miércoles, 16 de julio de 2014

Olbatse led orellabac la ragertne.

-Te dejaste esto en la taberna, chica. - dijo la silueta negra que se alzaba tras la antorcha, mientras sostenía un montón de libros y pergaminos con la otra mano.

Pregunta confundía sueños con realidad, y miró a sus lados para situarse: si las velas que había apagado antes de dormir seguían apagadas, estaba despierto. Si no, era un sueño.

Estaba despierto. La oscuridad aún le rodeaba, aunque la luminosidad de la antorcha que parecía flotar entre tanto negro alcanzaba a besar parte de su cuerpo, de rodillas para abajo. La voz que había hablado era ronca, como aquella que tienen las personas que han fumado demasiada pipa durante demasiados años, pero aún así, había algo de cálido en ella. La antorcha sólo desvelaba parte del torso y los brazos del hombre que se hallaba de pie frente a él, y la luz de ésta producía unas sombras en la ropa del hombre que danzaban frenéticamente, parpadeando inquietas.

Pregunta se levantó del suelo. Dos siluetas ennegrecidas se hallaban la una frente a la otra. Pregunta intuyó que el hombre no era más que el tabernero o un simple camarero que había terminado de echar a los borrachos de medianoche de su establecimiento, se había fumado una pipa, había recogido y limpiado todos los muebles y cubertería, y, mediante el transcurso de esas tareas, habría descubierto, muy a su pesar, una tarea añadida: la de devolver unas propiedades abandonadas a su despistado dueño. Probablemente habría observado durante su turno que Pregunta era el único que leía, y al ver los libros y pergaminos en la mesa mientras recogía, habría supuesto que le pertenecían a él.

Pregunta no recordaba haberse dejado ningún libro ni pergamino dentro de la taberna. Antes de acordar dónde se hospedaría ésa noche con uno de los encargados, había recogido las dos botellas que había rellenado de tinta esa misma mañana, sus libros y pergaminos y había ido cargado con todo hacia el establo, liderado por el encargado, un hombre viejo y rural con canas y pelos blancos saliendo de sus narices, que había formado un gesto entre sorpresa, asco, curiosidad, fascinación y miedo al oír que Pregunta quería dormir junto con su yegua.

-¿Que quiere dormir con su yegua? - dijo nada más escuchar el deseo de Pregunta. - Esa sí  que es una manera extraña de llamar a su mujer, amigo.

Estalló en risas, esperando a que Pregunta negase que a la yegua a la que se refería, era una yegua de verdad.

Pero Pregunta mantuvo silencio, levantando levemente la comisura del labio, prueba suficiente de que, por  raro que pareciese, quería dormir sobre un montón de paja junto a su yegua.

-Ya veo... - dijo el encargado tras el silencio revelador y negativo de Pregunta. - Bueno, hay gente para todo. Conocí a un borracho una vez, en este mismo lugar, que aclamaba que gozaba de yacer junto ninfas. Ya ve usted. Un loco que se acostaba con flores afirmando que eran bellos seres mitológicos. Dice que dormía en los bosques, y a poco rato de tumbarse, ya tenía a más de una docena de ninfas sobre él, besando cada parte de su cuerpo. Un auténtico loco. Por eso no bebo, ¿sabe? Enloquece hasta a la mente más brillante. ¡Já! Locos. Pero bueno, ¿quién soy yo para juzgarles, cuando soy el que rellena sus vasos y compra sus venenos para que puedan enloquecer con ellos? Nadie, nadie... - el hombre encogió los hombros, con una distracción en sus ojos que parecía querer averiguar qué clase de loco era ése que escogía dormir sobre tierra antes que sobre una cama bien preparada- ¡Una cama más que puedo vender a esos borrachos! Sígame, sígame, por aquí está el... El establo, sí. Allí dormirá usted con su... Con su yegua, sí... - dijo, a la vez que se la apagaba el volumen de la voz, tratando de asimilarlo.

Y Pregunta lo siguió, cargado de todo con lo que había venido. No pretendía permanecer mucho en la villa, lo que le había permitido viajar ligero. Tan sólo armas, monedas, libros y pergaminos. Y Respuesta, claro.

Pero el hombre que estaba frente a él no era el mismo que le había guiado hasta el establo. No tenía su voz. Tampoco debía haberle conocido, porque no le identificaba de ningún modo, y la falta de luz no ayudaba a ésa tarea.

Pregunta se agachó a por las velas y la encella, una sustancia que parecía un polvo denso de color ceniza, que al entrar en contacto con la cera de las velas, prendía.

Anticipando su movimiento, el hombre que aún seguía ahí parado  alzó la voz.

- No te molestes chica. Hay luz dentro de la taberna. Acompáñame.

El hombre hizo ademán de salir del establo, pero esperó hasta que Pregunta llegase a la conclusión de que debería fiarse de aquella sombra y se acercase a él. Había algo en ésa silueta negra que hacía que Pregunta no se sintiese amenazado por el aura misteriosa que una silueta débilmente iluminada por el fuego creaba. Acarició a Respuesta antes de disponerse a salir y se acercó al hombre, pero siguió sin ver su rostro. Se había dado la vuelta para atravesar la puerta del establo.

- Por cierto, - dijo Pregunta - no soy una chica.

El hombre se paró en seco, y,como consecuencia, Pregunta también lo hizo. Las pisadas dejaron de sonar contra los tablones de madera colocados desordenadamente, creando un montón de vacíos que hierbajos y otras flores pequeñas aprovechaban para crecer con mayor libertad. Pregunta vio como el hombre, un poco más alto que él, giraba lentamente la cabeza hacia la derecha. La luz de la antorcha que les guiaba a los dos iluminó una nariz prominente y un pelo gris muy recortado, así como una barba de gran frondosidad. El hombre movió los labios, y del movimiento, vino el sonido.

- ¿Ah, no? ¿Y qué clase de chico lleva el pelo largo como una mujer?

Un sonido arrogante y con complejo de superioridad. Pregunta empezó a arrepentirse de haberle seguido.

Atravesaron el mismo pasillo oscuro y sucio con olor a roca húmeda que había cruzado Pregunta cuando había sido guiado por el encargado sorprendido. Al llegar al final de ése pasillo, subieron casi a ciegas tres escaleras, y sólo Pregunta entorpeció al subir la tercera, lo que le hizo perder el equilibrio y estar a un canto de gallo de caerse al suelo con la frente por delante. El tropezón causó un ruido que hizo eco en lo que pareció ser todo el mundo en ése instante tan silencioso.

<Genial. Eso alimentará su complejo y su ego.> pensó Pregunta, ligeramente acalorado y enrojecido por su inesperada torpeza, y agradeció que no hubiese mucha luz en ése instante.

Los tres escalones daban a una puerta, la cuál daba a un salón de taberna muy diferente al que había visto Pregunta horas antes. En vez de un montón de hombres hechos y derechos alcoholizados esparcidos por todas partes, derramando cerveza y alzando sus voces por encima del techo de madera del lugar, había un montón de mesas y sillas recogidas, ordenadas y limpias, que hacían de toda la taberna un lugar mucho más espacioso. En vez de manchas de pinta, vino y calentador en la barra y las paredes, había un inmueble pulcro y casi reluciente. En vez de mujeres bellas con sus faldas recogidas y sus mofletes enrojecidos, expandiendo sus risas que pretendían ser inocentes, había un silencio y un vacío abismal.

El ruido del choque de los libros y pergaminos contra una mesa de madera roída devolvió a Pregunta al momento, lo que le devolvió a la incertidumbre de quién era la silueta guía.

El hombre que le había despertado de un sueño que no había empezado aún resultaba ser un hombre muy corpulento, vestido con dos tiras de grueso y ancho cuero que sujetaban una barriga prominente. La cerveza y el alcohol hacía sus pinitos en un cuerpo grande de por sí.  Pero lo más característico no fue ni su barriga, ni sus brazos enormes y tatuados, medio desnudos, vestidos con una tela fina blanca y remangada hasta casi el comience del hombro, ni sus piernas igualmente robustas y abultadas, llenas de pelo negro y grueso, vestidas hasta las rodillas por unos calzones de tela amarillenta y opaca, si no las múltiples cicatrices de su cara que marcaban frente, mejillas, orejas, nariz, ojos y boca por igual. Bajo tanta cicatriz se escondía un rostro experimentado en muchas vivencias, seguro de estar seguro, y unos ojos azules brillantes con párpados caídos en el extremo más lejano al lacrimal.

Sin duda, era un rostro interesante.

Tan interesante que Pregunta, sin darse cuenta, se quedó mirando al casi gigante, gordo,rasurado y marcado por cicatrices suficiente tiempo como para que éste se percatase y le devolviese una mirada que inspiraba algo muy lejano a la amistad o mutua curiosidad.

En un intento de disimular su patosa incertidumbre por el rostro de un desconocido, se dirigió nerviosamente hacia la mesa donde reposaban los libros y pergaminos.

Había tres libros y cuatro pergaminos. Todos los libros tenían la tapa del mismo color y tamaño, excepto uno que era notablemente más grande. Los pergaminos parecían consumidos por las llamas levemente en las esquinas y los bordes.

Cada libro estaba enumerado en la portada, sólo que los números no cumplían un orden lógico. Marcados con rayas grises que habían perforado débilmente las tapas. En uno, había una especie de J, en otro, algo que parecía una Y al revés, y en el otro, dos D, una al lado de otra, pero la de la izquierda miraba al lado opuesto que el de la derecha.

Los pergaminos estaban escritos y tenían dibujos a primera vista ilegibles sobre ellos. Los garabatos le recordaban a su nuevo tatuaje intencionado del brazo y la mano, que, cuanto más  lo miraba, más le parecían las nubes que tanto le gustaba observar. Solo que las de su brazo eran negras, y las del cielo, blancas.

Pregunta sonrió.

Se moría por saber qué escondían esos libros, pero no los había visto en su vida. ¿Por qué dárselos a él? ¿Por qué no mirar si tenían escrito un propietario al que devolverlos en caso de pérdida? Tampoco había visto al hombre que le había despertado y que estaba tras él ahora ni la noche ni el día anterior. No entendía nada. Abrió uno de los libros para entender.

En el primer libro, el de la J, vio unas letras parecidas a las del pergamino, y los mismos garabatos, y dibujos parecidos. En el libro de la Y al revés y las dos D, igual.

Volvió a mirar en los tres.

Nada.

Miro a través de la ventana  que había frente la mesa. Había  tan poca luz en su cerebro como fuera de la taberna. En el reflejo del cristal grueso, vio al hombre ahí parado, sirviéndose una cerveza, mirando a las musarañas.

Volvió a bajar la vista hacia los tres libros y los cuatro pergaminos.

Nada.

Los sacudió. Un montón de trozos de pergamino pequeños cayeron de repente de todos los libros. Pregunta se sobresaltó. Había algo escrito en ellos. Todos tenían escrito lo mismo.

Olbatse led orellabac la ragertne.

Al principio Pregunta no entendió nada de lo que había escrito, pero luego, al levantar uno de los trozos hacia arriba para verlo con más luz, vio en el reflejo del cristal el mensaje:

Entregar al caballero del establo.

Notó en su interior el respingo.

- ¿Quién le envía para que me mande estos libros? - inquirió Pregunta, ligeramente sobresaltado.

Se giró a la vez que formulaba la pregunta para ver al hombre de las cicatrices.

Pero sólo vio la taberna, y un vacío superior al que había sentido al entrar.

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