jueves, 14 de agosto de 2014

Arderás.

Le sorprendió ver a Sar Taan vestido de tal modo, y la iluminación escasa, ligera y parpadeante aumentaba aún más el factor sorpresa. Cualquier otro habría saltado del susto, habría sentido las garras finas y mortíferas del miedo acariciándole con suavidad frenética espalda abajo, pero Pregunta sólo sentía curiosidad. Sin duda, tal escenario merecía ser escrito en otra de sus notas de memoria. Presentía que había más hombres, y quizá también mujeres encapuchados en el salón totalmente irreconocible de la taberna, que evocaba la imagen de una reunión clandestina de brujos y brujas en un sótano de algún castillo en la era medieval. De momento sólo había contado doce personas, pero estimaba que el número podría elevarse hasta llegar a veinte, quizás veinticinco. Esperaba que no subiese hasta treinta.

Los encapuchados estaban dispuestos en círculo al rededor de una mesa con un mapa arrugado del Reino de Oriente sobre él,  y aguardaban en tensión y silencio al más mínimo movimiento o sonido. 

Ninguna de las dos ocurrió hasta después de un rato, después de que Pregunta hubiese evaluado todo lo que podía ser analizado de la estancia y la situación.

Contó no más de dieciséis velas en total, dispersas por todo el salón sin seguir  un orden ni patrón significativo. 

Por el pesado silencio que rellenaba la estancia de una tensión que hacía que Pregunta se sintiese cómodo, y por los rasgos de enfado, furia e indignación que se dejaban entrever entre las capuchas, la oscuridad y la luz amarilla de las velas, Pregunta intuyó que no iba a ser una reunión agradable, ni amistosa. Inmediatamente pensó en la seguridad de Respuesta, y después pensó en la suya. La noche había caído hace un rato. Reparó en que, para su suerte y para la posible desgracia de los encapuchados, aún tenía un par de dagas escondidas; una bajo la axila izquierda, otra sobre el tobillo izquierdo.

Miró fijamente a cada uno de los ojos ocultos de los rostros encapuchados, y, a primera vista, no conocía a ninguno. Solo a Sar Taan. Una oleada disimulada de satisfacción recorrió con cautela el orgullo de Pregunta: su instinto y capacidad de desconfiar de la gente ''con contrastes'' era acertada. Y Pregunta adoraba acertar.
Dirigió su mirada victoriosa hacia el dueño de la taberna, que, vestido con una vieja armadura y una espada larga atada al cinto, dejaba claro que no era sólo un tabernero. Todo parecía tener sentido. Músculos fuertes y prominentes a pesar de la vejez, expresión endurecida por las arrugas y cierto encanto rural que podía resultar amenazador. Parecía obvio que el viejo y débil dueño de la taberna también era un mercenario retirado en sus ratos libres. Un mercenario que alguna vez había sido peligroso y letal.

''Duda.'' recordó Pregunta, y se sintió satisfecho. Su satisfacción le impulsó a ser el primero en dar por comenzaba la presunta reunión.

- Vaya sorpresa, Sar Taan - dijo Pregunta, con una sonrisa que insinuaba intenciones pacíficas. - No sabía que hoy era mi cumpleaños.

- No te sorprende en absoluto, cobarde - asestó el viejo mercenario, haciendo caso omiso del comentario burlón de Pregunta. Sus palabras habían dejado de ser inofensivas e inocentes para convertirse en una especie de mordedura que arrancaba los nervios de la piel.

Pero Pregunta, en toda su reflexión, calma y pensamiento, era mucho más que los mordiscos de amenazas e insultos gratuitos.

- ¿Cobarde? - cuestionó Pregunta con inocencia - ¿De qué huyo y no me he enterado?

Pregunta sabía jugar a la palabra.

Uno de los hombres encapuchados que se hallaba sentado se alejó de la mesa con un ruido chirriante de madera contra madera, que indicaba rabia por sí solo, y se dirigió al fondo derecho de la estancia, cerca de las escaleras que bajaban a las supuestas estancias de Sar. A saber qué tenía el viejo ahí abajo. No quiso saberlo.

Con dificultades visuales logró Pregunta dilucidar cómo el hombre que se había levantado tan ruidosamente y había abandonado el círculo del enfado cogía lo que parecían ser un montón de papeles de forma rectangular y tamaño mediano. La silueta, alta y esbelta, se acercó a Pregunta, y mirándolo con rabia a través de unos ojos vidriosos y marrones, entregó los papeles a Sar Taan,  no sin antes agarrar uno de ellos con fuerza entre su palma y estamparlo ofensivamente contra el pecho de Pregunta, que intentó disimular un tambaleo. 

- Cobarde y traidor - corrigió enfurecida la voz extremadamente grave y gutural del hombre encapuchado. Soltó un gruñido y se volvió a sentar.

Pregunta se rio sin disimularlo muy bien. El hombre alto y enfurecido le recordaba más a un pitbull gordo y musculado que a un hombre. Intentó deshacerse de la risa bajando la mirada hacia el papel que había recogido de su pecho con la mano, y lo leyó atentamente mientras Sar Taan lo recitaba para él, con más enfado aún por no atraer su atención.

´´Su Esplendor, el Rey de Oriente, ruega directamente, ya que la urgencia lo requiere, a todo hombre con capacidad, voluntad y amor por su Reino que acuda a Ciudad de Oriente para formar el ejército con nombre ´´La Resistencia al Dragón´´, en pos de derrotar la amenaza que asola más inminentemente nuestros cielos, nuestros hogares, nuestras vidas, a vuestro Rey y a su Reino. Cualquiera que pretenda escapar de su obligación para con el Reino encontrará la muerte en las llamas. Si no vienes a Oriente, Oriente irá a por ti, y no correrás mayor suerte que la de nuestro enemigo alado.´´

Abajo sólo había un sello del mismo color negro de las letras de la carta, que verificaba el emisor del urgente mensaje.

La expresión de Pregunta se endureció, no por la supuesta amenaza del dragón, si no por lo vanal y repugnante del mensaje. Se preguntó si el Rey estaría en primera fila de batalla. Se preguntó si mandaría a todos los miembros de su valiosa estirpe al encuentro con las llamas. Recordó su sueño sobre la ciudad vencida por el fuego  y las cenizas, y no pudo evitar estremecerse un poco. Pensó en todo lo que le ahuyentaba de luchar junto al Reino, y eso habían sido los hombres del Rey. Sus caballeros. Sus motivaciones. Sus ideales. Sus pensamientos. Matar, matar y matar a todo ser vivo y puro que halla. Y fuera de Ciudad de Oriente, todas las ventajas, riquezas y beneficios de pertenecer a un Reino poderoso brillaban por su ausencia. Fuera de Ciudad de Oriente todo era decadencia. Pero aún así, un Rey que no había luchado por él jamás, le pedía ahora con urgencia que hiciera algo que no le gustaba por el Reino al que le debe la vida. Matar, matar y matar.

´´Jamás vuelvas a comer animales. Nunca mates a uno. Jamás dejes de amarles. Ellos entienden tu alegría y tu sufrimiento, porque aman y sufren igual. Si alguna vez dudas, mira a cualquiera de ellos a los ojos, y jamás necesitarás de esta nota otra vez.`` Recordó.

Y pensó que aún podía salirse con la suya.

- Bien, espero que el Reino encuentre a sus hérores - dijo, con desgana, e hizo el amago de irse por donde había venido.

El brazo del viejo mercenario le agarró fuertemente por el hombro. Su voz sonó peligrosa. Lo suficientemente peligrosa como para que Pregunta tensase los puños y se preparase para coger las dagas si  era necesario.

- No tan rápido, chico. No te creas que no sé qué eres. No te creas que no sé lo que escondes. Todas esas armas, tan bien elaboradas, tan peligrosas. Vistes como un matadragones. Andas como un caballero matadragones. ¿Me vas a decir que eres un inocente chiquillo viajero esperando que me lo crea? ¿Que viajas en una yegua fortalecida porque un burro es demasiado lento? ¿Crees que no veo en ti lo que busca el Reino? - el tono amenazante ascendía por momentos - ¿Crees que puedes ir por ahí aireando unas pintas amenazadoras y aún así eludir tu deber? Eres lo que el Reino pide a su lado. Eres lo que ahora todos necesitamos. ¿Acaso eres el demonio? ¿Acaso tu ignorancia y vanalidad te han cegado y sólo te importan tus pasos y tu yegua y lucir brillante como el sol a mediodía?

La indignación del viejo sorprendió a Pregunta, pero no lo suficiente como para darse por vencido, ni lo fueron los coros de ánimo y vitoreo que surgían desde las oscuridades de la taberna.

Pregunta respiró hondo.

- Mire, Sar Taan. Si tanto quiere matar a un dragón, parta de inmediato hacia Oriente. Si tanto se siente unido a su Reino, luche por él. No voy a pelear una batalla que no es mía. No voy a arriesgar mi vida por algo que otro quiere que haga por él. Si el Rey quiere a hombres que hagan por él el trabajo sucio que su culo gordo no puede acatar, un mercenario sediento de muerte como usted sería el trozo de carne perfecto que sacrificar.

- ¡Traición! - gritó un hombre desde el fondo de la oscuridad.
- ¡Cobarde! - exclamó otro.
- ¡Farsante! - dijo al unísono  una mujer.
- ¡Desalmado! - añadió otra.

De repente, millones de voces se alzaron en su contra, pidiendo su muerte, insultándole, deseando ver cómo su sangre hervía ante el fuego de su furia. Y toda la rabia y el odio que sentían hacia él podía respirarse en lo cálido del aire, en la sangre que hervía a fuego lento a lo largo de todas las venas del hombre al que acusaban de traición y desobediencia.

<<No es desobediencia- pensó Pregunta para sus adentros- es originalidad, y principios>>. Cuando el exterior albergaba un ruido alarmante y estridente, dentro de su cabeza había una calma y silencio dignos del espacio.

Los insultos siguieron, pero Pregunta hizo caso omiso a ellos. Se dirigió al establo para salir con Respuesta de allí ésa misma noche.

De nuevo, la mano del mercenario le agarró de nuevo por el hombro, cuando Pregunta se hallaba de espaldas. Al girarse, vio a todos los hombres y mujeres encapuchados tras Sar Taan, con los puños cerrados entorno a sus armas.

Sar Taan alzó la voz de nuevo, ahora más calmado, suspicaz, cauteloso, dañino.

- No lo dudes. Yo lucharé. Ellos lucharán. Y tú, lucharás con nosotros.

Hubo un silencio. Pregunta supo que aún no había terminado de hablar.

- Escucha. ¿Crees que no he visto todos esos libros tuyos? ¿Crees que no te he estado observando? ¿Cómo admiras la naturaleza que te rodea y las criaturas en ella? ¿Crees que si no hay hombres jóvenes como tú en nuestro ejército tendrás alguna posibilidad de ver esas cosas que amas de nuevo, incluida tu amada yegua? Nunca había conocido un hombre que ame tanto a su yegua como para dormir junto a ella. ¿Crees que si no derrotamos al dragón, chico, ella, tú  y todos esos bosques y animales que adoras no arderán junto a nosotros? - hubo un silencio - Piénsalo.

Pregunta reflexionó. ''Duda.''

- Huiré - dijo Pregunta, seguro de sí mismo.

- Piensa mejor - replicó con calma el mercenario, a la vez que un rostro encapuchado se presentaba justo frente a él y le colocaba un puñal afilado en la garganta.

Un rostro duro, con cicatrices. Con tatuajes. Un rostro que había visto antes. El rostro que había desparecido en ésa misma habitación unos días atrás. Un rostro que tenía en su mano su propia vida.

- Apresadle - murmuró con desgana Sar Taan, el mercenario, mientras alzaba la mano dictando la orden. - Lucharás y arderás con nosotros. Tanto si quieres, como si no - dijo mirándole directamente a los ojos, a través de la luz de las velas, mientras sonreía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario