miércoles, 13 de agosto de 2014

Reunión inesperada.

- Aquí lo tiene: un barreño lleno de agua fría. Tal y como prometí.

Pregunta trató de esbozar una sonrisa, aunque en su interior reconocía que le entregaba el agua a regañadientes por la manera tan desmesurada que tuvo el dueño de enfadarse por una maldita jarra. Decidió no darle más vueltas, mientras observaba cómo el anciano guardaba entre dos tablas de madera el barreño rebosante. 

- Disculpe, señor, pero aún no sé su nombre... - dijo Pregunta inquisitivo, tratando de alzar la mirada sobre la barra a unos metros de él, tras la cuál estaba el anciano, gimiendo y gruñendo en voz baja.

- Sar Taan. - le interrumpió la voz ronca del anciano por debajo de la barra con un grito. 

El dueño del lugar se alzó tras la barra para mirar a Pregunta a los ojos mientras le contestaba. Todas las personas de aquella aldea vestían principalmente con conjuntos de harapos sucios; no era una aldea muy rica. El anciano lucía pobremente una camisa de franela amarillenta, probablemente por el uso excesivo, y unos calzones que le llegaban hasta por debajo de las rodillas de color marrón claro, también oscuro. En los pies vestía unas botas algo gastadas y roídas, pero a Pregunta no se le ocurría una actividad de taberna lo suficientemente ardua como para causar tanto desgaste en unas botas de un tejido tan duro como lo era el plasancio, una sustancia textil de color amarillo verdoso. También es cierto que el hombre era mayor, y según él tres cuartos de su vida había estado trabajando junto a los borrachos cantarines, músicos vagabundos y prostitutas busconas, y el oficio de tabernero no era una fuente cuantiosa de dinero, así que supuso que simplemente el viejo no había tenido dinero suficiente como para comprarse unas botas nuevas. Aún así, en el rostro que le miraba desde la retaguardia de la barra, había algo que no encajaba del todo, como así como sus movimientos y reacciones. A pesar de las arrugas prominentes, hondas y extendidas desde sus ojos al resto de su cuerpo, a pesar del labio superior ligeramente hundido, y a pesar de la cuenca de sus ojos casi esquelética y redonda, había una fortaleza y firmeza en su cara y sus movimientos digna de los de un militar de veinte años. Los contrastes tan fuertes y notorios en una persona la hacían de poco fiar, y así Pregunta no acababa de fiarse del viejo, porque no podía entender sus contradicciones. 

Pregunta se había deshecho de su armadura impoluta en cuanto reparó en que su atuendo desentonaba demasiado con la forma de vestir general de la gente de la aldea. No es que quisiese encajar, es que no le gustaba llamar la atención. De todas maneras, tampoco le hacía falta ir por una aldea pobre con una armadura musculosa y brillante.

- Pero puedes llamarme Sar, si te apetece. - añadió Sar Taan mirándole fijamente, como intentando buscar un fallo o una grieta en la joven firmeza y suavidad de la cara de Pregunta.

- Sar, entonces. - corrigió Pregunta, mientras deslizaba su falsa sonrisa en dirección al suelo para evitar la obviedad de su engañosa procedencia.


Tras haber ido al lago dulce a rellenar el barreño, volver con éste cargado hacia la aldea y dejárselo a Sar Taan en la taberna, pagando así su deuda, Pregunta se escabulló al establo donde estaba Respuesta, que, a juzgar por los relinchos que daba y lo nerviosa que observaba a su amigo humano, Pregunta dedujo que estaba hambrienta. El humano salió al exterior y arrancó seis zanahorias de un suelo que no parecía pertenecer a nadie, volvió a entrar en el establo y se las dio a la yegua calmada y tiernamente. 

Para su desgracia, la cabeza de Pregunta no estaba tan calmada, ni mucho menos lo que pensaba era tierno. Su cabeza volaba entre la desaparición del hombre corpulento y las notas y hojas ilegibles que había guardado en un apartado de una de sus bolsas anoche, tras charlar con el anciano. Había dos cosas, una buena y una mala: la buena era que, seguramente, todo el mundo le daba por muerto. La mala era que, a partir de ahora, y si el anciano Sar Taan no mantenía la boca muy cerrada, todo el mundo tardaría poco en llegar a la conclusión de que el era un héroe asesina criaturas.

Pregunta hundió la mano en su bolsa, pero no buscó las notas que habían llovido sobre él anoche, si no que buscó otras notas mucho más valiosas y significativas para él: las de su memoria.
 
Cogió dos al azar, pero las dos parecían más que oportunas. Ozh Jrasshk lo habría llamado destino. Pregunta echaba de menos las charlas con Hojarasca. No recordaba la última vez que le vio. No recordaba nada de él. Sólo sabía que, en una de sus notas de memoria, había apuntado lo que el anciano espíritu joven del Bosque Oleada significaba para él, y que las armas y libros que él llevaba, se los debía, enteramente, a las premoniciones y a la generosidad y desaparición del que fue lo más parecido a un amigo que Pregunta había tenido nunca, y el mejor mentor que jamás habría deseado y probablemente, el último en enseñarle tanto.

Leyó las notas de memoria y las recitó para si mismo como si fuese un padre hablando a su hijo, diciéndole una lección útil y sabia para su futuro.

La primera decía: ´´Jamás vuelvas a comer animales. Nunca mates a uno. Jamás dejes de amarles. Ellos entienden tu alegría y tu sufrimiento, porque aman y sufren igual. Si alguna vez dudas, mira a cualquiera de ellos a los ojos, y jamás necesitarás de esta nota otra vez.`` 

Instintivamente Pregunta dirigió la mirada a su yegua y al resto de animales del recinto: cuatro cabras, una vaca, un buey, dos caballos y tres cerdos. Y Respuesta. Nunca había cesado su amor hacia los animales, ni su decisión de no comerlos jamás, ni la certeza de que amaban y sufrían como él. Nunca había dudado. Siempre sabía que frutos y verduras podía comer sin morir ni enfermar por ello, y cómo encontrarlos, en gran parte, gracias a los libros de Ozh Jrasshk. Y nunca había cesado de mirarles a los ojos. Jamás pararía de amarlos. Esa nota había sido útil para paliar la primera desorientación que tuvo, para ayudarle a saber de nuevo cuál era su más firme creencia. Se despertó en medio del Bosque con la cabeza sangrando y desde arriba, su antiguo mentor, el caballero bruto, o Piedra, como el le llamaba. ''Tu yegua es fiera y te ha tirado al suelo de una levantada. Si fuese tú, la sacrificaría a patadas por sucia ramera. Levanta, te has hecho daño. Te lo curaré.'' Nunca le había gustado su ''caballeroso'' mentor, Piedra, el bruto. Eso era lo último que recordaba con algo de nitidez, y cada vez sus recuerdos lejanos se ensuciaban más. No recordaba ningún suceso anterior a aquél, excepto aquellas reflexiones, pensamientos, lecciones y deseos que había estado en su voluntad anotar antes del accidente a caballo. Piedra le había contado después que sus problemas de memoria a largo plazo se debían haber visto totalmente agraviados tras el golpe en la cabeza. Básicamente, su memoria había muerto y había vuelto a empezar en ése accidente a caballo. Las notas de memoria que había escrito hasta entonces eran la única manera en la que podía saber sobre su pasado antes de la caída. Por suerte, tenía escritas unas cuantas, pero por lo general, no eran demasiado específicas, ni demasiado concretas. Tampoco demasiado útiles. Su vida había empezado de nuevo desde ése día.  

Pregunta se deshizo de la imagen borrosa de Piedra y Respuesta asustada en el Bosque y volvió a la incógnita que le presentaba aquella nota de memoria: ¿los dragones son animales?

Un ruido procedente del salón de la taberna interrumpió sus pensamientos. Parecían gritos y protestas de hombres enfadados y borrachos. Oyó algo de que le pareció un chasquido de lengua, profundamente húmedo y siseante. Como si alguien enfadado tratase de hacer callar a una multitud ruidosa en un sitio cerrado. Los ruidos vociferantes fueron en declive. Pregunta leyó la segunda nota, al mismo tiempo que se guardaba la primera en uno de los bolsillos de sus calzones largos y opacos.

En el trozo de pergamino rectangular se leía: ´´Duda. Duda cuanto puedas. De ése modo estarás seguro.`` 

<<Genial.>> pensó Pregunta, ligeramente decepcionado consigo mismo y sus consejos. <<Muy útil.>>

Y es que, si había algo en la cabeza de Pregunta últimamente más que nunca, era la duda.  La duda sobre qué debía hacer. Sobre qué era qué, y qué le hacía tal cosa. Todo eran dudas.

-¡¡¡SILENCIO!!! - gritó enfadada una voz familiar desde la taberna.

De nuevo todas las voces cesaron.

Pregunta decidió no darle importancia una vez más, pero cuando fue a guardar la segunda nota en el mismo bolsillo en el que había guardado la primera, la leyó una vez más.

''Duda. Duda cuanto puedas. De ése modo estarás seguro.''

Y Pregunta dudó de estar seguro sobre si tenía que dejar pasar las extrañas órdenes  de silencio que se estaban llevando a cabo tan fervientemente en la taberna. En su experiencia, una taberna, cuanto más ruidosa, más gente atraía. 

Acarició la cara y sien de la yegua que parecía nerviosa y agitada, tratando de calmarla. 

-Volveré luego. - le dijo el hombre a la yegua.

Y dejó que la duda le llevase al salón de la taberna. A un salón de la taberna completamente diferente al que había visto hasta entonces: ni prostitutas ni mujeres hermosas, ni borrachos esparcidos por el suelo, ni vomitonas, ni manchas, ni ruido, ni risas, ni peleas. 

Solo un salón de la taberna oscuro en el que no se veía casi nada, iluminado tan sólo por la tenue luz de unas cuantas velas, que alumbraban de forma tétrica doce rostros encapuchados, quizá alguno más que no llegaba ser bañado por la luz amarillenta de la cera. 

- Te estábamos esperando.

La sombra de voz ronca, rasgada y familiar habló primero.


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