sábado, 19 de julio de 2014

Rumores y héroes.

No había vuelto a ver al grandullón que se había esfumado en medio de la noche, en medio del bar. No había ni rastro de él en ningún lado. Se sintió idiota al caer en la cuenta de que, al principio, lo que más le asustaba del tipo fueran unas meras cicatrices en la cara. Pero, para bien o para mal de Pregunta (y Respuesta) no había vuelto a aparecer, y eso suponía que estaban fuera de peligro, si es que la presencia en sí de aquel tipo de verdad podría acarrear consigo algo problemático para su seguridad.

Por otro lado, un instinto de protección y alerta susurraba desde el interior de Pregunta una cuestión que le daba la vuelta a su aparente consuelo: ¿No hacía más peligroso a alguien el hecho de que se esfumase en el aire, a la nada, sin dejar ni rastro?

La sola idea le provocó un escalofrío en el cerebro, y decidió abandonar el asunto y sus inquietudes hasta que tuviese motivo para volver a preocuparse por su seguridad.

Instintivamente, al pensar en seguridad, bajó la mirada hacia la multitud de trozos de pergamino que reposaba en el suelo, con ése mensaje inquietante cuyo destino era él. Fuera quien fuese el que lo había escrito lo había hecho apurado o no había escrito mucho en su vida. No sólo eso, si no más preocupante aún, quien lo hubiese escrito, o bien seguía sus movimientos, acciones y decisiones, o lo conocía demasiado bien como para saber que él no dejaría a su querida yegua muy lejos de él durante demasiado tiempo, si no quería que le entrase un ataque de histeria y sobre preocupación. Fuera como fuese, asustaba.

Sólo esperaba que quien hubiese contactado con él de manera tan peculiar no formase parte de su pasado, ni cercano ni lejano. No quería verse de nuevo con alguien que había pertenecido y dejado de pertenecer a su vida. Eso le aterraba más que la posibilidad de que fuese un desconocido el que se dirigiese a él. De hecho, Pregunta estaría más que fascinado si fuese un desconocido. Eso le daba la oportunidad de conocer nuevos cuerpos, nuevas mentes, nuevas personas, que, por cielo o bien infierno, siempre podría ser interesante. Y lo interesante era la debilidad de Pregunta.

Su cabeza, funcionando a toda velocidad, sus pensamientos y sus divagaciones navegaron sin avisar hacia el puerto del recuerdo de un rostro que a veces se atrevía a echar de menos frente a él. Un puerto bello, con pelo negro,  con ojos felinos, un rostro que veía dibujado de forma mágica en la taberna vacía, suspendido en el aire... Esa mujer. La visión de su rostro le mantuvo mirando al vacío durante lo que pareció un año.

Recobró el control sobre su mente de manera tan brusca como lo fue la huida de esa mujer. Huyó de la oscuridad de su compañía porque repentina oscuridad le pareció  peligrosa. Porque ella le pareció peligrosa. Y aún le parecía peligrosa cuando tan sólo era una imagen que soplaba en el aire arremolinado de su cabeza. La visión desapareció de la taberna, y su  desaparición devolvió a Pregunta a la realidad material de la escena.

Su cabeza seguía corriendo más deprisa de lo que cualquier pierna o pata podría conseguir. Volaba. Su imaginación era el ala derecha, el raciocinio, el ala izquierda. Y él, un siervo de su divagación y pensamientos. De repente, casi sin control sobre su agarrotado cuerpo, se levantó de la silla en la que estaba sentado, pisó los trocitos de pergamino sin darle mucha importancia, se dirigió a la limpia barra de la taberna y se tomó la libertad de servirse algo de beber. Vació la jarra que había usado el grandullón tatuado y la rellenó con agua fría. El tacto gélido, fresco y redentor del agua que rellenó su boca le terminó de despertar, por si tanta sorpresa y ficción no habían sido suficiente para eliminar toda posibilidad de recuperar el sueño. Por un momento tuvo la fantasía de que todo siguiese siendo un sueño. Esperanzado y sonriendo, dirigió su mano derecha a su brazo izquierdo, estiró la carne flácida de la muñeca, y se pellizcó, esperando levantarse del montón de paja junto a su yegua.

Nada ocurrió, más que un leve picor que habitaba su muñeca izquierda. Quizá había pellizcado con demasiada fuerza. Con demasiada esperanza.

Sin ninguna duda ya de que estaba despierto y no sumido en el lúcido esplendor del cerebro, se bebió hasta la última gota de agua. Cuando el cuerpo dormía, el cerebro estaba más despierto que en cualquier otro momento. Un fenómeno curioso y traicionero. La cabeza de Pregunta trabajaba demasiado mientras estaba despierto, sólo pensar la de actividad que ejercía cuando no era consciente de ello le agotaba físicamente, le excitaba mentalmente, y, por lo tanto, le daban ganas de dormir. Siempre había querido conocer a la parte de su cerebro que tanto se empeña en ocultarse de él. El juego de la mente era un juego hermoso y traicionero.

- Nadie te ha dado permiso para beber una jarra de cerveza, chico.

El encargado que unas horas antes le había guiado hasta el establo y había divagado tan innecesariamente sobre los borrachos se hallaba a su derecha, a los pies de unas escaleras que descendían hacia lo que debía ser los aposentos de la gente que estaba a cargo del lugar. Estaba en una posición que mezclaba ambas defensa y ofensa, con las piernas flexionadas, una delante de otra. A juzgar por la ballesta cargada con una flecha mediana que sostenía entre unos brazos fibrosos y en tensión, su intención era más ofensiva que protectora.

- Tranquilo, señor, no le estoy robando bebida. - Pregunta respondió en el tono más calmado, normal y amistoso que podía salir de su garganta - Tan sólo es agua fría. Y muy buena por cierto.

Hubo un silencio. Pregunta trató de esperar a que el encargado dijese algo, un reproche, una amenaza, algo. Sólo un gruñido entre dientes fue su respuesta, así que Pregunta se dispuso a hablar de nuevo, en el mismo tono relajado y amistoso que había producido antes.

- Mañana le traeré un barreño entero de agua congelada del río más limpio de los al rededores. Tiene mi promesa. Pero le agradecería que bajase la ballesta. Resulta amenazante en el peor de los sentidos. Si dentro de un día no tiene su barreño lleno de agua pura y fría, tendrá mi permiso para colocarme ésa misma flecha entre mis dos ojos.

Pregunta señaló con el dedo índice de su mano derecha sus dos ojos, despiertos y atentos, profundos e intensamente marrones.

De nuevo hubo silencio. El hombre permaneció en la misma posición durante un minuto o dos. Pregunta imitó su quietud, solo que sin la expresión amenazadora en el cuerpo. Tan sólo calma.

Hasta que, con un suspiro, el hombre, casi anciano, bajó la reluciente ballesta de hierro fundido con retoques de madera, apoyándola en la esquina que unía la pared trasera de la taberna, tras la barra, con la pared que acababa con el comience de las escaleras por las que había subido el encargado, muy pobremente iluminadas. Su postura se relajó, y la misma expresión amable que le había mostrado a la hora de guiarle al establo apareció de nuevo en su cara, tersa, pero con alguna arruga descendiendo de los límites de sus ojos azules en dirección a sus orejas, puntiagudas y amplias, sorprendente circulares en sus extremos superior e inferior. Con cierto abatimiento en su andar, se dirigió tras la barra, sin apenas mirar a Pregunta. Pregunta lo interpretó como que ya no suponía una amenaza para aquél hombre ni su negocio.

Desde detrás de la barra, y mientras preparaba dos jarras de cerveza, el hombre sonrió y habló, sin saber muy bien Pregunta si se dirigía a sí mismo o a él. Muchas veces los ancianos le causaban esa incómoda pero curiosa sensación.

- Perdona las desconfianzas, pero si oigo ruidos en mitad de la noche que provienen de aquí arriba... Bueno, tienes que entender que no es la mejor temporada para que se aprovechen de la hospitalidad de uno...

Pregunta estuvo a punto de interrumpirle, para reprocharle de manera educada que de ninguna manera se aprovechaba de su hospitalidad, pero, antes de poder formular una palabra, el anciano alzó la mano ligeramente arrugada y siguió hablando.

- Déjame continuar, joven. No me refiero a ti. Me fío de ti. Es de esos borrachos de los que trato de cuidarme, a mí y a mi negocio. Como iba diciendo, no es la mejor temporada para que se aprovechen de la hospitalidad de uno. El dinero escasea, y pronto la Ciudad nos pedirá más dinero del que nos permiten ganar, más comida de la que nos permiten comprar, y bien sabe la Reina que pronto empezarán peticiones peores para todos nosotros...

El discurso del anciano continuó reproduciéndose mediante su boca, pero, desde dónde estaba Pregunta, apenas se distinguía más que un gruñón y agudo balbuceo, que parecía indignación y miedo en toda su esencia. Pregunta se cuestionó por qué motivo una persona que detesta tanto a los borrachos de taberna y lo que suponen tendría una taberna. 'La vida es toda ironía' fue la primera respuesta que se dio así mismo y para sus interiores, y fue más que suficiente. El anciano seguía hablando y moviéndose de un lado a otro, derramando la cerveza con la que había rellenado dos gruesas jarras de cristal helado, vaciándolas casi sin darse cuenta hasta la mitad. Luego, se acercó a una mesa cercana a Pregunta, y colocó las dos jarras, cada una en un extremo de la mesa. Pregunta captó la invitación del anciano, que aún recitaba un monólogo que parecía haber sido pronunciado más veces en situaciones de discusiones políticas, y se sentó frente al hablador.

- ... Sólo espero no ser uno de los sacrificios... Soy anciano, lo sé, pero disfruto de ésta vida, de cada detalle, incluso a veces de esos borrachos... Sólo digo que estaría bien si alguien joven y valiente se levantase en armas contra el terror que cada vez está más cerca.

Pregunta se arrepintió de haber desconectado de la conversación, pero, ¿Sacrificios? Esa palabra le devolvió al anciano y su monólogo con la brusquedad de una bofetada que proviene de un padre, e hizo que la voz aguda y rasgada del anciano, junto con su rostro enjuto, desgarbado y carismático en muchos modos, así como sus preocupados y miedosos ojos azules pareciesen lo único existente e importante en todo el mundo. Pregunta ya tenía sus cinco sentidos en aquél hombrecillo, ahora sólo necesitaba situarse correctamente en unas divagaciones que no eran las suyas.

- Perdone, ¿Ha dicho sacrificios? ¿Para qué? - inquirió Pregunta, tratando de igualar su preocupación a la que parecía sufrir el anciano desde lo más ardiente de sus entrañas.

El hombre que estaba frente a él chascó la lengua y parpadeó rápido, con los ojos fijos en los de Pregunta.

- ¿Es que no escuchabas? - parecía aún más indignado que antes - Un dragón. Nos advirtieron de que los animales no eran demasiado para él. Simplemente los rechazó. 1.000 ovejas rechazadas. Al parecer, al condenado monstruo no le valen 1.000 ovejas, pero con un sacrificio humano a la semana tiene suficiente. O quizá dos. Nadie lo ha podido parar. Dice que o es un humano cada semana, o es el fin de nuestro Reino. Yo sinceramente pienso que goza con nuestro sufrimiento. Le hace reír. Es lo que le hace incendiar sus tripas. Nadie sabe de dónde ha venido. Simplemente vino. El poder no es bueno, chico, te lo digo. Atrae a cosas más poderosas. Y hay que abatirlas con lo poco que se tiene... El Rey comenzó con los sorteos unos meses atrás, pero aún no se ha llevado a cabo ningún sacrificio. Deberían haber acabado con el dragón cuando aún no tenía hambre. Ahora la urgencia tiene abrazado con fuerza al Rey y a su reino, y encima con su...

Sus palabras de nuevo, se esfumaron, mezclándose con el aire.

Sus sueños.

Un dragón. Pensaba que había huido de su deber. Pensaba que se había acabado lo de servir a las cagadas del Reino. Lo de matar. Todo.

Y lo había hecho. Nadie sabía por esos lugares quién era él. Nadie sabía que huía de su deber, ahora mucho más grande. Nadie sabía que el podría matar al dragón si quisiese. Nadie sabia nada.

- ¿Me escuchas, chico?

- ¿Qué?

- Estaba diciendo que ojalá hubiese un héroe aquí, o en la Ciudad. O en algún lugar... Ha habido muchos rumores... Algunos decían que habían encontrado al héroe definitivo, un chico muy joven que apenas era escudero, pero que había desaparecido junto con su maestro en el Bosque Mazo, seguramente devorado por el dragón en un movimiento preventivo... Rumores...

Se hizo un silencio, que no tardó mucho en romperse por una exclamación que sugería el tono de lucidez que se podría esperar oír de un detective que, en alto, resuelve un misterio. El anciano, alegre e inquisitivo, saltó de la silla con una energía joven en sus movimientos. Su mirada y sus ojos desorbitados de esperanza asustaron a Pregunta.

- Pero... ¡Eh! ¡Chico! ¡¿Qué demonios digo?! ¿No llevas tú un montón de armas junto a ti y tu yegua? ¡Quizás puedas instruirte en la Ciudad para ser el nuevo héroe que matará al dragón! ¿¡Sabes cuántas vidas se salvarían por destruir una sola!?

Pregunta guardó el silencio. El anciano se sentó de nuevo, y la vida y euforia en sus ojos desorbitados y azules daban para millares de pesadillas. Habló de nuevo, susurrando más que hablando. Un susurro enérgico y fuerte, un susurro casi amenazante.

- ¿Sabes lo que veo? Veo en ti el hombre que va a salvarnos de nuestra maldición.

En alguna parte de su cuerpo, Pregunta sabía o sabría que el anciano tenía algo de razón en eso.


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