jueves, 14 de agosto de 2014

Arderás.

Le sorprendió ver a Sar Taan vestido de tal modo, y la iluminación escasa, ligera y parpadeante aumentaba aún más el factor sorpresa. Cualquier otro habría saltado del susto, habría sentido las garras finas y mortíferas del miedo acariciándole con suavidad frenética espalda abajo, pero Pregunta sólo sentía curiosidad. Sin duda, tal escenario merecía ser escrito en otra de sus notas de memoria. Presentía que había más hombres, y quizá también mujeres encapuchados en el salón totalmente irreconocible de la taberna, que evocaba la imagen de una reunión clandestina de brujos y brujas en un sótano de algún castillo en la era medieval. De momento sólo había contado doce personas, pero estimaba que el número podría elevarse hasta llegar a veinte, quizás veinticinco. Esperaba que no subiese hasta treinta.

Los encapuchados estaban dispuestos en círculo al rededor de una mesa con un mapa arrugado del Reino de Oriente sobre él,  y aguardaban en tensión y silencio al más mínimo movimiento o sonido. 

Ninguna de las dos ocurrió hasta después de un rato, después de que Pregunta hubiese evaluado todo lo que podía ser analizado de la estancia y la situación.

Contó no más de dieciséis velas en total, dispersas por todo el salón sin seguir  un orden ni patrón significativo. 

Por el pesado silencio que rellenaba la estancia de una tensión que hacía que Pregunta se sintiese cómodo, y por los rasgos de enfado, furia e indignación que se dejaban entrever entre las capuchas, la oscuridad y la luz amarilla de las velas, Pregunta intuyó que no iba a ser una reunión agradable, ni amistosa. Inmediatamente pensó en la seguridad de Respuesta, y después pensó en la suya. La noche había caído hace un rato. Reparó en que, para su suerte y para la posible desgracia de los encapuchados, aún tenía un par de dagas escondidas; una bajo la axila izquierda, otra sobre el tobillo izquierdo.

Miró fijamente a cada uno de los ojos ocultos de los rostros encapuchados, y, a primera vista, no conocía a ninguno. Solo a Sar Taan. Una oleada disimulada de satisfacción recorrió con cautela el orgullo de Pregunta: su instinto y capacidad de desconfiar de la gente ''con contrastes'' era acertada. Y Pregunta adoraba acertar.
Dirigió su mirada victoriosa hacia el dueño de la taberna, que, vestido con una vieja armadura y una espada larga atada al cinto, dejaba claro que no era sólo un tabernero. Todo parecía tener sentido. Músculos fuertes y prominentes a pesar de la vejez, expresión endurecida por las arrugas y cierto encanto rural que podía resultar amenazador. Parecía obvio que el viejo y débil dueño de la taberna también era un mercenario retirado en sus ratos libres. Un mercenario que alguna vez había sido peligroso y letal.

''Duda.'' recordó Pregunta, y se sintió satisfecho. Su satisfacción le impulsó a ser el primero en dar por comenzaba la presunta reunión.

- Vaya sorpresa, Sar Taan - dijo Pregunta, con una sonrisa que insinuaba intenciones pacíficas. - No sabía que hoy era mi cumpleaños.

- No te sorprende en absoluto, cobarde - asestó el viejo mercenario, haciendo caso omiso del comentario burlón de Pregunta. Sus palabras habían dejado de ser inofensivas e inocentes para convertirse en una especie de mordedura que arrancaba los nervios de la piel.

Pero Pregunta, en toda su reflexión, calma y pensamiento, era mucho más que los mordiscos de amenazas e insultos gratuitos.

- ¿Cobarde? - cuestionó Pregunta con inocencia - ¿De qué huyo y no me he enterado?

Pregunta sabía jugar a la palabra.

Uno de los hombres encapuchados que se hallaba sentado se alejó de la mesa con un ruido chirriante de madera contra madera, que indicaba rabia por sí solo, y se dirigió al fondo derecho de la estancia, cerca de las escaleras que bajaban a las supuestas estancias de Sar. A saber qué tenía el viejo ahí abajo. No quiso saberlo.

Con dificultades visuales logró Pregunta dilucidar cómo el hombre que se había levantado tan ruidosamente y había abandonado el círculo del enfado cogía lo que parecían ser un montón de papeles de forma rectangular y tamaño mediano. La silueta, alta y esbelta, se acercó a Pregunta, y mirándolo con rabia a través de unos ojos vidriosos y marrones, entregó los papeles a Sar Taan,  no sin antes agarrar uno de ellos con fuerza entre su palma y estamparlo ofensivamente contra el pecho de Pregunta, que intentó disimular un tambaleo. 

- Cobarde y traidor - corrigió enfurecida la voz extremadamente grave y gutural del hombre encapuchado. Soltó un gruñido y se volvió a sentar.

Pregunta se rio sin disimularlo muy bien. El hombre alto y enfurecido le recordaba más a un pitbull gordo y musculado que a un hombre. Intentó deshacerse de la risa bajando la mirada hacia el papel que había recogido de su pecho con la mano, y lo leyó atentamente mientras Sar Taan lo recitaba para él, con más enfado aún por no atraer su atención.

´´Su Esplendor, el Rey de Oriente, ruega directamente, ya que la urgencia lo requiere, a todo hombre con capacidad, voluntad y amor por su Reino que acuda a Ciudad de Oriente para formar el ejército con nombre ´´La Resistencia al Dragón´´, en pos de derrotar la amenaza que asola más inminentemente nuestros cielos, nuestros hogares, nuestras vidas, a vuestro Rey y a su Reino. Cualquiera que pretenda escapar de su obligación para con el Reino encontrará la muerte en las llamas. Si no vienes a Oriente, Oriente irá a por ti, y no correrás mayor suerte que la de nuestro enemigo alado.´´

Abajo sólo había un sello del mismo color negro de las letras de la carta, que verificaba el emisor del urgente mensaje.

La expresión de Pregunta se endureció, no por la supuesta amenaza del dragón, si no por lo vanal y repugnante del mensaje. Se preguntó si el Rey estaría en primera fila de batalla. Se preguntó si mandaría a todos los miembros de su valiosa estirpe al encuentro con las llamas. Recordó su sueño sobre la ciudad vencida por el fuego  y las cenizas, y no pudo evitar estremecerse un poco. Pensó en todo lo que le ahuyentaba de luchar junto al Reino, y eso habían sido los hombres del Rey. Sus caballeros. Sus motivaciones. Sus ideales. Sus pensamientos. Matar, matar y matar a todo ser vivo y puro que halla. Y fuera de Ciudad de Oriente, todas las ventajas, riquezas y beneficios de pertenecer a un Reino poderoso brillaban por su ausencia. Fuera de Ciudad de Oriente todo era decadencia. Pero aún así, un Rey que no había luchado por él jamás, le pedía ahora con urgencia que hiciera algo que no le gustaba por el Reino al que le debe la vida. Matar, matar y matar.

´´Jamás vuelvas a comer animales. Nunca mates a uno. Jamás dejes de amarles. Ellos entienden tu alegría y tu sufrimiento, porque aman y sufren igual. Si alguna vez dudas, mira a cualquiera de ellos a los ojos, y jamás necesitarás de esta nota otra vez.`` Recordó.

Y pensó que aún podía salirse con la suya.

- Bien, espero que el Reino encuentre a sus hérores - dijo, con desgana, e hizo el amago de irse por donde había venido.

El brazo del viejo mercenario le agarró fuertemente por el hombro. Su voz sonó peligrosa. Lo suficientemente peligrosa como para que Pregunta tensase los puños y se preparase para coger las dagas si  era necesario.

- No tan rápido, chico. No te creas que no sé qué eres. No te creas que no sé lo que escondes. Todas esas armas, tan bien elaboradas, tan peligrosas. Vistes como un matadragones. Andas como un caballero matadragones. ¿Me vas a decir que eres un inocente chiquillo viajero esperando que me lo crea? ¿Que viajas en una yegua fortalecida porque un burro es demasiado lento? ¿Crees que no veo en ti lo que busca el Reino? - el tono amenazante ascendía por momentos - ¿Crees que puedes ir por ahí aireando unas pintas amenazadoras y aún así eludir tu deber? Eres lo que el Reino pide a su lado. Eres lo que ahora todos necesitamos. ¿Acaso eres el demonio? ¿Acaso tu ignorancia y vanalidad te han cegado y sólo te importan tus pasos y tu yegua y lucir brillante como el sol a mediodía?

La indignación del viejo sorprendió a Pregunta, pero no lo suficiente como para darse por vencido, ni lo fueron los coros de ánimo y vitoreo que surgían desde las oscuridades de la taberna.

Pregunta respiró hondo.

- Mire, Sar Taan. Si tanto quiere matar a un dragón, parta de inmediato hacia Oriente. Si tanto se siente unido a su Reino, luche por él. No voy a pelear una batalla que no es mía. No voy a arriesgar mi vida por algo que otro quiere que haga por él. Si el Rey quiere a hombres que hagan por él el trabajo sucio que su culo gordo no puede acatar, un mercenario sediento de muerte como usted sería el trozo de carne perfecto que sacrificar.

- ¡Traición! - gritó un hombre desde el fondo de la oscuridad.
- ¡Cobarde! - exclamó otro.
- ¡Farsante! - dijo al unísono  una mujer.
- ¡Desalmado! - añadió otra.

De repente, millones de voces se alzaron en su contra, pidiendo su muerte, insultándole, deseando ver cómo su sangre hervía ante el fuego de su furia. Y toda la rabia y el odio que sentían hacia él podía respirarse en lo cálido del aire, en la sangre que hervía a fuego lento a lo largo de todas las venas del hombre al que acusaban de traición y desobediencia.

<<No es desobediencia- pensó Pregunta para sus adentros- es originalidad, y principios>>. Cuando el exterior albergaba un ruido alarmante y estridente, dentro de su cabeza había una calma y silencio dignos del espacio.

Los insultos siguieron, pero Pregunta hizo caso omiso a ellos. Se dirigió al establo para salir con Respuesta de allí ésa misma noche.

De nuevo, la mano del mercenario le agarró de nuevo por el hombro, cuando Pregunta se hallaba de espaldas. Al girarse, vio a todos los hombres y mujeres encapuchados tras Sar Taan, con los puños cerrados entorno a sus armas.

Sar Taan alzó la voz de nuevo, ahora más calmado, suspicaz, cauteloso, dañino.

- No lo dudes. Yo lucharé. Ellos lucharán. Y tú, lucharás con nosotros.

Hubo un silencio. Pregunta supo que aún no había terminado de hablar.

- Escucha. ¿Crees que no he visto todos esos libros tuyos? ¿Crees que no te he estado observando? ¿Cómo admiras la naturaleza que te rodea y las criaturas en ella? ¿Crees que si no hay hombres jóvenes como tú en nuestro ejército tendrás alguna posibilidad de ver esas cosas que amas de nuevo, incluida tu amada yegua? Nunca había conocido un hombre que ame tanto a su yegua como para dormir junto a ella. ¿Crees que si no derrotamos al dragón, chico, ella, tú  y todos esos bosques y animales que adoras no arderán junto a nosotros? - hubo un silencio - Piénsalo.

Pregunta reflexionó. ''Duda.''

- Huiré - dijo Pregunta, seguro de sí mismo.

- Piensa mejor - replicó con calma el mercenario, a la vez que un rostro encapuchado se presentaba justo frente a él y le colocaba un puñal afilado en la garganta.

Un rostro duro, con cicatrices. Con tatuajes. Un rostro que había visto antes. El rostro que había desparecido en ésa misma habitación unos días atrás. Un rostro que tenía en su mano su propia vida.

- Apresadle - murmuró con desgana Sar Taan, el mercenario, mientras alzaba la mano dictando la orden. - Lucharás y arderás con nosotros. Tanto si quieres, como si no - dijo mirándole directamente a los ojos, a través de la luz de las velas, mientras sonreía.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Reunión inesperada.

- Aquí lo tiene: un barreño lleno de agua fría. Tal y como prometí.

Pregunta trató de esbozar una sonrisa, aunque en su interior reconocía que le entregaba el agua a regañadientes por la manera tan desmesurada que tuvo el dueño de enfadarse por una maldita jarra. Decidió no darle más vueltas, mientras observaba cómo el anciano guardaba entre dos tablas de madera el barreño rebosante. 

- Disculpe, señor, pero aún no sé su nombre... - dijo Pregunta inquisitivo, tratando de alzar la mirada sobre la barra a unos metros de él, tras la cuál estaba el anciano, gimiendo y gruñendo en voz baja.

- Sar Taan. - le interrumpió la voz ronca del anciano por debajo de la barra con un grito. 

El dueño del lugar se alzó tras la barra para mirar a Pregunta a los ojos mientras le contestaba. Todas las personas de aquella aldea vestían principalmente con conjuntos de harapos sucios; no era una aldea muy rica. El anciano lucía pobremente una camisa de franela amarillenta, probablemente por el uso excesivo, y unos calzones que le llegaban hasta por debajo de las rodillas de color marrón claro, también oscuro. En los pies vestía unas botas algo gastadas y roídas, pero a Pregunta no se le ocurría una actividad de taberna lo suficientemente ardua como para causar tanto desgaste en unas botas de un tejido tan duro como lo era el plasancio, una sustancia textil de color amarillo verdoso. También es cierto que el hombre era mayor, y según él tres cuartos de su vida había estado trabajando junto a los borrachos cantarines, músicos vagabundos y prostitutas busconas, y el oficio de tabernero no era una fuente cuantiosa de dinero, así que supuso que simplemente el viejo no había tenido dinero suficiente como para comprarse unas botas nuevas. Aún así, en el rostro que le miraba desde la retaguardia de la barra, había algo que no encajaba del todo, como así como sus movimientos y reacciones. A pesar de las arrugas prominentes, hondas y extendidas desde sus ojos al resto de su cuerpo, a pesar del labio superior ligeramente hundido, y a pesar de la cuenca de sus ojos casi esquelética y redonda, había una fortaleza y firmeza en su cara y sus movimientos digna de los de un militar de veinte años. Los contrastes tan fuertes y notorios en una persona la hacían de poco fiar, y así Pregunta no acababa de fiarse del viejo, porque no podía entender sus contradicciones. 

Pregunta se había deshecho de su armadura impoluta en cuanto reparó en que su atuendo desentonaba demasiado con la forma de vestir general de la gente de la aldea. No es que quisiese encajar, es que no le gustaba llamar la atención. De todas maneras, tampoco le hacía falta ir por una aldea pobre con una armadura musculosa y brillante.

- Pero puedes llamarme Sar, si te apetece. - añadió Sar Taan mirándole fijamente, como intentando buscar un fallo o una grieta en la joven firmeza y suavidad de la cara de Pregunta.

- Sar, entonces. - corrigió Pregunta, mientras deslizaba su falsa sonrisa en dirección al suelo para evitar la obviedad de su engañosa procedencia.


Tras haber ido al lago dulce a rellenar el barreño, volver con éste cargado hacia la aldea y dejárselo a Sar Taan en la taberna, pagando así su deuda, Pregunta se escabulló al establo donde estaba Respuesta, que, a juzgar por los relinchos que daba y lo nerviosa que observaba a su amigo humano, Pregunta dedujo que estaba hambrienta. El humano salió al exterior y arrancó seis zanahorias de un suelo que no parecía pertenecer a nadie, volvió a entrar en el establo y se las dio a la yegua calmada y tiernamente. 

Para su desgracia, la cabeza de Pregunta no estaba tan calmada, ni mucho menos lo que pensaba era tierno. Su cabeza volaba entre la desaparición del hombre corpulento y las notas y hojas ilegibles que había guardado en un apartado de una de sus bolsas anoche, tras charlar con el anciano. Había dos cosas, una buena y una mala: la buena era que, seguramente, todo el mundo le daba por muerto. La mala era que, a partir de ahora, y si el anciano Sar Taan no mantenía la boca muy cerrada, todo el mundo tardaría poco en llegar a la conclusión de que el era un héroe asesina criaturas.

Pregunta hundió la mano en su bolsa, pero no buscó las notas que habían llovido sobre él anoche, si no que buscó otras notas mucho más valiosas y significativas para él: las de su memoria.
 
Cogió dos al azar, pero las dos parecían más que oportunas. Ozh Jrasshk lo habría llamado destino. Pregunta echaba de menos las charlas con Hojarasca. No recordaba la última vez que le vio. No recordaba nada de él. Sólo sabía que, en una de sus notas de memoria, había apuntado lo que el anciano espíritu joven del Bosque Oleada significaba para él, y que las armas y libros que él llevaba, se los debía, enteramente, a las premoniciones y a la generosidad y desaparición del que fue lo más parecido a un amigo que Pregunta había tenido nunca, y el mejor mentor que jamás habría deseado y probablemente, el último en enseñarle tanto.

Leyó las notas de memoria y las recitó para si mismo como si fuese un padre hablando a su hijo, diciéndole una lección útil y sabia para su futuro.

La primera decía: ´´Jamás vuelvas a comer animales. Nunca mates a uno. Jamás dejes de amarles. Ellos entienden tu alegría y tu sufrimiento, porque aman y sufren igual. Si alguna vez dudas, mira a cualquiera de ellos a los ojos, y jamás necesitarás de esta nota otra vez.`` 

Instintivamente Pregunta dirigió la mirada a su yegua y al resto de animales del recinto: cuatro cabras, una vaca, un buey, dos caballos y tres cerdos. Y Respuesta. Nunca había cesado su amor hacia los animales, ni su decisión de no comerlos jamás, ni la certeza de que amaban y sufrían como él. Nunca había dudado. Siempre sabía que frutos y verduras podía comer sin morir ni enfermar por ello, y cómo encontrarlos, en gran parte, gracias a los libros de Ozh Jrasshk. Y nunca había cesado de mirarles a los ojos. Jamás pararía de amarlos. Esa nota había sido útil para paliar la primera desorientación que tuvo, para ayudarle a saber de nuevo cuál era su más firme creencia. Se despertó en medio del Bosque con la cabeza sangrando y desde arriba, su antiguo mentor, el caballero bruto, o Piedra, como el le llamaba. ''Tu yegua es fiera y te ha tirado al suelo de una levantada. Si fuese tú, la sacrificaría a patadas por sucia ramera. Levanta, te has hecho daño. Te lo curaré.'' Nunca le había gustado su ''caballeroso'' mentor, Piedra, el bruto. Eso era lo último que recordaba con algo de nitidez, y cada vez sus recuerdos lejanos se ensuciaban más. No recordaba ningún suceso anterior a aquél, excepto aquellas reflexiones, pensamientos, lecciones y deseos que había estado en su voluntad anotar antes del accidente a caballo. Piedra le había contado después que sus problemas de memoria a largo plazo se debían haber visto totalmente agraviados tras el golpe en la cabeza. Básicamente, su memoria había muerto y había vuelto a empezar en ése accidente a caballo. Las notas de memoria que había escrito hasta entonces eran la única manera en la que podía saber sobre su pasado antes de la caída. Por suerte, tenía escritas unas cuantas, pero por lo general, no eran demasiado específicas, ni demasiado concretas. Tampoco demasiado útiles. Su vida había empezado de nuevo desde ése día.  

Pregunta se deshizo de la imagen borrosa de Piedra y Respuesta asustada en el Bosque y volvió a la incógnita que le presentaba aquella nota de memoria: ¿los dragones son animales?

Un ruido procedente del salón de la taberna interrumpió sus pensamientos. Parecían gritos y protestas de hombres enfadados y borrachos. Oyó algo de que le pareció un chasquido de lengua, profundamente húmedo y siseante. Como si alguien enfadado tratase de hacer callar a una multitud ruidosa en un sitio cerrado. Los ruidos vociferantes fueron en declive. Pregunta leyó la segunda nota, al mismo tiempo que se guardaba la primera en uno de los bolsillos de sus calzones largos y opacos.

En el trozo de pergamino rectangular se leía: ´´Duda. Duda cuanto puedas. De ése modo estarás seguro.`` 

<<Genial.>> pensó Pregunta, ligeramente decepcionado consigo mismo y sus consejos. <<Muy útil.>>

Y es que, si había algo en la cabeza de Pregunta últimamente más que nunca, era la duda.  La duda sobre qué debía hacer. Sobre qué era qué, y qué le hacía tal cosa. Todo eran dudas.

-¡¡¡SILENCIO!!! - gritó enfadada una voz familiar desde la taberna.

De nuevo todas las voces cesaron.

Pregunta decidió no darle importancia una vez más, pero cuando fue a guardar la segunda nota en el mismo bolsillo en el que había guardado la primera, la leyó una vez más.

''Duda. Duda cuanto puedas. De ése modo estarás seguro.''

Y Pregunta dudó de estar seguro sobre si tenía que dejar pasar las extrañas órdenes  de silencio que se estaban llevando a cabo tan fervientemente en la taberna. En su experiencia, una taberna, cuanto más ruidosa, más gente atraía. 

Acarició la cara y sien de la yegua que parecía nerviosa y agitada, tratando de calmarla. 

-Volveré luego. - le dijo el hombre a la yegua.

Y dejó que la duda le llevase al salón de la taberna. A un salón de la taberna completamente diferente al que había visto hasta entonces: ni prostitutas ni mujeres hermosas, ni borrachos esparcidos por el suelo, ni vomitonas, ni manchas, ni ruido, ni risas, ni peleas. 

Solo un salón de la taberna oscuro en el que no se veía casi nada, iluminado tan sólo por la tenue luz de unas cuantas velas, que alumbraban de forma tétrica doce rostros encapuchados, quizá alguno más que no llegaba ser bañado por la luz amarillenta de la cera. 

- Te estábamos esperando.

La sombra de voz ronca, rasgada y familiar habló primero.


lunes, 11 de agosto de 2014

Era la época...

Las toallas lloraban por los bordes, despidiendo unas lágrimas profundamente densas, que al mirar a través de ellas, podías ver el mundo completamente al revés. El calor y la humedad se pegaba a la piel y hacía hervir la sangre desde los pies al cerebro. Dentro de su cabeza vestida por un pelo de menos de un centímetro de longitud dos gigantes parecían dar fuertes puñetazos desde el interior de su cabeza, al exterior, como intentando romper las paredes de su cerebro a base de puñetazo limpio. No era una sensación para nada agradable: los pensamientos, todos agolpados y montados uno sobre otro, sin dejar nada claro por individual, corrían apretados de un lado a otro y nada sentaba bien. Quizás un abrazo de ella habría arreglado las cosas, pero no pudo ser. Quizás una buena torta bien dada le habría recordado que era humano y que podía sentir y pensar cosas con claridad. Un beso de ella habría funcionado con la misma efectividad, incluso más. Casi deseaba abrirse la cabeza en canal para que todo el humo denso que se mezclaba formando una opaca masa inconclusa en el reino de sus pensamientos escapase y volase libre, que se esfumase y se mezclase con la calidez y la abundante humedad. Quizás bastaría con hablar con alguien como dos libros abiertos, quizás bastaría con mirar arriba y ver un cielo abierto en la noche, sin nubes, con miles y millones de estrellas pintadas en él, sin la preocupación de la inminencia de ser descubierta. Dios, ¿tan difícil es sentirse bien? Hubo una época que no le costaba tanto. Hubo una época en la que tan pronto como escuchaba una melodía, tan pronto su alegría ascendía a lugares supra olímpicos. Era la época en la que en su habitación, miraba por la ventana soñando con las nubes y la Luna. Era la época en la que estaba en casa. Era la época en la que el barullo de la ciudad rellenaba sus oídos con irónico gusto y paz. Era la época en la que con sólo ver un atisbo del cielo a cualquier hora del día, podía sonreír. Era la época en la que era consciente de su existencia importante y significante. Era la época de la maravilla constante ante sus ojos. La época en la que podía ver el brillo de los mismos en el espejo. Era la época de su familia, de su gente.

Era la época de no ser una dama errante. Era la época de ser alguien entre el puñado de nada que algún día sería su ciudad. Era la época de no ser una fugitiva buscada por un Reino que tenía una deuda que saldar.

Dejó de soñar y se puso manos a la obra. Aún estaba desnuda y mojada después del baño que se había dado en el lago. Alcanzó las tres toallas, arrebuñándolas todas bajo su puño y se pasó los extremos delicadamente por su piel. Cuando fue a secarse el pelo, una rabia y tristeza pesadas como cien vacas le sacudió el alma. Aún no se había acostumbrado a parecer una vagabunda. Aún no se había acostumbrado al cambio de alta cuna a cuna de hierba y roca a la intemperie. Aún no se había acostumbrado al pelo puntiagudo y milimétrico que agudizaba más aún si cabe sus duros rasgos faciales femeninos. Aún no se había acostumbrado a nada, salvo a la dureza de alma. De palacio a valles. De tener un establo a robar los caballos de otro. El último había desaparecido con su jinete hacía ya un tiempo. Casi echaba más de menos a la yegua que al jinete. Éste último le había proporcionado una calidez corporal en la noche que no era de mal gusto, pero olía más a muerte que un cementerio, con todas las armas que llevaba a rastras. El miedo de que fuese un captor real que buscaba la compañía nocturna de la bella dama que antes era justo para tenerla en la zona de confianza necesaria para apresarla le había consumido más que el fuego a la madera. Una vez más le puso el miedo. El instinto de sobrevivir. Antes tenía un reino que debía obedecerla y protegerla y ahora  estaba sola. No sabía pelear, ni cazar, ni pescar, así que se había visto obligada a comer frutos que conocía por sus estudios de la vegetación de los territorios del Reino. <<Una futura reina debe conocer su Reino. Cada grano de arena, gota de agua y pedazo de hierba de él.>> Le había dicho su padre.

Su padre...

Pero eso era antes. Ya vale de antes. No podía quedarse con la mente sumergida en el lago del pasado para toda la eternidad. Quisiese o no, las gotas se secaban. Así como lo hacía su esperanza día a día.

Volvió a la cabaña, que cada vez se caía en pedazos más grandes.