sábado, 19 de julio de 2014

Rumores y héroes.

No había vuelto a ver al grandullón que se había esfumado en medio de la noche, en medio del bar. No había ni rastro de él en ningún lado. Se sintió idiota al caer en la cuenta de que, al principio, lo que más le asustaba del tipo fueran unas meras cicatrices en la cara. Pero, para bien o para mal de Pregunta (y Respuesta) no había vuelto a aparecer, y eso suponía que estaban fuera de peligro, si es que la presencia en sí de aquel tipo de verdad podría acarrear consigo algo problemático para su seguridad.

Por otro lado, un instinto de protección y alerta susurraba desde el interior de Pregunta una cuestión que le daba la vuelta a su aparente consuelo: ¿No hacía más peligroso a alguien el hecho de que se esfumase en el aire, a la nada, sin dejar ni rastro?

La sola idea le provocó un escalofrío en el cerebro, y decidió abandonar el asunto y sus inquietudes hasta que tuviese motivo para volver a preocuparse por su seguridad.

Instintivamente, al pensar en seguridad, bajó la mirada hacia la multitud de trozos de pergamino que reposaba en el suelo, con ése mensaje inquietante cuyo destino era él. Fuera quien fuese el que lo había escrito lo había hecho apurado o no había escrito mucho en su vida. No sólo eso, si no más preocupante aún, quien lo hubiese escrito, o bien seguía sus movimientos, acciones y decisiones, o lo conocía demasiado bien como para saber que él no dejaría a su querida yegua muy lejos de él durante demasiado tiempo, si no quería que le entrase un ataque de histeria y sobre preocupación. Fuera como fuese, asustaba.

Sólo esperaba que quien hubiese contactado con él de manera tan peculiar no formase parte de su pasado, ni cercano ni lejano. No quería verse de nuevo con alguien que había pertenecido y dejado de pertenecer a su vida. Eso le aterraba más que la posibilidad de que fuese un desconocido el que se dirigiese a él. De hecho, Pregunta estaría más que fascinado si fuese un desconocido. Eso le daba la oportunidad de conocer nuevos cuerpos, nuevas mentes, nuevas personas, que, por cielo o bien infierno, siempre podría ser interesante. Y lo interesante era la debilidad de Pregunta.

Su cabeza, funcionando a toda velocidad, sus pensamientos y sus divagaciones navegaron sin avisar hacia el puerto del recuerdo de un rostro que a veces se atrevía a echar de menos frente a él. Un puerto bello, con pelo negro,  con ojos felinos, un rostro que veía dibujado de forma mágica en la taberna vacía, suspendido en el aire... Esa mujer. La visión de su rostro le mantuvo mirando al vacío durante lo que pareció un año.

Recobró el control sobre su mente de manera tan brusca como lo fue la huida de esa mujer. Huyó de la oscuridad de su compañía porque repentina oscuridad le pareció  peligrosa. Porque ella le pareció peligrosa. Y aún le parecía peligrosa cuando tan sólo era una imagen que soplaba en el aire arremolinado de su cabeza. La visión desapareció de la taberna, y su  desaparición devolvió a Pregunta a la realidad material de la escena.

Su cabeza seguía corriendo más deprisa de lo que cualquier pierna o pata podría conseguir. Volaba. Su imaginación era el ala derecha, el raciocinio, el ala izquierda. Y él, un siervo de su divagación y pensamientos. De repente, casi sin control sobre su agarrotado cuerpo, se levantó de la silla en la que estaba sentado, pisó los trocitos de pergamino sin darle mucha importancia, se dirigió a la limpia barra de la taberna y se tomó la libertad de servirse algo de beber. Vació la jarra que había usado el grandullón tatuado y la rellenó con agua fría. El tacto gélido, fresco y redentor del agua que rellenó su boca le terminó de despertar, por si tanta sorpresa y ficción no habían sido suficiente para eliminar toda posibilidad de recuperar el sueño. Por un momento tuvo la fantasía de que todo siguiese siendo un sueño. Esperanzado y sonriendo, dirigió su mano derecha a su brazo izquierdo, estiró la carne flácida de la muñeca, y se pellizcó, esperando levantarse del montón de paja junto a su yegua.

Nada ocurrió, más que un leve picor que habitaba su muñeca izquierda. Quizá había pellizcado con demasiada fuerza. Con demasiada esperanza.

Sin ninguna duda ya de que estaba despierto y no sumido en el lúcido esplendor del cerebro, se bebió hasta la última gota de agua. Cuando el cuerpo dormía, el cerebro estaba más despierto que en cualquier otro momento. Un fenómeno curioso y traicionero. La cabeza de Pregunta trabajaba demasiado mientras estaba despierto, sólo pensar la de actividad que ejercía cuando no era consciente de ello le agotaba físicamente, le excitaba mentalmente, y, por lo tanto, le daban ganas de dormir. Siempre había querido conocer a la parte de su cerebro que tanto se empeña en ocultarse de él. El juego de la mente era un juego hermoso y traicionero.

- Nadie te ha dado permiso para beber una jarra de cerveza, chico.

El encargado que unas horas antes le había guiado hasta el establo y había divagado tan innecesariamente sobre los borrachos se hallaba a su derecha, a los pies de unas escaleras que descendían hacia lo que debía ser los aposentos de la gente que estaba a cargo del lugar. Estaba en una posición que mezclaba ambas defensa y ofensa, con las piernas flexionadas, una delante de otra. A juzgar por la ballesta cargada con una flecha mediana que sostenía entre unos brazos fibrosos y en tensión, su intención era más ofensiva que protectora.

- Tranquilo, señor, no le estoy robando bebida. - Pregunta respondió en el tono más calmado, normal y amistoso que podía salir de su garganta - Tan sólo es agua fría. Y muy buena por cierto.

Hubo un silencio. Pregunta trató de esperar a que el encargado dijese algo, un reproche, una amenaza, algo. Sólo un gruñido entre dientes fue su respuesta, así que Pregunta se dispuso a hablar de nuevo, en el mismo tono relajado y amistoso que había producido antes.

- Mañana le traeré un barreño entero de agua congelada del río más limpio de los al rededores. Tiene mi promesa. Pero le agradecería que bajase la ballesta. Resulta amenazante en el peor de los sentidos. Si dentro de un día no tiene su barreño lleno de agua pura y fría, tendrá mi permiso para colocarme ésa misma flecha entre mis dos ojos.

Pregunta señaló con el dedo índice de su mano derecha sus dos ojos, despiertos y atentos, profundos e intensamente marrones.

De nuevo hubo silencio. El hombre permaneció en la misma posición durante un minuto o dos. Pregunta imitó su quietud, solo que sin la expresión amenazadora en el cuerpo. Tan sólo calma.

Hasta que, con un suspiro, el hombre, casi anciano, bajó la reluciente ballesta de hierro fundido con retoques de madera, apoyándola en la esquina que unía la pared trasera de la taberna, tras la barra, con la pared que acababa con el comience de las escaleras por las que había subido el encargado, muy pobremente iluminadas. Su postura se relajó, y la misma expresión amable que le había mostrado a la hora de guiarle al establo apareció de nuevo en su cara, tersa, pero con alguna arruga descendiendo de los límites de sus ojos azules en dirección a sus orejas, puntiagudas y amplias, sorprendente circulares en sus extremos superior e inferior. Con cierto abatimiento en su andar, se dirigió tras la barra, sin apenas mirar a Pregunta. Pregunta lo interpretó como que ya no suponía una amenaza para aquél hombre ni su negocio.

Desde detrás de la barra, y mientras preparaba dos jarras de cerveza, el hombre sonrió y habló, sin saber muy bien Pregunta si se dirigía a sí mismo o a él. Muchas veces los ancianos le causaban esa incómoda pero curiosa sensación.

- Perdona las desconfianzas, pero si oigo ruidos en mitad de la noche que provienen de aquí arriba... Bueno, tienes que entender que no es la mejor temporada para que se aprovechen de la hospitalidad de uno...

Pregunta estuvo a punto de interrumpirle, para reprocharle de manera educada que de ninguna manera se aprovechaba de su hospitalidad, pero, antes de poder formular una palabra, el anciano alzó la mano ligeramente arrugada y siguió hablando.

- Déjame continuar, joven. No me refiero a ti. Me fío de ti. Es de esos borrachos de los que trato de cuidarme, a mí y a mi negocio. Como iba diciendo, no es la mejor temporada para que se aprovechen de la hospitalidad de uno. El dinero escasea, y pronto la Ciudad nos pedirá más dinero del que nos permiten ganar, más comida de la que nos permiten comprar, y bien sabe la Reina que pronto empezarán peticiones peores para todos nosotros...

El discurso del anciano continuó reproduciéndose mediante su boca, pero, desde dónde estaba Pregunta, apenas se distinguía más que un gruñón y agudo balbuceo, que parecía indignación y miedo en toda su esencia. Pregunta se cuestionó por qué motivo una persona que detesta tanto a los borrachos de taberna y lo que suponen tendría una taberna. 'La vida es toda ironía' fue la primera respuesta que se dio así mismo y para sus interiores, y fue más que suficiente. El anciano seguía hablando y moviéndose de un lado a otro, derramando la cerveza con la que había rellenado dos gruesas jarras de cristal helado, vaciándolas casi sin darse cuenta hasta la mitad. Luego, se acercó a una mesa cercana a Pregunta, y colocó las dos jarras, cada una en un extremo de la mesa. Pregunta captó la invitación del anciano, que aún recitaba un monólogo que parecía haber sido pronunciado más veces en situaciones de discusiones políticas, y se sentó frente al hablador.

- ... Sólo espero no ser uno de los sacrificios... Soy anciano, lo sé, pero disfruto de ésta vida, de cada detalle, incluso a veces de esos borrachos... Sólo digo que estaría bien si alguien joven y valiente se levantase en armas contra el terror que cada vez está más cerca.

Pregunta se arrepintió de haber desconectado de la conversación, pero, ¿Sacrificios? Esa palabra le devolvió al anciano y su monólogo con la brusquedad de una bofetada que proviene de un padre, e hizo que la voz aguda y rasgada del anciano, junto con su rostro enjuto, desgarbado y carismático en muchos modos, así como sus preocupados y miedosos ojos azules pareciesen lo único existente e importante en todo el mundo. Pregunta ya tenía sus cinco sentidos en aquél hombrecillo, ahora sólo necesitaba situarse correctamente en unas divagaciones que no eran las suyas.

- Perdone, ¿Ha dicho sacrificios? ¿Para qué? - inquirió Pregunta, tratando de igualar su preocupación a la que parecía sufrir el anciano desde lo más ardiente de sus entrañas.

El hombre que estaba frente a él chascó la lengua y parpadeó rápido, con los ojos fijos en los de Pregunta.

- ¿Es que no escuchabas? - parecía aún más indignado que antes - Un dragón. Nos advirtieron de que los animales no eran demasiado para él. Simplemente los rechazó. 1.000 ovejas rechazadas. Al parecer, al condenado monstruo no le valen 1.000 ovejas, pero con un sacrificio humano a la semana tiene suficiente. O quizá dos. Nadie lo ha podido parar. Dice que o es un humano cada semana, o es el fin de nuestro Reino. Yo sinceramente pienso que goza con nuestro sufrimiento. Le hace reír. Es lo que le hace incendiar sus tripas. Nadie sabe de dónde ha venido. Simplemente vino. El poder no es bueno, chico, te lo digo. Atrae a cosas más poderosas. Y hay que abatirlas con lo poco que se tiene... El Rey comenzó con los sorteos unos meses atrás, pero aún no se ha llevado a cabo ningún sacrificio. Deberían haber acabado con el dragón cuando aún no tenía hambre. Ahora la urgencia tiene abrazado con fuerza al Rey y a su reino, y encima con su...

Sus palabras de nuevo, se esfumaron, mezclándose con el aire.

Sus sueños.

Un dragón. Pensaba que había huido de su deber. Pensaba que se había acabado lo de servir a las cagadas del Reino. Lo de matar. Todo.

Y lo había hecho. Nadie sabía por esos lugares quién era él. Nadie sabía que huía de su deber, ahora mucho más grande. Nadie sabía que el podría matar al dragón si quisiese. Nadie sabia nada.

- ¿Me escuchas, chico?

- ¿Qué?

- Estaba diciendo que ojalá hubiese un héroe aquí, o en la Ciudad. O en algún lugar... Ha habido muchos rumores... Algunos decían que habían encontrado al héroe definitivo, un chico muy joven que apenas era escudero, pero que había desaparecido junto con su maestro en el Bosque Mazo, seguramente devorado por el dragón en un movimiento preventivo... Rumores...

Se hizo un silencio, que no tardó mucho en romperse por una exclamación que sugería el tono de lucidez que se podría esperar oír de un detective que, en alto, resuelve un misterio. El anciano, alegre e inquisitivo, saltó de la silla con una energía joven en sus movimientos. Su mirada y sus ojos desorbitados de esperanza asustaron a Pregunta.

- Pero... ¡Eh! ¡Chico! ¡¿Qué demonios digo?! ¿No llevas tú un montón de armas junto a ti y tu yegua? ¡Quizás puedas instruirte en la Ciudad para ser el nuevo héroe que matará al dragón! ¿¡Sabes cuántas vidas se salvarían por destruir una sola!?

Pregunta guardó el silencio. El anciano se sentó de nuevo, y la vida y euforia en sus ojos desorbitados y azules daban para millares de pesadillas. Habló de nuevo, susurrando más que hablando. Un susurro enérgico y fuerte, un susurro casi amenazante.

- ¿Sabes lo que veo? Veo en ti el hombre que va a salvarnos de nuestra maldición.

En alguna parte de su cuerpo, Pregunta sabía o sabría que el anciano tenía algo de razón en eso.


miércoles, 16 de julio de 2014

Olbatse led orellabac la ragertne.

-Te dejaste esto en la taberna, chica. - dijo la silueta negra que se alzaba tras la antorcha, mientras sostenía un montón de libros y pergaminos con la otra mano.

Pregunta confundía sueños con realidad, y miró a sus lados para situarse: si las velas que había apagado antes de dormir seguían apagadas, estaba despierto. Si no, era un sueño.

Estaba despierto. La oscuridad aún le rodeaba, aunque la luminosidad de la antorcha que parecía flotar entre tanto negro alcanzaba a besar parte de su cuerpo, de rodillas para abajo. La voz que había hablado era ronca, como aquella que tienen las personas que han fumado demasiada pipa durante demasiados años, pero aún así, había algo de cálido en ella. La antorcha sólo desvelaba parte del torso y los brazos del hombre que se hallaba de pie frente a él, y la luz de ésta producía unas sombras en la ropa del hombre que danzaban frenéticamente, parpadeando inquietas.

Pregunta se levantó del suelo. Dos siluetas ennegrecidas se hallaban la una frente a la otra. Pregunta intuyó que el hombre no era más que el tabernero o un simple camarero que había terminado de echar a los borrachos de medianoche de su establecimiento, se había fumado una pipa, había recogido y limpiado todos los muebles y cubertería, y, mediante el transcurso de esas tareas, habría descubierto, muy a su pesar, una tarea añadida: la de devolver unas propiedades abandonadas a su despistado dueño. Probablemente habría observado durante su turno que Pregunta era el único que leía, y al ver los libros y pergaminos en la mesa mientras recogía, habría supuesto que le pertenecían a él.

Pregunta no recordaba haberse dejado ningún libro ni pergamino dentro de la taberna. Antes de acordar dónde se hospedaría ésa noche con uno de los encargados, había recogido las dos botellas que había rellenado de tinta esa misma mañana, sus libros y pergaminos y había ido cargado con todo hacia el establo, liderado por el encargado, un hombre viejo y rural con canas y pelos blancos saliendo de sus narices, que había formado un gesto entre sorpresa, asco, curiosidad, fascinación y miedo al oír que Pregunta quería dormir junto con su yegua.

-¿Que quiere dormir con su yegua? - dijo nada más escuchar el deseo de Pregunta. - Esa sí  que es una manera extraña de llamar a su mujer, amigo.

Estalló en risas, esperando a que Pregunta negase que a la yegua a la que se refería, era una yegua de verdad.

Pero Pregunta mantuvo silencio, levantando levemente la comisura del labio, prueba suficiente de que, por  raro que pareciese, quería dormir sobre un montón de paja junto a su yegua.

-Ya veo... - dijo el encargado tras el silencio revelador y negativo de Pregunta. - Bueno, hay gente para todo. Conocí a un borracho una vez, en este mismo lugar, que aclamaba que gozaba de yacer junto ninfas. Ya ve usted. Un loco que se acostaba con flores afirmando que eran bellos seres mitológicos. Dice que dormía en los bosques, y a poco rato de tumbarse, ya tenía a más de una docena de ninfas sobre él, besando cada parte de su cuerpo. Un auténtico loco. Por eso no bebo, ¿sabe? Enloquece hasta a la mente más brillante. ¡Já! Locos. Pero bueno, ¿quién soy yo para juzgarles, cuando soy el que rellena sus vasos y compra sus venenos para que puedan enloquecer con ellos? Nadie, nadie... - el hombre encogió los hombros, con una distracción en sus ojos que parecía querer averiguar qué clase de loco era ése que escogía dormir sobre tierra antes que sobre una cama bien preparada- ¡Una cama más que puedo vender a esos borrachos! Sígame, sígame, por aquí está el... El establo, sí. Allí dormirá usted con su... Con su yegua, sí... - dijo, a la vez que se la apagaba el volumen de la voz, tratando de asimilarlo.

Y Pregunta lo siguió, cargado de todo con lo que había venido. No pretendía permanecer mucho en la villa, lo que le había permitido viajar ligero. Tan sólo armas, monedas, libros y pergaminos. Y Respuesta, claro.

Pero el hombre que estaba frente a él no era el mismo que le había guiado hasta el establo. No tenía su voz. Tampoco debía haberle conocido, porque no le identificaba de ningún modo, y la falta de luz no ayudaba a ésa tarea.

Pregunta se agachó a por las velas y la encella, una sustancia que parecía un polvo denso de color ceniza, que al entrar en contacto con la cera de las velas, prendía.

Anticipando su movimiento, el hombre que aún seguía ahí parado  alzó la voz.

- No te molestes chica. Hay luz dentro de la taberna. Acompáñame.

El hombre hizo ademán de salir del establo, pero esperó hasta que Pregunta llegase a la conclusión de que debería fiarse de aquella sombra y se acercase a él. Había algo en ésa silueta negra que hacía que Pregunta no se sintiese amenazado por el aura misteriosa que una silueta débilmente iluminada por el fuego creaba. Acarició a Respuesta antes de disponerse a salir y se acercó al hombre, pero siguió sin ver su rostro. Se había dado la vuelta para atravesar la puerta del establo.

- Por cierto, - dijo Pregunta - no soy una chica.

El hombre se paró en seco, y,como consecuencia, Pregunta también lo hizo. Las pisadas dejaron de sonar contra los tablones de madera colocados desordenadamente, creando un montón de vacíos que hierbajos y otras flores pequeñas aprovechaban para crecer con mayor libertad. Pregunta vio como el hombre, un poco más alto que él, giraba lentamente la cabeza hacia la derecha. La luz de la antorcha que les guiaba a los dos iluminó una nariz prominente y un pelo gris muy recortado, así como una barba de gran frondosidad. El hombre movió los labios, y del movimiento, vino el sonido.

- ¿Ah, no? ¿Y qué clase de chico lleva el pelo largo como una mujer?

Un sonido arrogante y con complejo de superioridad. Pregunta empezó a arrepentirse de haberle seguido.

Atravesaron el mismo pasillo oscuro y sucio con olor a roca húmeda que había cruzado Pregunta cuando había sido guiado por el encargado sorprendido. Al llegar al final de ése pasillo, subieron casi a ciegas tres escaleras, y sólo Pregunta entorpeció al subir la tercera, lo que le hizo perder el equilibrio y estar a un canto de gallo de caerse al suelo con la frente por delante. El tropezón causó un ruido que hizo eco en lo que pareció ser todo el mundo en ése instante tan silencioso.

<Genial. Eso alimentará su complejo y su ego.> pensó Pregunta, ligeramente acalorado y enrojecido por su inesperada torpeza, y agradeció que no hubiese mucha luz en ése instante.

Los tres escalones daban a una puerta, la cuál daba a un salón de taberna muy diferente al que había visto Pregunta horas antes. En vez de un montón de hombres hechos y derechos alcoholizados esparcidos por todas partes, derramando cerveza y alzando sus voces por encima del techo de madera del lugar, había un montón de mesas y sillas recogidas, ordenadas y limpias, que hacían de toda la taberna un lugar mucho más espacioso. En vez de manchas de pinta, vino y calentador en la barra y las paredes, había un inmueble pulcro y casi reluciente. En vez de mujeres bellas con sus faldas recogidas y sus mofletes enrojecidos, expandiendo sus risas que pretendían ser inocentes, había un silencio y un vacío abismal.

El ruido del choque de los libros y pergaminos contra una mesa de madera roída devolvió a Pregunta al momento, lo que le devolvió a la incertidumbre de quién era la silueta guía.

El hombre que le había despertado de un sueño que no había empezado aún resultaba ser un hombre muy corpulento, vestido con dos tiras de grueso y ancho cuero que sujetaban una barriga prominente. La cerveza y el alcohol hacía sus pinitos en un cuerpo grande de por sí.  Pero lo más característico no fue ni su barriga, ni sus brazos enormes y tatuados, medio desnudos, vestidos con una tela fina blanca y remangada hasta casi el comience del hombro, ni sus piernas igualmente robustas y abultadas, llenas de pelo negro y grueso, vestidas hasta las rodillas por unos calzones de tela amarillenta y opaca, si no las múltiples cicatrices de su cara que marcaban frente, mejillas, orejas, nariz, ojos y boca por igual. Bajo tanta cicatriz se escondía un rostro experimentado en muchas vivencias, seguro de estar seguro, y unos ojos azules brillantes con párpados caídos en el extremo más lejano al lacrimal.

Sin duda, era un rostro interesante.

Tan interesante que Pregunta, sin darse cuenta, se quedó mirando al casi gigante, gordo,rasurado y marcado por cicatrices suficiente tiempo como para que éste se percatase y le devolviese una mirada que inspiraba algo muy lejano a la amistad o mutua curiosidad.

En un intento de disimular su patosa incertidumbre por el rostro de un desconocido, se dirigió nerviosamente hacia la mesa donde reposaban los libros y pergaminos.

Había tres libros y cuatro pergaminos. Todos los libros tenían la tapa del mismo color y tamaño, excepto uno que era notablemente más grande. Los pergaminos parecían consumidos por las llamas levemente en las esquinas y los bordes.

Cada libro estaba enumerado en la portada, sólo que los números no cumplían un orden lógico. Marcados con rayas grises que habían perforado débilmente las tapas. En uno, había una especie de J, en otro, algo que parecía una Y al revés, y en el otro, dos D, una al lado de otra, pero la de la izquierda miraba al lado opuesto que el de la derecha.

Los pergaminos estaban escritos y tenían dibujos a primera vista ilegibles sobre ellos. Los garabatos le recordaban a su nuevo tatuaje intencionado del brazo y la mano, que, cuanto más  lo miraba, más le parecían las nubes que tanto le gustaba observar. Solo que las de su brazo eran negras, y las del cielo, blancas.

Pregunta sonrió.

Se moría por saber qué escondían esos libros, pero no los había visto en su vida. ¿Por qué dárselos a él? ¿Por qué no mirar si tenían escrito un propietario al que devolverlos en caso de pérdida? Tampoco había visto al hombre que le había despertado y que estaba tras él ahora ni la noche ni el día anterior. No entendía nada. Abrió uno de los libros para entender.

En el primer libro, el de la J, vio unas letras parecidas a las del pergamino, y los mismos garabatos, y dibujos parecidos. En el libro de la Y al revés y las dos D, igual.

Volvió a mirar en los tres.

Nada.

Miro a través de la ventana  que había frente la mesa. Había  tan poca luz en su cerebro como fuera de la taberna. En el reflejo del cristal grueso, vio al hombre ahí parado, sirviéndose una cerveza, mirando a las musarañas.

Volvió a bajar la vista hacia los tres libros y los cuatro pergaminos.

Nada.

Los sacudió. Un montón de trozos de pergamino pequeños cayeron de repente de todos los libros. Pregunta se sobresaltó. Había algo escrito en ellos. Todos tenían escrito lo mismo.

Olbatse led orellabac la ragertne.

Al principio Pregunta no entendió nada de lo que había escrito, pero luego, al levantar uno de los trozos hacia arriba para verlo con más luz, vio en el reflejo del cristal el mensaje:

Entregar al caballero del establo.

Notó en su interior el respingo.

- ¿Quién le envía para que me mande estos libros? - inquirió Pregunta, ligeramente sobresaltado.

Se giró a la vez que formulaba la pregunta para ver al hombre de las cicatrices.

Pero sólo vio la taberna, y un vacío superior al que había sentido al entrar.

domingo, 6 de julio de 2014

Sombras.

Había calor en vez de aire, y miles de olas de fuego abrazaban una ciudad inmensa, que antaño fuese reluciente en su palidez, de pura blancura en la cima de los edificios y de barro y lodo en los pies de esta, pero siempre viva, ajetreada, ocupada y vociferante. Sólo veía tales rasgos en relámpagos de luz que recordaban lo que una vez había sido lo que ahora ardía, divisaba tales imágenes en el nimbo denso y extenso que ocupaba el cielo pintado de negro sobre la realidad presente de la ciudad. Una realidad de carbón, cimientos al rojo vivo, estelas de llamarada que se agarraban los cuerpos de la gente que, sin éxito, trataba de huir de la más cálida de las muertes. Las llamas les perseguían, volaban tras ellos, rugiendo ése idioma especial del fuego, tan cálido, destructor y agresivo, y, a quién alcanzase, no le soltaba, abrazándole con ardor romántico entre sus brazos abstractos, hasta que, lo inevitable llegaba, y el abrazo les consumía entre gritos, calor y espanto. Pregunta miraba desde lo alto, y vivía el incendio que venía del cielo para inundar el suelo de una forma extraña. Sentía el fuego dentro de él, pero cuánto más trataba de liberarse de ése mar en su interior, más incendio había bajo él. Bajó desde las nube unánime que componía el cielo, en ímpetu instintivo de ayudar a mitigar el sufrimiento que una visión más amplia y nítida de lo normal le otorgaba. Era él, pero no estaba en su cuerpo, aunque eso no le impedía ayudar.

Al bajar y contemplar de cerca el averno que representaba la ciudad en llamas, movió las manos, agitándolas, aunque no alcanzaba a verlas, en intento de producir señas para que la gente atrapada en fuego supiese que en él había ayuda, pero surgió el efecto contrario: los hombres, las mujeres, los niños, las niñas, los animales huían de él. No importa quiénes fueren o quiénes pretendiesen ser: caballeros, soldados, asesinos, ladrones o pícaros... Todos huían. Incluso Respuesta, cuya expresión de horror era peor que toda la escena junta. Pero él no desistió. Tras comprobar que no era suficiente mover los brazos, alzó la voz, rasgando la garganta, abriendo la boca con fiereza que rozaba lo salvaje, notando una cantidad desbordante de aire amontonándose en el vacío que había creado la apertura de sus fauces. Fue a gritar, pero algo gritó más fuerte, y más salvaje que él, y seguido del grito fue otra oleada de llamas de una fusión de colores naranja, azules, moradas y negras, que pasó tan cerca de él, que pensó que le había rozado. La fuente del monstruoso sonido procedía de un lugar también próximo a su posición, y pareció implícito que sendos llamas y rugido iban de la mano.

<Eso ha estado cerca> pensó, y alzó los brazos para cubrirse, tapándose la cabeza, dirigiendo la mirada hacia el suelo de arena blanda ennegrecida y esculpida por los miles pasos de horror que contaban el deseo de huir, el deseo de sobrevivir. En el suelo vio algo que le aterró, algo monstruoso, algo inhumano, algo sobrenatural. Unas sombras de color gris bailoteaban, nublando la unanimidad de los colores brillantes y oscuros que brillaban por la nívea luz del cielo encapotado. Unas alas que parecían de un murciélago gigante ensuciaban la luz cegadora, pero el miedo a esas alas cegaba aún más. Las alas debían estar sobre él, pues justo le tapaban y ni siquiera pudo ver su sombra. Fuera lo que fuese lo que había allí arriba, era incluso más grande que la ciudad entera que moría ante sus ojos mejorados, abrasada lentamente. El miedo destruía la esperanza, y los ojos de Respuesta vieron imágenes nublosas sobre las paredes de las construcciones: sombras de cuerpos que se apuñalaban en el vientre, cuerpos que colgaban de un nudo de soga, cuerpos que se abrazaban a otros cuerpos de diferentes tamaños antes de tirarse al vacío,  cuerpos que yacían, cuerpos que morían, cuerpos que corrían en un intento inútil de huir y cuerpos que huían no corriendo, si no huyendo de su vida para no sufrir la muerte que esa sombra colosal parecía ansiar entre sus alas.

Pero la curiosidad y cierta porción de instinto de valentía le conquistaron, y miró hacia arriba para enfrentarse a la mayor amenaza a la que podría enfrentarse nunca.

No vio nada. El cielo seguía iluminado por una luz de un amarillo tan pálido que casi era blanco, difundida por una nube inmensa que cubría todo el mundo. Fuese lo que fuese, lo que hace unos instantes estaba allí arriba, sobre él, había desaparecido. Siguió mirando al cielo, y al poco tiempo pareció evidente. La amenaza se ocultaba por encima de las nubes.

Pregunta ascendió. Al principio, más alto que los humanos y animales. Luego, más alto que las ruinas de la ciudad. Después más alto que los árboles. Más alto que los bosques. Más alto que los montes. Y después más alto que el cielo. Pregunta nunca había volado ni levitado despierto, pero no porque ahora lo estuviese haciendo por primera vez, iba a resultar menos natural. Olvidó por un momento que iba tras algo, se distrajo mirando las nubes bajo él y el cielo sobre él. Pero al mirar a los lados se acordó de qué perseguía. Estaba a su lado. Al otro lado, también. También detrás suyo. Pregunta era un dragón. Un dragón asesino.

Él era lo que perseguía.

En cuanto se dio cuenta, su mente se colapsó, y perdió el control de su cuerpo mil veces más grande que la ciudad que acababa de destruir. Y cómo había ascendido, comenzó a descender. Todo pasó en menos de u segundo, y el mar de nubes no fue lo suficientemente denso como para salvarlo de la caída. Iba a morir. Antes de chocar contra el suelo, fue capaz de distinguir una figura familiar, pero no conocida, dos grandes óvalos naranjas y negros con motas azules y moradas, que no eran más que sus ojos reflejados en un charco del suelo, formado por la espontánea lluvia.

El impacto contra el suelo le despertó de inmediato. Seguía en el mismo sitio en el que recordaba haberse dormido, sobre la paja del establo, junto a su yegua, que le miraba preocupada. Se alejó de ella para no hacerla daño, arrastrándose por el suelo con fiereza, asustado de él mismo, y cogió el hacha que reposaba sobre la madera de la habitación de ambos y la alzó para que cayese sobre su brazo. Respuesta se elevó sobre sus patas traseras, relinchando, aterrorizada por la inusual actividad ofensiva de Pregunta hacia sí mismo.

El acero afilado estaba a punto de cortar de una vez su carne y su hueso, pero reparó en que ya no era su sueño, y su brazo era su brazo, y no todo escama y garra. Tiró el hacha al suelo, justo a tiempo, removiendo ésta el barro seco y levantando polvo al frenar sobre la tierra. Pregunta respiraba con rapidez y de manera intensa, pero se fue relajando conforme se hacía a la idea de que ya no era un dragón. Uno no se despertaba de la irrealidad lógica de un sueño solamente con abrir los ojos, pero el sueño seguía vivo hasta que la realidad aplastante lo hacía añicos entre sus manos. Respuesta  se acercó a ella, la yegua, también más sosegada, con el cuello gacho, acariciando con cariño su hocico contra la cara de él, que sudaba. La imagen del fuego se fue disipando, reemplazada por la de un establo de madera carcomida con dos habitantes, así como la imagen de la yegua tratando de calmarle, y no consumida por el fuego que él escupía tras cada bocanada de aire. Era de noche, y los carcrajos verdes -unos insectos de gran tamaño que producen un sonido parecido al acero raspado por la noche- que chirriaban a toda voz eran la prueba irrefutable de ello.

Pregunta fue de nuevo a su cama -un montón de paja mal dispersada a lo largo del suelo- colocada al lado de la yegua, rodeada de tres lumbres encendidas, que empezaban a agonizar por la cera que ellas mismas habían producido. La visión del fuego le espantaba en ése momento, y con un soplido desganado pero intenso, las tres llamas se inclinaron, y se fusionaron con la oscuridad.

El hombre acarició a la yegua, la besó en la frente y se acostó entre la paja sucia, deseando no volver a soñar con fuego.

Abrió los ojos para disfrutar de la visión de la oscuridad fría de la noche, fascinado por esa sensación que se experimenta cuando la lucidez te permite darte cuenta de que, en completa oscuridad, abrir o cerrar los ojos te da el mismo resultado.No pasó mucho tiempo hasta que se hizo la diferencia entre los ojos abiertos frente a los ojos cerrados, cuando, tras la luz de una antorcha que ardía con fiereza, una silueta sombría se hallaba alzada frente a él, tan sólo a unos pasos de distancia.

jueves, 3 de julio de 2014

Excéntrico

La aldea más cercana, a juzgar por los mapas, estaba más allá al norte del Valle de Colinas, un extenso terreno, de nadie más que de aquel que lo frecuentara - que no eran muchos a juzgar por la ausencia de sonidos humanos durante todo el día  y toda la noche - rocoso y verde al mismo tiempo, con numerosas cuevas y agujeros, unos muy recónditos, que ni a simple vista se veía dónde acababan, y otros más superficiales, que podrían ser considerados modestamente hoyos de piedra. El Valle se prolongaba desde la guarida de Respuesta y Pregunta hasta 78 kilómetros a lo largo, y, a lo ancho, se extendía con libertad y tapujo por zurda y diestra conquistando campo con maestría y elegancia campechana, hasta la llegada del Bosque a la derecha y la cordillera a la izquierda. Los tonos verdes de la hierba, negros y grises en las rocas sobresalientes del subsuelo con aire tímido y naranjas tirando a marrones de los reflejos que arrancaba el Sol de cada centímetro de superficie terrestre, ataviaban el paisaje con un vestido suave, liso y refrescante, que al bufar los vientos, mecíase con sublime parsimonia, susurrante, y junto a los cantos de los pájaros y los mensajes aéreos y secretos de las brisas remotas, asemejaban un habla sabía, pausada y efervescentemente tranquilizadora. 'Sssssssssssssssssssssssssssssss', susurraban al mundo con suavidad las hierbas, que en manos del viento, eran un mar de verde y brillante naranja. Y Respuesta y Pregunta escuchaban, al tiempo que se dirigían al ártico del Valle.

Respuesta llevaba cargadas al lomo dos bolsas de tela gruesa, de color beis con adornos negros roídos por el tiempo: una pequeña con el frasco de tinta vacío, un fajo de pergaminos amarillentos, plumas y su libro con cientos de páginas aún en blanco; otra considerablemente más grande, con un puñal pequeño, libros y monedas de cobre y plata. No era lo que se dijese lord de una región, pero dinero nunca le había faltado para lo que él consideraba necesario. A veces si que podía echar en falta alguna que otra porción elevada de monedas plateadas, sobretodo por la cantidad de condenados trozos redondos de metal tintineante que había que pagar por transporte para un hombre y una yegua hacia las regiones e incluso países más lejanos, aquellos que ninguna clase de pata, no importa el número ni la fuerza que poseyesen, podía alcanzar sin haberse desplomado de cansancio o enfermedad antes.

¡Había tanto territorio! ¡Tanto hijo de la Madre por conocer! Tanto era, que Pregunta podía pasarse horas enteras, días e incluso semanas con los sentidos ausentes, sedados, perdidos en una lejanía casi metafísica. Aquella que por su lejanía y la dificultad que supone alcanzarla, parece imposible, un sueño, una fantasía, una  cruel broma contada por los mapas y libros de travesías memorables. Eran sueños que existían en la dimensión física del universo, y, cómo tales, hacían soñar a Pregunta con los ojos abiertos.

Pero como iba diciendo, lectores míos, Respuesta andaba con ímpetu de elegancia, pero con cierta torpeza al cargar con las dos bolsas, de peso distribuido de manera desigual. Al reparar en ello, Pregunta, que caminaba a la vera de la yegua, cercano a su lomo, liberó al animal del peso más elevado que ésta soportaba, atando las finas cuerdas que servían para abrir  y cerrar la bolsa a la parte anterior del cinturón de su armadura, que rodeaba su torso por delante y por detrás, en forma de X, de manera que, al cargar el peso en la espalda, resultase menos molesto de cargar. Además de la bolsa pesada, llevaba adjuntadas al cinturón dos espadas cortas, enganchadas mediante un nudo prieto y firme a la parte posterior del cinturón más cercana a las axilas, sobre ambos pectorales, que usaba más que para matar, para escalar; una espada larga que colgaba desde la parte izquierda de la cintura hasta los tobillos, un bolsillo más pequeño con monedas y algunas notas que podrían ser de relevancia y utilidad (relativas sobretodo al entorno en el que se encontraba, sus virtudes y peligros, recuerdos, pensamientos, acontecimientos o descripciones), notas que le gustaba tener a mano. A la espalda cargaba con un hacha de tamaño mediano con forma de rectángulo aplastado de manera forzada por los lados horizontales, cuyos bordes laterales afilados coincidían con el final de sus dos omóplatos, y cuyo mango tenía tallado sobre oscura madera de nogal detalles de hojas de diferentes árboles perennes y exóticos del mundo y, al final de éste, se podía diferenciar la silueta de unas alas de águila plegadas al máximo tras la cornamenta de un ciervo, con una serpiente enredada entre sus astas. A Respuesta  le pareció un hacha  preciosa desde el primer momento que la vio en la tienda hecha de ramas de árboles ola de Hojarasca, cuyo nombre verdadero era Ozh Jrasshk, que, al ser razonablemente complicado de pronunciar, debía ser abreviado, y bueno, la abreviación más evidente y menos imaginativa era aquella que sonara lo más parecido al nombre real. Y así fue como Ozh Jrasshk obtuvo su apodo. Ozh Jrasshk, Hojarasca, era un tipo viejo con espíritu joven, de carácter refunfuñón, irascible, temperamento herviente y ojos despiertos y pies ágiles, que adoraba una religión antigua y supersticiosa que creía con firmeza en el destino, en la no-casualidad, la reunión con la naturaleza y las premoniciones. Era ex-habitante de la antigua villa de Pregunta, pero la había abandonado por detestar toda agrupación de seres humanos o construcciones producidas por ellos, dirigiéndose a la profundidad de Madera Oleada, un bosque cercano a la villa de su infancia, conocido por sus árboles de ramas gruesas pero frágiles que crecían haciendo grandes curvas y parábolas, las cuales utilizó Hojarasca para construir su nueva casa forestal.

Pregunta frecuentaba las visitas  a Madera Oleada y a Hojarasca. No llegaron a ser amigos como tal, pero si buenos conocidos: compartían con el tiempo más y más momentos extensos, en los que charlaban de religiones antiguas, las cuales se ajustaban más al instinto religioso de Respuesta que cualquier religión de su época, naturaleza, lugares por explorar, muerte, el cielo, las ciudades, armas, leyendas... Y se intercambiaban libros. Muchos libros. A veces Hojarasca se empeñaba en probar que mejoraba con sus poderes premonitorios utilizando a Pregunta como conejillo de indias. El hacha que colgaba de la espalda de Pregunta había sido fabricada por Hojarasca, pero era suya ahora gracias a una premonición instantánea que conquistó la cabeza del anciano tras una de sus reiteradas reuniones. Pregunta la estaba acariciando con los dedos, admirando su perfección rural, los detalles, las ramas y hojas entrelazadas, los animales... Cuando Hojarasca empezó a agitarse, sacudido por una visión.

-Cógela. Es tuya. Era tuya desde antes de que la fabricase. - recordaba haber oído decir a Ozh Jrasshk mientras se frotaba los ojos tras las agitaciones, aunque aturdido por la ´´visión``, sentado desde un rincón de su tienda.

Y él lo hizo. Se la cargó a la espalda, y desde entonces la lleva consigo. Nunca se estableció un vínculo de amigos entre ellos, aunque eso no significa que el vínculo que entre ellos naciese tiempo remoto, fuese menos fuerte. Tenían mucho en común, y compartían lo que el otro desconocía.

Hasta que un día, Hojarasca no estaba. Se había dejado todos los libros, las armas, las anotaciones, los poemas, las reflexiones... Todo, excepto su bastón de ramas contrastadas, unas más oscuras y otras más claras, entrelazadas unas con todas las demás. Era un bastón precioso, casero, rural, como todo lo que tenía el anciano, pero era lo único que faltaba.

Respuesta no tuvo entonces ni idea de a dónde había ido Hojarasca, ni tenía idea de a dónde le habían podido llevar su religión y sus predicciones. No la tenía entonces ni la tenía ahora. Sólo sabía que gracias a él y su manera de esfumarse, desde entonces tuvo más libros sobre naturaleza, misterios y religiones antiguas, armas, anotaciones útiles, poemas, reflexiones e investigaciones del mismo Ozh que Pregunta  pensaba desentrañar en su vejez, con el culmen de su sabiduría y experiencia. Muchas de estas cosas le habían servido hasta entonces, pero muchas más le servirían a partir de ahora.


Faltaba poco para llegar a la Aldea, Pregunta  y Respuesta habían comenzado la marcha dos días y medio atrás, parando sólo para comer, desayunar y dormir. Para variar, el viaje no había resultado pesado gracias a las constantes divagaciones de Pregunta y a la compañía de Respuesta, pero ahora que se veía con claridad la aldea sombreada por el anochecer, acercándose más y más a ellos, el tiempo parecía pasar más despacio, y la impaciencia pudo con el aguante de Pregunta: se subió de un salto a la yegua, y con un leve azote en la grupa, la yegua rompió a correr hacia el firmamento roto por las siluetas cada vez más negras de las viviendas y construcciones de todo menos uniformes y regulares de la aldea algo que había estado deseando hacer desde que habían partido de la cueva. Desató la bolsa pequeña del otro lado del costado de Respuesta, se la puso en la entrepierna, para evitar que se cayese, y, dirigiendo la mirada al horizonte, calculó que aún faltaría una hora por llegar.

Pregunta se inclinó para reposar su agotada cabeza sobre la crin de Respuesta. Se le cerraban los ojos, pero, dentro de los bordes semi ovalados que creaban sus párpados arriba y abajo, cubriendo más de un tercio de su globo ocular, creyó ver algo.

Un fuego. Una silueta pálida y delgada, humana, encorvada junto a la hoguera. Dos ojos marrones amarillentos parecían mirarle desde la lejanía, pero, a la luz del fuego, parecían dos círculos de luz naranja y chispeante.

-Debo estar soñado.