lunes, 28 de abril de 2014

La huida.

-Hace ya tres lunas y dos soles que nos marchamos en el silencio de media tarde, cuando dormía. - suspiraba Pregunta a su yegua, que a ojos del hombre-niño, miraba con pesar y cansancio. Podría ser cansancio de rutina, lo que implicaría que sería feliz con un largo galope al rededor de la montaña, o por el contrario sería cansancio de galopar demasiado. Fuese lo que fuese, no podía permitirse el riesgo de danzar con su yegua bajo el manto luminoso del día. La mujer que habían abandonado tenía vista de cazadora, aunque cuando todo tornó oscuro en la cabaña, él podría asegurar que veía tan poco como un ciego.

<<Igual sólo la echa de menos.>> Era una opción a evaluar y reflexionar: cuando había encontrado a la yegua al lado de aquella mujer, emanaba de su dura piel un aura a tranquilidad a confort, por no decir familiaridad. Lo sorprendente de todo ello era que Respuesta sólo había intimado y era familia de un humano: él mismo. Todo era confuso en lo relativo a ésa mujer. <<Afirmativo>> había dicho la chica, a la luz de nada, con un susurro que parecía una ventisca, pues al recordarlo, Pregunta sentía cómo se le helaban las paredes cálidas de su prematuramente maduro cerebro. A pesar de la calidez de su piel y su compañía, recordarla congelaba.

<<Definitivamente no puedo arriesgarme a que nos vea. A saber que podría hacernos. Por lo que sé, podría ser una asesina desertora de un reino importante del Sur, ladrona, traidora o incluso demente. <<Luce la belleza que sólo una demente puede llevar como máscara para tapar todo un cuerpo de podredumbre moral y negrura de alma.>>

Pero bueno, lectores, es fácil mal pensar y temer a alguien cuando sabes muy poco de esa persona, sobretodo si lo poco que sabes, es que puede haber asesinado y que la están buscando.

- Seguramente estuviese bromeando, - susurró Respuesta a la yegua, en pro de llevar la balanza al lado positivo y suspiró, mirando a Pregunta a los ojos, grandes y del marrón de esqueleto viejo y forestal de un árbol frondoso, brillantes como agua cristalina de orilla al sol del despertar - Perdona yegua, siempre ando molestándote con mis dudas y miedos e inquietudes. Normal que pongas esa cara de aburrimiento cada vez que tengo tiempo para hablar contigo.

Pregunta se volvió hacia la escalera natural cuyas piedras de colores claros y blanquecinos, a pesar de la verdura del entorno de la montaña, abundaban de colina a falda de la elevación geográfica. Mezclada con la frondosidad de baja altura predominante, hacía un divertido y hermoso contrapunto, pero si se observaba con detenimiento y los ojos bien despiertos, podrían recordar a un desierto desolador, frío y desmesuradamente árido al mismo tiempo, y eso evocaba confusión existencial y desorientación. <<Un desierto árido minimista dentro de un campo fresco. Desamparador.>>

El joven arrastró su mirada asqueada y exhausta al pálido empedrado, y en un amago fallido de irse a la cueva, se giró una vez más, con rudeza, casi en un veloz salto, hacia la yegua, y, mirándola a las cuencas de los ojos rellenas de amistad y confianza de color marrón árbol, gritó en un largo suspiro maldiciones y condenaciones hacia la mujer a la que había abandonado hace días por el temor con el que la sombra de ésta le estaba acechando. Si algún mando alto le relacionaba con la fugitiva, habría una mancha en su nombre y su honor. No es que le importase su honor ni su nombre, - pues éste último era tan sólo un sustantivo común que escribiese de ahora en adelante siempre con inicial mayúscula - pero sí la alta capacidad moral e intelectual que Pregunta quería y creía que representaban, y si le relacionaban con una criminal fugitiva, el único valor real que él guardaba bajo su nombre, serían cenizas en forma de letras.

Respuesta respondió a sus gritos y berridos rasgados y de textura de ventosidad arenosa con un brinco, levantó las dos patas delanteras primero, haciendo de su lomo una montaña con un solo lado, y después, las de atrás. Relinchó y coceó, como bailando y cantando al son del concierto de rabia de su acompañante humano. Y cuando la protesta cesó un poco, giró el cuello alargado hacia él, mientras le miraba cabizbajo, aunque con sus ojos conectando directamente con los de Pregunta. Su mirada, y su expresión en general, transmitían y despertaban en el hombre-niño unos atisbos de paz y tranquilidad que bien podría ser la yegua una niñita de seis años rubia y de pelo corto con grandes y redondeados ojos azules, que la inocencia sería representada con la misma perfección en ambos rostros. Pero, siendo cómo era Pregunta, mejor que no fuera una niña. Ni una persona. Las personas crecen, se corrompen y cometen crímenes. En su vejez, todo animal seguía siendo inocente, a pesar de las burdas y antropocentristas calificaciones de 'bestias' con las que injustamente los nombraban los humanos. El hecho de que su mejor relación vital fuese con una yegua con la que estaba frente a frente, le calmó aún más que los inquebrantables ojos de ésta.

Se dirigió con pasos cortos y mansos hacia el animal, y lo rodeó de los flancos con el brazo, acariciándola la piel tensa y almidonada, paseando sus dedos entre su crin sucia, pero agradable al tacto.

- Gracias al cielo que aún te tengo, Respuesta -dijo él, musitando- Perdona por haberme puesto así.

Pregunta apoyó su frente con la de su yegua, mirándola a los ojos, cerrándolos al suspirar sobre su hocico. Frente a frente con lo que otros llamaban bestia, el hombre alcanzaba una tranquilidad y positivismo que rozaban la perfección en la consumación de una vida plena para un hombre que estuviese en su pacífico lecho de muerte. Complementación. Una sonrisa asomaba los labios de Pregunta, y también lo habría hecho en los de Respuesta si la fisiología de ésta se lo permitiese.

Ambos bajaron las escaleras naturales, arropados por su compañía. Anochecía.

-Vamos a la cueva.

Dormiría para ignorar la intranquilidad que había dejado la sombra de la mujer, pero no esa noche. Ésa noche le despertarían las pesadillas.