domingo, 19 de enero de 2014

Y conversaron, mientras algo le observaba...

No podía evitar notar una enorme y a su vez invisible presencia observándole. Mirándole de cerca, a lo lejos. No era alguien, era algo. Desconocido, creía. Desde luego, no era el hombre con el que estaba manteniendo una escueta conversación ni su manera de mirarle lo que le inquiría duda e incertidumbre, quizás incluso un poco de miedo. Esa clase de miedo que sufres por cosas que no sabes que son, pero sin embargo, y muy contradictoriamente, sabes que son, que existen. Desde luego, aquel hombre de barba blanca recortada en forma de triángulo, descendiendo pura y bien cuidada por un cuello arrugado que se caía por la edad, de rasgos que inspiraban respeto y afecto a la vez, que cubrían los sentimientos vividos a lo largo de toda una vida en unos ojos más redondeados de lo habitual y muy hundidos en sus cuencas, no le causaba ése miedo. Si bien le interesaba aquel hombre. Por el mero hecho de estar hablando con él. Debía haber algo en este hecho, que a nuestro mitad hombre, mitad niño de protagonista, le emocionaba, le mantenía con los ojos abiertos. Si bien seguía, como siempre, pensando. Siempre pensaba, rara vez hacía excepciones, si estaba despierto. Y ese hombre le había despertado. Y ahora sus pensamientos divagaban por toda la habitación, recorriendo y observando, minuciosamente, cada rincón. La música había descendido en tempo, en alegría, un tono mucho más lúgubre, nocturno y a su vez, liberador, que hizo que nuestro protagonista pensara en un pájaro volando libre en la noche, y como consecuencia, ansiara esa clase de libertad que azotaba y revolvía el pelo del que la disfrutaba: el viento. Había algo en esa canción que realmente le gustaba, le inspiraba. Le recordaba a Respuesta. A cómo se sentía con ella. Intentó grabarse melodía y ritmo en el rincón de su cabeza que se ocupaba de la memoria, para reproducirla en la parte de su cabeza que se encargaba de recordar mientras cabalgase con ella de nuevo, sobre extensos campos bajo el frío manto sobrecogedor que eran las noches de oscuridad, calma y estrellas.

Siguió recorriendo mentalmente, casi de manera metafísica el salón taberna de lo que creía que era una casa de placer. Abundaba el olor a sudor de piel de mujer y el hedor de sudor de hombre, el olor a la cerveza ingerida. Un par de mujeres habían entrado: una morena, otra pelirroja. No eran demasiado ancianas, tampoco demasiado jóvenes, pues no había señales de inocencia en sus esbeltos cuerpos, digno de estatuas y cuadros de nombre ´´Belleza``. Claro que... La belleza de los tiempos de esta historia que relato, no es el mismo concepto de belleza de los tiempos en los que la relato, lo cual me hace sentir obligado a describírosla: la mujer morena, de piel cálida y terráquea, de piernas largas y con abundancia de carne, el punto intermedio entre la obesidad y la flaqueza. Sus caderas, definidas, anchas, pronunciadas; su pecho, abundante, redondeado; sus facciones faciales, tan duras como tiernas al mismo tiempo, si es que eso podía ser: ahí es dónde recaía la belleza. En el contraste, en la refinación de lo brutal, o la brutalidad de lo refinado; lo incoherente, lo misterioso. No era su cuerpo su belleza, si no lo que éste sugería. La mujer pelirroja, quizás más delgada, notablemente más pálida, menos sugerente, quizás; de menor estatura, más fría, puede que más letal: otra vez, la incongruencia y misterio de lo que ése cuerpo podía esconder o revelar, era lo que podía hacer pensar que era atractiva. Que era bella. No importaba si las dos fueran delgadas o gordas, ni una ni otra, ni siquiera importaba si estaban en el punto intermedio. Era la mezcla, la fusión, lo desconocido, el interés que provocaban lo que las hacía tan atractivas, porque,¿qué es atracción en su máximo exponente sino ser consciente de que se desconoce? ¿Saber que no se sabe? La mujer morena parecía recordar a nuestro protagonista el concepto de atracción cada vez que, de manera disimulada, desviaba sus ojos negros hacia él, con suavidad, con dulzura agresiva, tras los telones negros y de iconicidad salvaje que eran sus cabellos, tapando la mitad izquierda de su rostro a cada instante que le dedicaba esa caída de ojos negros tan absorbente. Una vez más, la noche, esta vez atrapada felizmente en los ojos negros de una desconocida. Unos ojos que construían imágenes de descompensada y potencialmente peligrosa lujuria en la mente de nuestro caballero, pensamientos que le alejaban de su presente inmediato y físico, ¿qué estaba haciendo? Ah, sí...

- Bueno, esta conversación decae, sin siquiera haber comenzado - dijo, con tono aburrido, grave, monótono, caído, el viejo con complejo de despertador.

- Es observador, a pesar de lo cansados que parecen sus ancianos ojos.

Le sorprendió la ironía de su respuesta, pues el comentario del viejo sobre su presente inmediato y físico fue el único, que, por suerte y a tiempo, le detuvo de lo que había empezado como una observadora inspección de la estancia, y se había convertido en divagar en imágenes de camas compartidas con mujeres morenas
que mandan mensajes confusos, y le habían devuelto, gracias a todas las cosas, a su presente inmediato, físico y aburrido. Penosamente aburrido. Pero era mejor divagar en mujeres desconocidas.

- Coincido con usted en que he vivido conversaciones más interesantes - mintió Jorge, quien, hasta ahora, sólo había mantenido conversaciones realmente interesantes con una yegua. Que no dejaban de ser interesantes, pero tampoco dejaban de ser con una yegua, que al fin y al cabo, no puede hablar.

Pero eso estaba a punto de cambiar.

- Es normal si lo único que haces es estar pendiente de mi nieta. - el viejo soltó una mezcla entre un resoplido y un suspiro - Si la quieres, son 5 monedas por una noche. Su amiga no va incluida. Ella serían 5 más.

- ¿Acaso son prostitutas?

- Son mi propiedad, y puedo hacer con sus intimidades lo que me plazca. No son suyas, son mías. Si eso las hace prostitutas, así sea. ¿Algún problema?

De repente, una ola de desprecio e indignación recorrieron la existencia de nuestro protagonista.

Calma.

- Bastantes. Lo podemos resolver después de que me conteste unas cuantas preguntas. ¿Quién es? ¿Qué fue lo de ayer? ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Mis propiedades? ¿Cuánto cuesta la libertad de su nieta y su amiga?

Lo podía ver, a pesar de su lejanía a nuestro protagonista. Le estaba observando, entre llamas, naranjas. Le veía, conversando con un viejo, tras una ventana, en un poblado muy lejano a él. Él podía ver lo que pretendía observar, pero lo que observaba no le podía ver a él. Oculto en remolinos de fuego, se sentía poderoso, seguro. Y vio cómo su objetivo le miraba a él, a la nada.

Tras un gruñido y un silencio del viejo, que indicaba que se disponía a responder de mala gana a sus preguntas, nuestro protagonista, miró a través de la sucia ventana, a la lejanía. Seguía sintiendo que algo lo observaba, más allá de lo que el no alcanzaba ver, quizás en la oscuridad, quizás escondido tras ella, sentía irracionalmente que un ojo naranja lo vigilaba. Que la nada lo observaba.

Cuando miras al diablo, el diablo te mira de vuelta.

2 comentarios:

  1. Hola Gorka, soy manuel, el papá bloguero y escritor de microrrelatos de marian. Ni se te ocurra dejar de escribir todas las semana un post como mínimo, hay madera y tienes mucho que decirnos a tus lectores.
    Dale caña, este relato tuyo es inquietante, mezclas técnicas, intrigas, no te dispersas, no vas nada mal Gorka dale caña.
    Espero el siguiente post.

    Vamos hablando un abrazos

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    1. Muchas gracias, me alegro que guste, procuraré escribir lo más posible. Un abrazo :D

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