lunes, 11 de agosto de 2014

Era la época...

Las toallas lloraban por los bordes, despidiendo unas lágrimas profundamente densas, que al mirar a través de ellas, podías ver el mundo completamente al revés. El calor y la humedad se pegaba a la piel y hacía hervir la sangre desde los pies al cerebro. Dentro de su cabeza vestida por un pelo de menos de un centímetro de longitud dos gigantes parecían dar fuertes puñetazos desde el interior de su cabeza, al exterior, como intentando romper las paredes de su cerebro a base de puñetazo limpio. No era una sensación para nada agradable: los pensamientos, todos agolpados y montados uno sobre otro, sin dejar nada claro por individual, corrían apretados de un lado a otro y nada sentaba bien. Quizás un abrazo de ella habría arreglado las cosas, pero no pudo ser. Quizás una buena torta bien dada le habría recordado que era humano y que podía sentir y pensar cosas con claridad. Un beso de ella habría funcionado con la misma efectividad, incluso más. Casi deseaba abrirse la cabeza en canal para que todo el humo denso que se mezclaba formando una opaca masa inconclusa en el reino de sus pensamientos escapase y volase libre, que se esfumase y se mezclase con la calidez y la abundante humedad. Quizás bastaría con hablar con alguien como dos libros abiertos, quizás bastaría con mirar arriba y ver un cielo abierto en la noche, sin nubes, con miles y millones de estrellas pintadas en él, sin la preocupación de la inminencia de ser descubierta. Dios, ¿tan difícil es sentirse bien? Hubo una época que no le costaba tanto. Hubo una época en la que tan pronto como escuchaba una melodía, tan pronto su alegría ascendía a lugares supra olímpicos. Era la época en la que en su habitación, miraba por la ventana soñando con las nubes y la Luna. Era la época en la que estaba en casa. Era la época en la que el barullo de la ciudad rellenaba sus oídos con irónico gusto y paz. Era la época en la que con sólo ver un atisbo del cielo a cualquier hora del día, podía sonreír. Era la época en la que era consciente de su existencia importante y significante. Era la época de la maravilla constante ante sus ojos. La época en la que podía ver el brillo de los mismos en el espejo. Era la época de su familia, de su gente.

Era la época de no ser una dama errante. Era la época de ser alguien entre el puñado de nada que algún día sería su ciudad. Era la época de no ser una fugitiva buscada por un Reino que tenía una deuda que saldar.

Dejó de soñar y se puso manos a la obra. Aún estaba desnuda y mojada después del baño que se había dado en el lago. Alcanzó las tres toallas, arrebuñándolas todas bajo su puño y se pasó los extremos delicadamente por su piel. Cuando fue a secarse el pelo, una rabia y tristeza pesadas como cien vacas le sacudió el alma. Aún no se había acostumbrado a parecer una vagabunda. Aún no se había acostumbrado al cambio de alta cuna a cuna de hierba y roca a la intemperie. Aún no se había acostumbrado al pelo puntiagudo y milimétrico que agudizaba más aún si cabe sus duros rasgos faciales femeninos. Aún no se había acostumbrado a nada, salvo a la dureza de alma. De palacio a valles. De tener un establo a robar los caballos de otro. El último había desaparecido con su jinete hacía ya un tiempo. Casi echaba más de menos a la yegua que al jinete. Éste último le había proporcionado una calidez corporal en la noche que no era de mal gusto, pero olía más a muerte que un cementerio, con todas las armas que llevaba a rastras. El miedo de que fuese un captor real que buscaba la compañía nocturna de la bella dama que antes era justo para tenerla en la zona de confianza necesaria para apresarla le había consumido más que el fuego a la madera. Una vez más le puso el miedo. El instinto de sobrevivir. Antes tenía un reino que debía obedecerla y protegerla y ahora  estaba sola. No sabía pelear, ni cazar, ni pescar, así que se había visto obligada a comer frutos que conocía por sus estudios de la vegetación de los territorios del Reino. <<Una futura reina debe conocer su Reino. Cada grano de arena, gota de agua y pedazo de hierba de él.>> Le había dicho su padre.

Su padre...

Pero eso era antes. Ya vale de antes. No podía quedarse con la mente sumergida en el lago del pasado para toda la eternidad. Quisiese o no, las gotas se secaban. Así como lo hacía su esperanza día a día.

Volvió a la cabaña, que cada vez se caía en pedazos más grandes.

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