jueves, 3 de julio de 2014

Excéntrico

La aldea más cercana, a juzgar por los mapas, estaba más allá al norte del Valle de Colinas, un extenso terreno, de nadie más que de aquel que lo frecuentara - que no eran muchos a juzgar por la ausencia de sonidos humanos durante todo el día  y toda la noche - rocoso y verde al mismo tiempo, con numerosas cuevas y agujeros, unos muy recónditos, que ni a simple vista se veía dónde acababan, y otros más superficiales, que podrían ser considerados modestamente hoyos de piedra. El Valle se prolongaba desde la guarida de Respuesta y Pregunta hasta 78 kilómetros a lo largo, y, a lo ancho, se extendía con libertad y tapujo por zurda y diestra conquistando campo con maestría y elegancia campechana, hasta la llegada del Bosque a la derecha y la cordillera a la izquierda. Los tonos verdes de la hierba, negros y grises en las rocas sobresalientes del subsuelo con aire tímido y naranjas tirando a marrones de los reflejos que arrancaba el Sol de cada centímetro de superficie terrestre, ataviaban el paisaje con un vestido suave, liso y refrescante, que al bufar los vientos, mecíase con sublime parsimonia, susurrante, y junto a los cantos de los pájaros y los mensajes aéreos y secretos de las brisas remotas, asemejaban un habla sabía, pausada y efervescentemente tranquilizadora. 'Sssssssssssssssssssssssssssssss', susurraban al mundo con suavidad las hierbas, que en manos del viento, eran un mar de verde y brillante naranja. Y Respuesta y Pregunta escuchaban, al tiempo que se dirigían al ártico del Valle.

Respuesta llevaba cargadas al lomo dos bolsas de tela gruesa, de color beis con adornos negros roídos por el tiempo: una pequeña con el frasco de tinta vacío, un fajo de pergaminos amarillentos, plumas y su libro con cientos de páginas aún en blanco; otra considerablemente más grande, con un puñal pequeño, libros y monedas de cobre y plata. No era lo que se dijese lord de una región, pero dinero nunca le había faltado para lo que él consideraba necesario. A veces si que podía echar en falta alguna que otra porción elevada de monedas plateadas, sobretodo por la cantidad de condenados trozos redondos de metal tintineante que había que pagar por transporte para un hombre y una yegua hacia las regiones e incluso países más lejanos, aquellos que ninguna clase de pata, no importa el número ni la fuerza que poseyesen, podía alcanzar sin haberse desplomado de cansancio o enfermedad antes.

¡Había tanto territorio! ¡Tanto hijo de la Madre por conocer! Tanto era, que Pregunta podía pasarse horas enteras, días e incluso semanas con los sentidos ausentes, sedados, perdidos en una lejanía casi metafísica. Aquella que por su lejanía y la dificultad que supone alcanzarla, parece imposible, un sueño, una fantasía, una  cruel broma contada por los mapas y libros de travesías memorables. Eran sueños que existían en la dimensión física del universo, y, cómo tales, hacían soñar a Pregunta con los ojos abiertos.

Pero como iba diciendo, lectores míos, Respuesta andaba con ímpetu de elegancia, pero con cierta torpeza al cargar con las dos bolsas, de peso distribuido de manera desigual. Al reparar en ello, Pregunta, que caminaba a la vera de la yegua, cercano a su lomo, liberó al animal del peso más elevado que ésta soportaba, atando las finas cuerdas que servían para abrir  y cerrar la bolsa a la parte anterior del cinturón de su armadura, que rodeaba su torso por delante y por detrás, en forma de X, de manera que, al cargar el peso en la espalda, resultase menos molesto de cargar. Además de la bolsa pesada, llevaba adjuntadas al cinturón dos espadas cortas, enganchadas mediante un nudo prieto y firme a la parte posterior del cinturón más cercana a las axilas, sobre ambos pectorales, que usaba más que para matar, para escalar; una espada larga que colgaba desde la parte izquierda de la cintura hasta los tobillos, un bolsillo más pequeño con monedas y algunas notas que podrían ser de relevancia y utilidad (relativas sobretodo al entorno en el que se encontraba, sus virtudes y peligros, recuerdos, pensamientos, acontecimientos o descripciones), notas que le gustaba tener a mano. A la espalda cargaba con un hacha de tamaño mediano con forma de rectángulo aplastado de manera forzada por los lados horizontales, cuyos bordes laterales afilados coincidían con el final de sus dos omóplatos, y cuyo mango tenía tallado sobre oscura madera de nogal detalles de hojas de diferentes árboles perennes y exóticos del mundo y, al final de éste, se podía diferenciar la silueta de unas alas de águila plegadas al máximo tras la cornamenta de un ciervo, con una serpiente enredada entre sus astas. A Respuesta  le pareció un hacha  preciosa desde el primer momento que la vio en la tienda hecha de ramas de árboles ola de Hojarasca, cuyo nombre verdadero era Ozh Jrasshk, que, al ser razonablemente complicado de pronunciar, debía ser abreviado, y bueno, la abreviación más evidente y menos imaginativa era aquella que sonara lo más parecido al nombre real. Y así fue como Ozh Jrasshk obtuvo su apodo. Ozh Jrasshk, Hojarasca, era un tipo viejo con espíritu joven, de carácter refunfuñón, irascible, temperamento herviente y ojos despiertos y pies ágiles, que adoraba una religión antigua y supersticiosa que creía con firmeza en el destino, en la no-casualidad, la reunión con la naturaleza y las premoniciones. Era ex-habitante de la antigua villa de Pregunta, pero la había abandonado por detestar toda agrupación de seres humanos o construcciones producidas por ellos, dirigiéndose a la profundidad de Madera Oleada, un bosque cercano a la villa de su infancia, conocido por sus árboles de ramas gruesas pero frágiles que crecían haciendo grandes curvas y parábolas, las cuales utilizó Hojarasca para construir su nueva casa forestal.

Pregunta frecuentaba las visitas  a Madera Oleada y a Hojarasca. No llegaron a ser amigos como tal, pero si buenos conocidos: compartían con el tiempo más y más momentos extensos, en los que charlaban de religiones antiguas, las cuales se ajustaban más al instinto religioso de Respuesta que cualquier religión de su época, naturaleza, lugares por explorar, muerte, el cielo, las ciudades, armas, leyendas... Y se intercambiaban libros. Muchos libros. A veces Hojarasca se empeñaba en probar que mejoraba con sus poderes premonitorios utilizando a Pregunta como conejillo de indias. El hacha que colgaba de la espalda de Pregunta había sido fabricada por Hojarasca, pero era suya ahora gracias a una premonición instantánea que conquistó la cabeza del anciano tras una de sus reiteradas reuniones. Pregunta la estaba acariciando con los dedos, admirando su perfección rural, los detalles, las ramas y hojas entrelazadas, los animales... Cuando Hojarasca empezó a agitarse, sacudido por una visión.

-Cógela. Es tuya. Era tuya desde antes de que la fabricase. - recordaba haber oído decir a Ozh Jrasshk mientras se frotaba los ojos tras las agitaciones, aunque aturdido por la ´´visión``, sentado desde un rincón de su tienda.

Y él lo hizo. Se la cargó a la espalda, y desde entonces la lleva consigo. Nunca se estableció un vínculo de amigos entre ellos, aunque eso no significa que el vínculo que entre ellos naciese tiempo remoto, fuese menos fuerte. Tenían mucho en común, y compartían lo que el otro desconocía.

Hasta que un día, Hojarasca no estaba. Se había dejado todos los libros, las armas, las anotaciones, los poemas, las reflexiones... Todo, excepto su bastón de ramas contrastadas, unas más oscuras y otras más claras, entrelazadas unas con todas las demás. Era un bastón precioso, casero, rural, como todo lo que tenía el anciano, pero era lo único que faltaba.

Respuesta no tuvo entonces ni idea de a dónde había ido Hojarasca, ni tenía idea de a dónde le habían podido llevar su religión y sus predicciones. No la tenía entonces ni la tenía ahora. Sólo sabía que gracias a él y su manera de esfumarse, desde entonces tuvo más libros sobre naturaleza, misterios y religiones antiguas, armas, anotaciones útiles, poemas, reflexiones e investigaciones del mismo Ozh que Pregunta  pensaba desentrañar en su vejez, con el culmen de su sabiduría y experiencia. Muchas de estas cosas le habían servido hasta entonces, pero muchas más le servirían a partir de ahora.


Faltaba poco para llegar a la Aldea, Pregunta  y Respuesta habían comenzado la marcha dos días y medio atrás, parando sólo para comer, desayunar y dormir. Para variar, el viaje no había resultado pesado gracias a las constantes divagaciones de Pregunta y a la compañía de Respuesta, pero ahora que se veía con claridad la aldea sombreada por el anochecer, acercándose más y más a ellos, el tiempo parecía pasar más despacio, y la impaciencia pudo con el aguante de Pregunta: se subió de un salto a la yegua, y con un leve azote en la grupa, la yegua rompió a correr hacia el firmamento roto por las siluetas cada vez más negras de las viviendas y construcciones de todo menos uniformes y regulares de la aldea algo que había estado deseando hacer desde que habían partido de la cueva. Desató la bolsa pequeña del otro lado del costado de Respuesta, se la puso en la entrepierna, para evitar que se cayese, y, dirigiendo la mirada al horizonte, calculó que aún faltaría una hora por llegar.

Pregunta se inclinó para reposar su agotada cabeza sobre la crin de Respuesta. Se le cerraban los ojos, pero, dentro de los bordes semi ovalados que creaban sus párpados arriba y abajo, cubriendo más de un tercio de su globo ocular, creyó ver algo.

Un fuego. Una silueta pálida y delgada, humana, encorvada junto a la hoguera. Dos ojos marrones amarillentos parecían mirarle desde la lejanía, pero, a la luz del fuego, parecían dos círculos de luz naranja y chispeante.

-Debo estar soñado.

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