miércoles, 19 de marzo de 2014

Afirmativo...

Parecía incluso peligrosa. Es más, sobretodo, parecía peligrosa. Su mirada era profunda, pero el misterio que aguardaba iba más allá. Se notaba con sólo mirar cómo pestañeaba. Se percibía en su manera de arrancarle la piel a arañazos. Al pasar las manos por el sudor de su espalda. Se notaban sus secretos en sus jadeos, y en sus silencios. Había mencionado su ateísmo en su conversación fuera de la cabaña, pero el nombre de Dios se pronunciaba repetidamente, de manera que cualquiera podría pensar que estaba rezando a una entidad superior, divina. Era por medio de esos mensajes que ocultan la verdad del misterio, el valor de la x, por dónde su presencia y todo su ser, tanto en el fervor que ahora arropaba a los dos jóvenes, rozándose de manera tan salvaje ´(que cualquiera podría haber dicho que eran amantes que se encuentran en un motel barato tras un mes sin verse) como en la fría confianza que les susurraba al oído en la conversación previa a tan celebrado y lujurioso encuentro entre dos desconocidos, se anunciaban misteriosos, peligrosos. Y no era si no eso, lo que a nuestro protagonista más encandilaba.

El misterio.

'¿Quién eres?' se le habría ocurrido preguntarla. Sin embargo, se echó atrás al ella arrastrar su dedo índice por su labio inferior.

Le había explicado antes cómo había llegado Respuesta despavorida a su cabaña, y cómo ella la había acogido sin ningún tipo de problema, pero con muchas dudas. Le había contado, con un anochecer nublado como escenario, cómo se pasaba la yegua día y noche recorriendo los alrededores, en busca de algo, o alguien. Cómo parecía aullar a la Luna si salía, pues estiraba el cuello y la cabeza hacia el cielo, y miraba las estrellas como un adolescente que añora la compañía del cielo limpio en una ciudad. Como si estuviese acostumbrada a verlo. Le había dicho lo parecidos que eran él y la yegua, y al principio no supo cómo tomárselo.

'¿Está diciendo que tengo cara de caballo?' pensó. Más tarde, tras una preocupada reflexión, cayó en la cuenta de que se refería en la manera que tenían de mirar. Al parecer, hubo un momento en el que ambos, yegua y muchacho, animal y hombre, se encontraban mirando a las estrellas, con la añoranza y fascinación como máscara.

Y eso es lo último que recordaba de antes de entrar a la cabaña.

- Es una bonita manera de decir buenas noches - dijo él, bromeando, cuando ya hubiesen terminado, estando uno tumbado al lado del otro sobre un poco de paja, que protegía sus descubiertas pieles del suelo, del barro sucio.

Ella tan solo murmuró mientras mantenía su mirada en el techo abollado y con grandes agujeros.

- Tendré que marchar en cuánto el cielo levante.

Volvió a hablar en un intento de establecer una conexión verbal. Volvió a recibir silencio por su parte. A lo lejos, se oyó un relincho de Respuesta.

'Con todo lo escandalosa y habladora que estaba hace unos minutos, y ahora parece que no tiene ni lengua', pensó él. El pensamiento pasajero le causó una especie de risa nerviosa que se asemejaba a un ataque de tos aguda, muy bajita. La sensación era extraña, y Respuesta seguía requiriendo atención desde el exterior de la cabaña.

Se levantó, apoyando su puño cerrado en el sucio barro, se puso los pantalones anchos y se dirigió hacia fuera, pues interpretó el silencio de la misteriosa mujer como una invitación a salir por donde había entrado.

- Haz lo que precises, pero ni se te ocurra dejarme aquí. -dijo entonces ella. Su voz sonaba satisfecha, placentera, en paz. Pero no por ello menos amenazante.

- ¡Al fin! -bromeó él- Pensaba que te habías tragado la lengua.

De nuevo una risa nerviosa por parte del hombre. Por parte de la mujer, nada.

-Bromea cuanto quieras, caballero, pero no me lleves y contemplarás cómo devoro con placer las tres piernas que tan bien utilizas acompañadas de salsa de tomate y patatas, con un buen vino de poblados llanos para humedecer.

Ahora sí reaccionó. Ella se reía con malicia y diversión, y él se reía con diversión, intriga y un poco de miedo. El género femenino -humano- le imponía. Hubo contacto visual, y por un momento, ella quiso dejar de lado las malicias y picantes amenazas para volver a los pretéritos minutos antes de que se enfriase el suelo y su cuerpo, que yacía sobre él tan sutilmente apoyado sobre el hombro izquierdo, completamente desnudo, dejando caer su pelo por su brazo, delgado, pero fuerte. Pero se echó atrás, y optó en vez de su previa idea, seguir guardando silencio. Algo que él, no hizo.

- ¿Acaso te persiguen? ¿Te buscan por deserción? ¿Asesinato? ¿Hurto? ¿Lujuria y perversión de la integridad en el género masculino? - el temor que le inspiraban las mujeres le hacía decir idioteces.

Se hizo el silencio, sonoro y visual. La luz naranja del fuego que alumbraba la cabaña se desvaneció rápidamente, y todo se tornó negro. Hubo un ligero movimiento que se podría interpretar como una ráfaga de viento intrusa, pues revolvió la paja del suelo, y Pregunta sintió una voz que llevaba el viento, con olor a menta y sabor conocido cerca de su boca, pero todo estaba oscuro.

- Afirmativo.

Y lo que parecían ser idioteces, dejaron de hacerlo en menos de un segundo.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Interesante y atractivo.

<Es bonita. Es muy bonita> 

Podría decirse que su belleza se veía favorecida por la iluminación fogosa del anochecer, que teñía su pelo moreno de un color levemente más rojizo. Podría decirse que era muy bonita, y no sólo bonita por la manera de ondear de su pelo. Podría decirse que era la manera en la que le observaba ahí plantada, bajo la lumbre de una antorcha, y podrían ponerse mil excusas y adiciones a su belleza momentánea para justificar que lo bonita que era. Pero claro, ni su belleza era momentánea, ni era bonita sin más. Era natural, sencilla, y su naturaleza era bonita. Pero ningún hombre debería permanecer ante una mujer desconocida pensando sólo en lo bonita que es, o parece. Y mucho menos aún si estabas a punto de pedir una explicación ante el inexplicable hecho de que Respuesta se hubiera dirigido por propia voluntad, casi instintivamente hacia su cabaña. La cabaña de una mujer que nunca habría conocido fuera del mundo de las ideas, de las ilusiones, de la perfección con la que la imaginación nos engaña acerca de la realidad. La cabaña de una mujer muy bonita.

Decidió ignorar su asombro y estupefacción por ella, decidió explorar mentalmente el también maravilloso laberinto de encontrar una explicación lógica a un enigma. Nuestro protagonista jugaba a ser Sherlock Holmes de vez en cuando, o así llamaría a las divagaciones y eternos conflictos internos y diálogos racionales consigo mismo que mantenía en su soledad - compartida o no con Respuesta - si Pregunta hubiese sabido quién era éste Sherlock, al que sin saberlo, tanto imitaba.

Por un momento pensó en la posibilidad de que no hubiese sido el único mejor amigo humano de Respuesta siempre, de que hubiese tenido una mejor amiga antes. Que, de algún modo, se hubiese cansado de él, hubiese rastreado el olor de su antigua y amada compañera desechando su amistad con Pregunta. Fue un planteamiento fugaz: tan pronto cómo vino, cruzó el etiquetado desorden de su cabeza, y se marchó. Pero aún así, le provocó un inmenso escalofrío, un terremoto agudo que casi le ahogaba por dentro, que hizo vibrar su tensa piel, que pudo sentir incluso en el interior de su cabeza, como el aire frío que acaricia las cortinas con suavidad al colarse por la ventana de una habitación en otoño. 

Pero tan pronto como vino, se fue.

Y su cabeza pareció quedarse vacía. Seguía teniendo un universo ahí dentro, pero de repente todo parecía blanco. Estaba frente a una chica muy bonita y desconocida para él pero no para Respuesta, lo cuál era difícil de imaginar, y la misma Respuesta, la yegua que casi parecía sonreír en sus interiores ante la incómoda y desconcertante situación, como cuando presentas a un conocido tuyo con otro conocido tuyo, pero que sin embargo, se desconocen entre sí, y encima notas que se atraen. 

<Te estás divirtiendo, ¿eh?> pensó Pregunta mientras barría disimuladamente la dirección de su mirada hacia la yegua, la cuál contestó con un relincho de diversión, como diciendo: 'no sabes cuánto.'

- ¿Vas a hablar o...? 

Lo dijo tímida, casi como una infante al hablar a un caballero de cabellos rubios y largos, un caballero de renombre. Le sorprendió que rompiese el silencio. Le sorprendió su voz, grave, levemente ronca, pero a pesar de todo, dulce. No melosa. Simplemente dulce. Aunque también había dureza en su tono. Madurez y timidez. Qué interesante y atractiva resultaba todo en ella. 

Y fue lo interesante que le pareció lo que le impulsó a agarrar la antorcha, arrebatársela de sus manos, dejarla en el suelo, a modo de hoguera, inclinarse hacia delante, hacia ella, y sentarse a su lado, soltando un suspiro al sentar su trasero en un tronco que cumplía la función de banco. 

Entonces sucedió algo, que no era nada, pero a pesar de todo, por ello acontecerían muchas, muchas cosas. 

La habló. Sin reparos, con confianza. Con familiaridad, incluso.

- ¿Quién eres? Y, más importante aún, ¿Por qué mi yegua te conoce y me ha traído hasta aquí? - preguntó él, mientras miraba los ojos de ella, interesado.

La pregunta sobre la identidad de la joven le interesaba tanto o más como el por qué del extraño comportamiento de la yegua, pero era algo que sólo él, y por supuesto la yegua debían saber. La joven no tenía por qué ser consciente del interés de Pregunta hacia ella. Respuesta, sin embargo, se desentendió girando la cabeza de pelaje oscuro hacia la negrura azulada que poco a poco arropaba el cielo con su manto frío, amplio y sobrecogedor, alcanzando ya casi las colinas de las montañas más altas que permanecían inmóviles en la línea del horizonte. El cielo parece cantar cuando anochece.

Y ella le miró, con interés. Incluso con diversión. Y empezó a hablarle sobre ella, sobre su yegua. Todo parecía ser verídico, ¿no?

Y qué interesante y atractivo resultaba todo en ella, hiciese lo que hiciese.

'Es bonita. Muy bonita.'