas de las esculturas verticales de piedra y roca, en las cuáles, casi de la nada, se alzó la sombra de un perfil robusto y elegante de cuatro patas, panza, crin y cabeza en reposo ennegrecido por el anochecer. Respuesta aguardaba ahora a unos metros de la puerta redondeada de la cueva, y su grupa, crin y parte posterior de sus patas brillaban con reflejo macilento,  indicio de que la Luna se sentaba en su trono oscuro y flotante, cada vez más alto.

-Casi me olvido de que seguías ahí fuera - dijo Respuesta sonriendo con voz plácida - como siempre eres tan silenciosa y tranquila aquí...

Hasta el silencio de la cueva hizo ver a Pregunta que acababa de excusarse de la manera más estúpida posible. La presión del silencio profundo y redondeado le hizo volver a hablar sólo.

- ¿A quién intento engañar?  - repitió, ahora con un tono de voz más anímico y una sonrisa más amplia, casi dejando escapar una sigilosa carcajada - Perdona...

Otro silencio, pero éste menos desolador. La miraba a los ojos a pesar de estar a treinta pasos de la entrada de la cavidad, desde las profundidades, ahora sumidas en la oscuridad más leve, dilucidando el perfil de la yegua contra el fondo morado y azul marino oscuro de la nocturnidad, pero pronto anochecería y ni las sombras podrían huir de la oscuridad.

- Estaba absorto contemplando las sombras en la pared de la caverna - continuó. Se rió con la primera vocal mientras andaba hacia el exterior, para abrazar a la yegua y pasar adentro de nuevo, esta vez, con un brazo acariciando su crin ensuciada por el polvo de la cueva.

Cuando ya estuvo fuera, mientras mantenía su cabeza apoyada sobre la de ella, rodeándola el cuello en forma de abrazo, paseando los dedos por sus cortos pelos negros, como si de un gladiador rozando las espigas se tratase, avistó al fondo, a unos kilómetros, una forma humana, que avanzaba hacia la cueva, encorvada, superando las rocas que se interponían en el camino de llegada, intentando ocultarse en las sombras. Pero aún no había anochecido del todo, y el mundo aún no era un mundo de sombras. Se veía cómo alcanzaba, entorpecido, balanceando lo que parecía una larga melena blanca, enredada y sucia a cada paso que daba hacia la cueva, propiedad no firmada ahora de sendos yegua y hombre.

Hasta que desapareció entre las sombras que la Luna no llegaba a desenmascarar.

-Supongo que ha anochecido del todo. -susurró a Respuesta, en cierto modo intranquilo, a la vez que la daba un beso entre los ojos, justo en el rombo blanco. Parecía que un copo de nieve se había fundido en frío y calor en su frente, pues incluso en la oscuridad se notaba lo níveo del intermedio de sus dos ojos.

Ya dentro, con Respuesta adormecida, acurrucada en su rincón, encendió una lumbre sin armar escándalo -para no atraer la intranquilidad de Pregunta ni la asistencia de indeseados- con la intención de recoger el desastre de pergaminos y plumas que se había olvidado de recoger. Al acabar, armado con una lanza poco más pequeña que su cuerpo, echó un vistazo al exterior para comprobar que nadie se hallaba cerca de la cueva. Si había que defenderse derramando sangre, que así fuese. Pero no sin preguntar antes.

Durmió agarrado al frío férreo de la lanza.

Soñó con un gran ojo naranja, llameante de rabia y maldad elegante.

-m-

martes, 27 de mayo de 2014

Pregunta II

A la luz de una lumbre protegida por cuatro paredes de cristales sucios y ligeramente fragmentados por las esquinas, sacó dos trozos de pergamino y una bolsa de tela rugosa con dos plumas envueltas en papel amarillento y desgastado, y con ellas, otra bolsa de mayor tamaño de la misma tela que la bolsa de las plumas, de un color marrón viejo, y sacó de su interior un frasco redondeado de vidrio grueso con tinta negra color cuervo. En el interior de la caverna había todo tipo de rocas: rocas abruptas y puntiagudas, piedras llanas y curvas, y en una cantidad muy reducida, piedras lisas como madera pulida que bien podrían ser  la mesa de trabajo de un escriba. Era idóneo para que Respuesta escribiese sus memorias antes de que se desvaneciesen. Antes de que los detalles más significantes de su vida llena de experiencias se desvaneciesen, reemplazados por otros más recientes, antes de que el pensamiento más fugaz se fuera en un viaje a la nada con el viento, antes de que cualquier detalle físico y metafísico de una vivencia muriese sucumbiendo al paso del tiempo, antes de perder cualquier detalle... Apuntaba de todo, desde cómo sonaba un canto de mirlo a mediodía en diferencia a media tarde, hasta que había sentido y pensado al estar dentro de una desconocida usurpadora de yeguas que bien podría ser una asesina. Apuntó de todo a lo largo de su vida: la dirección del establo donde se hallaban sus animales favoritos, entre ellos Respuesta, el color de los árboles que crecían al lado de su casa de la infancia, las expresiones en los ojos de su madre y la posición de manos de su padre... No desconfiaba de su memoria, pero a veces le traicionaba.

Un amanecer, al poco tiempo de haber inaugurado su viaje en búsqueda de aventuras, sabiduría y encuentro con su yo interno, tras una velada en el insomnio,  no fue capaz de recordar su nombre. Como casi todas las noches, se habría preguntado cosas, y habría reflexionado,  pero esa velada fue tan intensa y abstracta que olvidó su nombre de nacimiento, por completo. Esto ocurrió hace ya tres años desde que comienza esta historia, y desde entonces, cada día se le presente un nombre diferente que bien podría ser el suyo, o bien podría no serlo... Pero a dónde iba, a dónde se dirigía, su nombre no importaba, y no era esta su intención, porque los árboles y los animales no te llaman por tu nombre, si no que directamente susurran al alma de uno, y le conquistan con mensajes en un idioma que no podemos entender, si no sentir.

Desde entonces, sus diarios de acontecimientos recientes se convirtieron en una recopilación de sucesos cercanos y de todos los acontecimientos lejanos y pasados en los que pudiera pensar.

De esta manera, se puso a escribir sobre los pasados cinco días: la llamarada en el cielo, el ojo naranja, su bautizo, la anciana, Respuesta perdida, el deseo de estar en el Bosque, la búsqueda, la mujer y su calor, Respuesta hallada, la sombra que oscureció sus expectativas de esperanza, la huida, el miedo y la duda,  incesante compañera y ése preciso instante, protagonizado por el sonido del extremo de la pluma rascando el pergamino estriado, y una pregunta que, desde la llamarada en el cielo oscuro, le daba punzadas en el interior de la mollera: ¿Recuerdas a dónde ibas ahora?

El fuego contra el frío había solidificado la confusión de sus intenciones: había quemado hasta las cenizas su certidumbre y había helado aún más la incógnita de su destino, de su trayecto, su meta.

Lo apuntó en el pergamino con una sensación incómoda soplando con fuerza en su cabeza. Respuesta relinchó desde el exterior, junto a la puerta de la caverna.

jueves, 1 de mayo de 2014

Respuesta I

Atardecía un cielo joven que parecía sonreír con luminosidad en su vasto rostro azulado y anaranjado. Las nubes más densas parecían pintadas con óleo en la línea del horizonte, rota en su lado inferior por montañas rocosas, de un color añil oscuro las más próximas, de color cobalto sucio y aclarado las que estaban en segundo plano, y la estela de las nubes más ligeras se mostraban difuminadas a lo largo y ancho de la bóveda celeste de color índigo y cítrico rosado. Parecían brochazos amplios e infinitos, y la totalidad del cielo era un cuadro paisajista que transmitía refinada tranquilidad. Los árboles, verdosos, hacinados unos detrás de otros, parecían el público silencioso del concierto de la naturaleza: susurraban secretos que sólo Gaia entendería, y se acariciaban zalameras en una lengua antigua y pura sus hojas, diciéndose palabras que el viento llevaba a los oídos de todo el entorno bucólico y sólo conquistado por el verde, el azul, los animales salvajes que tenían la suerte de correr y volar libres en vez de yacer en el plato sucio de algún señor de manos grasientas y regordetas, y, sobretodo las melodías congénitas de la tranquilidad.

Todo este pacífico e idílico reino de nadie observaban nuestro caballero y su yegua. ¿Alguna vez me he parado a explicaros el origen e historia de estos dos personajes principales de ésta humilde y casera lectura?

Sentado ante la escena del ocaso, Respuesta respiraba del aire que le adulaba el rostro con cariño y afecto, mientras recordaba, al mismo tiempo que el horizonte rocoso se tornaba del color de la sangre y el techo de la Tierra se oscurecía con apacibilidad, sus días, sus semanas, sus años pasados, que inexplicablemente habían decidido sobrevolar y llover en el interior de su cabeza, y, observando la delgada línea pálida y argéntea de la Luna Naciente, la tormenta de su vida y las gotas fluviales de sus acontecimientos empezaron a caer sobre su conciencia mansa y receptiva,  humedeciendo los contenidos que el cajón llamado memoria aguardaba, y lo que había olvidado aparentemente procedió a caer sobre él cómo inacabables y implacables gotas de aguacero de las que no podía resguardarse, salpicándole y empapándole de su propia historia...

Él, que apenas recordaba su nombre de nacimiento, y llevaba el que le había puesto el hombre de una taberna, era un niño-hombre de unos diecisiete años de edad. ¿Niño-hombre? Puede que en apariencia física fuera un fuerte y esbelto hombre, con cuerpo y expresión de caballero, ojos oscuros cómo la noche que regentaba sobre ellos, cabello largo hasta los hombros, ligeramente rizado, y del color de sus ojos con un toque rojizo perfilando la circunferencia de su iris, lampiño en cuerpo y tronco, pero en su cabeza todo lo reinaba la curiosidad e intriga digna de un niño y un filósofo, pues si estaba seguro de algo, había sido gracias a haber pensado sobre ello más de un día y más de mil noches. Todo lo demás eran intrigas, incógnitas, muchas equis posibles y miles de íes. Era pensar, reflexionar y asombrarse hasta ante lo más soporífero y cargante, hasta ante lo más ordinario y corriente. Era consciente de que existía, pero no conseguía figurarse para qué... Un campesino, para labrar las tierras, un ganadero, para criar animales, un mensajero, para transportar comunicados, un maestre, para aconsejar a sus lores, un caballero para protegerlos, un lord, para reinar y ser aconsejado, un príncipe, para esperar su Reino y ansiar gobernarlo, un Rey para gobernar y mantener a raya al reino, y un reino... ¿Para qué era un reino? ¿Para mantener a raya el demonio que se escondía en el reino personal de cada hombre, mujer y niño? ¿Era éso? ¿Era un reino una forma de protegerse de los individuos y sus demonios? ¿O de controlarlos? Todo el mundo creía saber que si no hubiese reinos el mundo sería un caos sin fin liderado por los impulsos egoístas de cada uno, ¿pero de verdad lo habían probado? ¿Quién había afirmado tal cosa? ¿Debían muchos sufrir una prisión casi inconsciente por estar establecida desde su nacimiento para que unos pocos pudiesen liderarlos por un camino que esos pocos deciden si es bueno y justo? La duda era la reina, el razonamiento, el rey. Pero entre toda esa razón, la pasión y los instintos quemaban las paredes de sus entrañas con llamas cálidas, que dibujaban sombras oscuras y candentes a lo largo de sus venas.

Él tenía el título de caballero, y los caballeros debían proteger a sus lores, y llevar a cabo misiones que se les asignaban. Eran gente fuerte y a menudo injusta con sus menores pero educada con sus mayores... Le había concedido ése título el señor de su ciudad natal, un hombre anciano y orgulloso, que ante todo, reconocía las virtudes, la fuerza y las habilidades. Antes de ser nombrado caballero, servía de escudero de un caballero varias veces curtido en batalla, fiero y apático, que pasaba sus horas y días frecuentando espectáculos de lucha - en los que se lucía y manifestaba con fervor y unas ganas enormes, como si de amar a una mujer se tratase - que apestaban a sudor y estúpida y vanal muestra de hombría. Murió por una rama de árbol que le cayó encima, mientras estaba en misión en el Bosque Mazo Marrón. De haber abierto un libro en su vida, habría sabido que ése bosque era conocido y temido a partes iguales por ser habitado de unos árboles cuya madera era tan fuerte que rompía las hachas de los que intentaban talarlos, y no habría tenido la osadía de cometer un acto tan ignorante como pasar bajo una de ellas en plena estación de otoño, cuando las ramas de los árboles mazo - así eran denominados comúnmente - mudaban, para crecer más robustas y fuertes unos meses después. Había visto cómo su cabeza quedaba aplastada por una rama del tamaño de un pasillo de cualquier castillo menor, y un grosor que era  más que los dos, caballero y escudero juntos y duplicados por cuatro. La sangre había salpicado las ramas del árbol y sus calzones blancos y rojos al rededor de la cinta que cubría sus tobillos. La verdad, no le había afectado lo más mínimo. No tenía muchos lazos con ninguna persona, y menos con el bruto y sobre musculado de su caballero. Nunca le había caído agradable desde que le dio un libro para que leyese y el muy idiota había empezado a leerlo del revés. Curiosamente, el libro que le había entregado se titulaba 'Historias Fidedignas y Leyendas de Bosques, Animales y los hijos de Gaia.' Era de sus libros favoritos, ya que le hacían soñar con tierras inmensas, tierras de nadie, pacíficas, amables y justas, siempre gobernadas por las leyes de la creadora, de Gaia, de la Tierra, su madre. 

Tras ése acontecimiento, Respuesta había tomado una decisión, había sufrido una epifanía, había despertado. Había decidido ir en caballo, trotando el mundo, visitar cada lugar inhóspito y fantástico del que hablaba el libro, y a las criaturas que habitaban y escondían en sus entrañas más verdes y oscuras, y aprender de todo ello. Volvería a hurtadillas a su ciudad, liberaría a su yegua favorita y saldría a reencontrarse con su verdadera madre. Con suerte su madre y su señor padre no se darían cuenta. Leería y cabalgaría, libre. Leería sobre religiones antiguas y olvidadas, sobre héroes y sobre secretos del mundo que a nadie interesaban pues no traían ni poder ni gloria sobre ningún reino, mas que el del conocimiento y la liberación interna.

Y su epifanía se convirtió en realidad, mas no le dolía estar sólo la mayor parte del tiempo: tenía a Pregunta, y la compañía humana, después de todo, no le interesaba demasiado, o no tanto como miles de hojas escritas y por escribir...

lunes, 28 de abril de 2014

La huida.

-Hace ya tres lunas y dos soles que nos marchamos en el silencio de media tarde, cuando dormía. - suspiraba Pregunta a su yegua, que a ojos del hombre-niño, miraba con pesar y cansancio. Podría ser cansancio de rutina, lo que implicaría que sería feliz con un largo galope al rededor de la montaña, o por el contrario sería cansancio de galopar demasiado. Fuese lo que fuese, no podía permitirse el riesgo de danzar con su yegua bajo el manto luminoso del día. La mujer que habían abandonado tenía vista de cazadora, aunque cuando todo tornó oscuro en la cabaña, él podría asegurar que veía tan poco como un ciego.

<<Igual sólo la echa de menos.>> Era una opción a evaluar y reflexionar: cuando había encontrado a la yegua al lado de aquella mujer, emanaba de su dura piel un aura a tranquilidad a confort, por no decir familiaridad. Lo sorprendente de todo ello era que Respuesta sólo había intimado y era familia de un humano: él mismo. Todo era confuso en lo relativo a ésa mujer. <<Afirmativo>> había dicho la chica, a la luz de nada, con un susurro que parecía una ventisca, pues al recordarlo, Pregunta sentía cómo se le helaban las paredes cálidas de su prematuramente maduro cerebro. A pesar de la calidez de su piel y su compañía, recordarla congelaba.

<<Definitivamente no puedo arriesgarme a que nos vea. A saber que podría hacernos. Por lo que sé, podría ser una asesina desertora de un reino importante del Sur, ladrona, traidora o incluso demente. <<Luce la belleza que sólo una demente puede llevar como máscara para tapar todo un cuerpo de podredumbre moral y negrura de alma.>>

Pero bueno, lectores, es fácil mal pensar y temer a alguien cuando sabes muy poco de esa persona, sobretodo si lo poco que sabes, es que puede haber asesinado y que la están buscando.

- Seguramente estuviese bromeando, - susurró Respuesta a la yegua, en pro de llevar la balanza al lado positivo y suspiró, mirando a Pregunta a los ojos, grandes y del marrón de esqueleto viejo y forestal de un árbol frondoso, brillantes como agua cristalina de orilla al sol del despertar - Perdona yegua, siempre ando molestándote con mis dudas y miedos e inquietudes. Normal que pongas esa cara de aburrimiento cada vez que tengo tiempo para hablar contigo.

Pregunta se volvió hacia la escalera natural cuyas piedras de colores claros y blanquecinos, a pesar de la verdura del entorno de la montaña, abundaban de colina a falda de la elevación geográfica. Mezclada con la frondosidad de baja altura predominante, hacía un divertido y hermoso contrapunto, pero si se observaba con detenimiento y los ojos bien despiertos, podrían recordar a un desierto desolador, frío y desmesuradamente árido al mismo tiempo, y eso evocaba confusión existencial y desorientación. <<Un desierto árido minimista dentro de un campo fresco. Desamparador.>>

El joven arrastró su mirada asqueada y exhausta al pálido empedrado, y en un amago fallido de irse a la cueva, se giró una vez más, con rudeza, casi en un veloz salto, hacia la yegua, y, mirándola a las cuencas de los ojos rellenas de amistad y confianza de color marrón árbol, gritó en un largo suspiro maldiciones y condenaciones hacia la mujer a la que había abandonado hace días por el temor con el que la sombra de ésta le estaba acechando. Si algún mando alto le relacionaba con la fugitiva, habría una mancha en su nombre y su honor. No es que le importase su honor ni su nombre, - pues éste último era tan sólo un sustantivo común que escribiese de ahora en adelante siempre con inicial mayúscula - pero sí la alta capacidad moral e intelectual que Pregunta quería y creía que representaban, y si le relacionaban con una criminal fugitiva, el único valor real que él guardaba bajo su nombre, serían cenizas en forma de letras.

Respuesta respondió a sus gritos y berridos rasgados y de textura de ventosidad arenosa con un brinco, levantó las dos patas delanteras primero, haciendo de su lomo una montaña con un solo lado, y después, las de atrás. Relinchó y coceó, como bailando y cantando al son del concierto de rabia de su acompañante humano. Y cuando la protesta cesó un poco, giró el cuello alargado hacia él, mientras le miraba cabizbajo, aunque con sus ojos conectando directamente con los de Pregunta. Su mirada, y su expresión en general, transmitían y despertaban en el hombre-niño unos atisbos de paz y tranquilidad que bien podría ser la yegua una niñita de seis años rubia y de pelo corto con grandes y redondeados ojos azules, que la inocencia sería representada con la misma perfección en ambos rostros. Pero, siendo cómo era Pregunta, mejor que no fuera una niña. Ni una persona. Las personas crecen, se corrompen y cometen crímenes. En su vejez, todo animal seguía siendo inocente, a pesar de las burdas y antropocentristas calificaciones de 'bestias' con las que injustamente los nombraban los humanos. El hecho de que su mejor relación vital fuese con una yegua con la que estaba frente a frente, le calmó aún más que los inquebrantables ojos de ésta.

Se dirigió con pasos cortos y mansos hacia el animal, y lo rodeó de los flancos con el brazo, acariciándola la piel tensa y almidonada, paseando sus dedos entre su crin sucia, pero agradable al tacto.

- Gracias al cielo que aún te tengo, Respuesta -dijo él, musitando- Perdona por haberme puesto así.

Pregunta apoyó su frente con la de su yegua, mirándola a los ojos, cerrándolos al suspirar sobre su hocico. Frente a frente con lo que otros llamaban bestia, el hombre alcanzaba una tranquilidad y positivismo que rozaban la perfección en la consumación de una vida plena para un hombre que estuviese en su pacífico lecho de muerte. Complementación. Una sonrisa asomaba los labios de Pregunta, y también lo habría hecho en los de Respuesta si la fisiología de ésta se lo permitiese.

Ambos bajaron las escaleras naturales, arropados por su compañía. Anochecía.

-Vamos a la cueva.

Dormiría para ignorar la intranquilidad que había dejado la sombra de la mujer, pero no esa noche. Ésa noche le despertarían las pesadillas.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Afirmativo...

Parecía incluso peligrosa. Es más, sobretodo, parecía peligrosa. Su mirada era profunda, pero el misterio que aguardaba iba más allá. Se notaba con sólo mirar cómo pestañeaba. Se percibía en su manera de arrancarle la piel a arañazos. Al pasar las manos por el sudor de su espalda. Se notaban sus secretos en sus jadeos, y en sus silencios. Había mencionado su ateísmo en su conversación fuera de la cabaña, pero el nombre de Dios se pronunciaba repetidamente, de manera que cualquiera podría pensar que estaba rezando a una entidad superior, divina. Era por medio de esos mensajes que ocultan la verdad del misterio, el valor de la x, por dónde su presencia y todo su ser, tanto en el fervor que ahora arropaba a los dos jóvenes, rozándose de manera tan salvaje ´(que cualquiera podría haber dicho que eran amantes que se encuentran en un motel barato tras un mes sin verse) como en la fría confianza que les susurraba al oído en la conversación previa a tan celebrado y lujurioso encuentro entre dos desconocidos, se anunciaban misteriosos, peligrosos. Y no era si no eso, lo que a nuestro protagonista más encandilaba.

El misterio.

'¿Quién eres?' se le habría ocurrido preguntarla. Sin embargo, se echó atrás al ella arrastrar su dedo índice por su labio inferior.

Le había explicado antes cómo había llegado Respuesta despavorida a su cabaña, y cómo ella la había acogido sin ningún tipo de problema, pero con muchas dudas. Le había contado, con un anochecer nublado como escenario, cómo se pasaba la yegua día y noche recorriendo los alrededores, en busca de algo, o alguien. Cómo parecía aullar a la Luna si salía, pues estiraba el cuello y la cabeza hacia el cielo, y miraba las estrellas como un adolescente que añora la compañía del cielo limpio en una ciudad. Como si estuviese acostumbrada a verlo. Le había dicho lo parecidos que eran él y la yegua, y al principio no supo cómo tomárselo.

'¿Está diciendo que tengo cara de caballo?' pensó. Más tarde, tras una preocupada reflexión, cayó en la cuenta de que se refería en la manera que tenían de mirar. Al parecer, hubo un momento en el que ambos, yegua y muchacho, animal y hombre, se encontraban mirando a las estrellas, con la añoranza y fascinación como máscara.

Y eso es lo último que recordaba de antes de entrar a la cabaña.

- Es una bonita manera de decir buenas noches - dijo él, bromeando, cuando ya hubiesen terminado, estando uno tumbado al lado del otro sobre un poco de paja, que protegía sus descubiertas pieles del suelo, del barro sucio.

Ella tan solo murmuró mientras mantenía su mirada en el techo abollado y con grandes agujeros.

- Tendré que marchar en cuánto el cielo levante.

Volvió a hablar en un intento de establecer una conexión verbal. Volvió a recibir silencio por su parte. A lo lejos, se oyó un relincho de Respuesta.

'Con todo lo escandalosa y habladora que estaba hace unos minutos, y ahora parece que no tiene ni lengua', pensó él. El pensamiento pasajero le causó una especie de risa nerviosa que se asemejaba a un ataque de tos aguda, muy bajita. La sensación era extraña, y Respuesta seguía requiriendo atención desde el exterior de la cabaña.

Se levantó, apoyando su puño cerrado en el sucio barro, se puso los pantalones anchos y se dirigió hacia fuera, pues interpretó el silencio de la misteriosa mujer como una invitación a salir por donde había entrado.

- Haz lo que precises, pero ni se te ocurra dejarme aquí. -dijo entonces ella. Su voz sonaba satisfecha, placentera, en paz. Pero no por ello menos amenazante.

- ¡Al fin! -bromeó él- Pensaba que te habías tragado la lengua.

De nuevo una risa nerviosa por parte del hombre. Por parte de la mujer, nada.

-Bromea cuanto quieras, caballero, pero no me lleves y contemplarás cómo devoro con placer las tres piernas que tan bien utilizas acompañadas de salsa de tomate y patatas, con un buen vino de poblados llanos para humedecer.

Ahora sí reaccionó. Ella se reía con malicia y diversión, y él se reía con diversión, intriga y un poco de miedo. El género femenino -humano- le imponía. Hubo contacto visual, y por un momento, ella quiso dejar de lado las malicias y picantes amenazas para volver a los pretéritos minutos antes de que se enfriase el suelo y su cuerpo, que yacía sobre él tan sutilmente apoyado sobre el hombro izquierdo, completamente desnudo, dejando caer su pelo por su brazo, delgado, pero fuerte. Pero se echó atrás, y optó en vez de su previa idea, seguir guardando silencio. Algo que él, no hizo.

- ¿Acaso te persiguen? ¿Te buscan por deserción? ¿Asesinato? ¿Hurto? ¿Lujuria y perversión de la integridad en el género masculino? - el temor que le inspiraban las mujeres le hacía decir idioteces.

Se hizo el silencio, sonoro y visual. La luz naranja del fuego que alumbraba la cabaña se desvaneció rápidamente, y todo se tornó negro. Hubo un ligero movimiento que se podría interpretar como una ráfaga de viento intrusa, pues revolvió la paja del suelo, y Pregunta sintió una voz que llevaba el viento, con olor a menta y sabor conocido cerca de su boca, pero todo estaba oscuro.

- Afirmativo.

Y lo que parecían ser idioteces, dejaron de hacerlo en menos de un segundo.